En las entrañas del monstruo
Vitali Shentalinski publica su segunda entrega sobre los archivos literarios del KGB
El 6 de enero de 1919 el camarada Vladímir Ilich Lenin salió del Kremlin en un Rolls Royce negro con la idea de visitar a su mujer enferma. El coche fue interceptado en el trayecto por una banda de maleantes, que no tardaron en sacar al líder de los bolcheviques y de la revolución de su interior y quitarle su documentación y la pistola (una Browning). "Soy Lenin", dijo la suprema autoridad. "Me importa un bledo que seas Lenin. Yo soy Koshelkov. ¡El amo de la ciudad cuando anochece!". Se llevaron el coche y dejaron a sus ocupantes en mitad de la calle, abandonados a su suerte.
Con esta anécdota inicia el poeta y ensayista Vitali Shentalinski (Siberia, 1939) la segunda entrega sobre sus descubrimientos en los archivos literarios del KGB, que acaba de publicarse en España con el título de Denuncia contra Sócrates (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores). Cuando apareció el primer volumen, Esclavos de la libertad, fue un acontecimiento: el inmenso muro de silencio que protegía los secretos de la represión sobre la intelligentsia que desencadenó la revolución de octubre, y que el estalinismo llevó hasta límites insospechados, saltó por los aires y se supo de la persecución, de la tergiversación de sus obras y palabras, de la tortura e incluso del asesinato a los que fueron sometidos algunos de los más grandes autores de aquellos años: Bábel, Bulgákov, Mandelshtam, Florenski, Pasternak, Ajmátova, Tsvetáieva, Pilniak, Plátonov e incluso Gorki, entre otros. Un tercer volumen, Crimen sin castigo, completa la trilogía y aparecerá en España en 2007 (en Rusia, la obra no ha encontrado aún editor). Vitali Shentalinski, que junto a Ricardo San Vicente ha sido responsable de la excelente colección La Tragedia de la cultura -que reúne seis títulos de clásicos rusos del siglo XX-, intervendrá mañana en Kosmópolis, la fiesta internacional de la literatura que se celebra en Barcelona, con una conferencia titulada Contra la amnesia.
"En Rusia ha renacido una burocracia estatal y militar que escapa a todo control"
La historia de Lenin abandonado a su suerte en mitad de una calle moscovita la encontró Shentalinski husmeando en los expedientes de Bábel y Bulgákov. Al parecer, ambos escritores fueron empleados por la policía para reescribir algunos informes particularmente jugosos. Shentalinski tira del hilo en su libro y cuenta con detalle la peripecia del robo del automóvil y la captura final y asesinato del jefe de la banda criminal. De inmediato se tiene contacto con la dureza de los procedimientos de la checa, la forma embrionaria de lo que tras sucesivas transformaciones (GPU, NKVD, MGB) sería el KGB: una policía secreta todopoderosa que tuvo bajo su punto de mira a todos los habitantes de la Unión Soviética. "Para explicar lo que sucedió me sirve la imagen de una colmena", explicó el lunes en una entrevista Shentalinski. "Cuando llegó la revolución, el país era como una colmena más o menos organizada y que funcionaba. Fue entonces brutalmente golpeada con una barra de hierro y poco a poco fueron destruidos el modo de vida, las tradiciones, la religión, la ciencia, la nobleza, el clero, la burguesía industrial, los intelectuales... Sólo sobrevivieron los monstruos que supieron actuar como aquel monstruo. Y la colmena dejó de hacer miel y sólo produjo veneno. El veneno del Gulag, de los campos de concentración".
La boca del monstruo, que se tragó millones de vidas y que exigía de manera insaciable nuevas víctimas, fue la Lubianka, una fortaleza situada en el centro de Moscú que fue el cuartel general de las operaciones de la represión. En 1988, y gracias a la perestroika y la glasnost, pudieron abrirse tímidamente sus puertas y Shentalinski se embarcó en la tarea de formar una comisión para recuperar la memoria perdida de aquellos terribles tiempos y rehabilitar a los escritores que habían padecido la ignominia de sus métodos.
Fue un largo proceso el que lo condujo finalmente a tres años de exhaustiva investigación en los archivos relacionados con cuestiones literarias e intelectuales de la Lubianka y luego unos quince años más de trabajo para saber qué era verdaderamente lo nuevo que había encontrado. El acoso a los herederos de Tolstói, la refinada destrucción del célebre revolucionario y terrorista Sakinkov, los infames procesos a los intelectuales de la edad de plata (Berdiáiev, Karsavin, Bieli...), la guerra contra Bulgákov o el fusilamiento de Mijaíl Koltsov, el fiel periodista que cubrió la Guerra Civil española, son algunos casos, entre otros, de los que se ocupa Shentalinski en esta segunda entrega.
La poeta Anna Ajmátova dijo, como recoge Shentalinski en la primera entrega de la trilogía, durante el primer deshielo: "Ahora volverán los presos y dos Rusias se van a mirar los ojos una a la otra: la que encarcelaba y la que fue encarcelada". "La tragedia fue que víctimas y verdugos no llegaron siquiera a encontrarse. Todos fueron aniquilados. Los verdugos se convirtieron después en víctimas, y si alguien había sobrevivido al horror cuando llegó la perestroika estaba ya muy cansado para enfrentarse a la historia", explicó Shentalinski. "Pero el tiempo y la naturaleza fueron más fuertes que ese monstruo, que se derrumbó solo, sin épica alguna", dijo, y luego se refirió a la Rusia actual: "Vivir allí es cada vez más duro y peligroso. Ha renacido una burocracia estatal y militar que escapa a todo control y que crece como un tumor cancerígeno que devora a las instituciones y a los partidos y que se caracteriza por ser una formación social artificial que está al servicio del poder. Siguiendo el modelo del Partido Comunista, sólo se puede medrar bajo el paraguas de Rusia Unida. Pero la situación no es idéntica a la que vivió la Unión Soviética. Ahora sólo hay asesinatos selectivos, como el de Anna Politkovskaya, y el poder no parece muy preocupado en encontrar a los responsables, si es que todavía viven".
Babelia
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