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Columna
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El escritor singular

Es un hombre apasionado y vehemente, tan rebelde como si todavía estuviera estallando en su cuerpo la pubertad. A veces, Álvaro Pombo me recuerda el Balzac de Rodin, grandote e imponente, tan admirable como monolítico e inaccesible. Cuando habla contigo su cuerpo no cesa de agitarse, como si se tratara un marinero en tierra. De él sorprenden siempre sus ojos, brillantes, ilusionados, visionarios, demasiado azules. Muy cariñosos si por un instante se fijan en ti, pero fríos cuando te atraviesan porque han recibido el reclamo perentorio de un mundo que no es de este mundo y que exige toda su atención.

Si en algo destaca Pombo es en su radical singularidad. Es un mundo aparte en los temas y los tratamientos narrativos. También lo es porque Pombo ha permanecido incontaminado por las modas. Esta característica excepcionalidad se debe en parte a su formación y su pasión filosóficas. Pombo ve el mundo como sólo él lo ve, y ese universo tan suyo de familias excéntricas, de búsqueda de la santidad y de encuentro con el pecado, no tiene comparación posible en los universos literarios de los novelistas de nuestro tiempo.

En efecto, no es el único, pero tal vez Pombo sea el novelista más filósofo de todos los que ha tenido este país desde don Miguel de Unamuno. Como el vasco, este cántabro contumaz posee una formación filosófica seria, que además ha desarrollado a lo largo de los años con una clara tendencia a investigar también la teología y, sobre todo, la mística. Uno de sus temas centrales es precisamente el de la rebeldía, tal vez el problema de Luzbel. Asomaba en su primera gran novela madura, El héroe de las mansardas de Mansard, se repetía en su jamesiano canto a la santidad (El metro de platino iridiado), y encontraba un doble eco en dos de sus novelas de madurez, Aparición del eterno femenino y, sobre todo, en la, por así decirlo, más popular de sus novelas, Donde las mujeres.

Curiosamente, la categoría intelectual y humana de Pombo ha tenido un eco bastante limitado en el mundo lector español. Ni siquiera su breve paso por una tertulia televisiva cambió su suerte. Así que su tropiezo con el Premio Planeta podría dar lugar a uno de esos récords peculiares de este premio cuya enseña es, precisamente, la popularidad.

Buscando una solución al problema de imagen planteado el año pasado por los comentarios de un jurado, Juan Marsé, y una ganadora, Maria de la Pau Janer, los administradores del premio han dado este año con la respuesta contraria: el prestigio en estado puro. Una operación de alto riesgo, pues en el Premio Planeta, cuya dotación obliga a esperar ventas por encima de los 250.000 ejemplares para que las cuentas salgan, vender sólo 100.000 es un desastre.

Ojalá me equivoque, pero tengo la impresión de que el Planeta de Pombo podría perfectamente pasar a integrarse en el distinguido grupo formado por Vargas Llosa, Bryce Echenique y otros literatos, cuyo paso por esta máxima institución del marketing hispano batió récords negativos de venta, por muy elevada que fuese la cotización literaria de tan insignes autores. Una lista de la que también forma parte el entonces reciente premio Nobel Camilo José Cela, cuyas ventas como ganador del Premio Planeta quedaron por debajo de la mitad de lo que vendió la finalista de aquel año, la ex locutora televisiva del suave pelo ondulado, Ángeles Caso.

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