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Reportaje:

Guipúzcoa corsaria

Una tesis muestra que San Sebastián y Hondarribia fueron las principales plazas de la península para el corso en el XVII

Xabier Alberdi nació en Zarautz, junto a la costa, y desde pequeño tuvo "afición por todo lo relacionado con el mar". Así que, tras terminar la carrera de Geografía e Historia en la Universidad de Deusto, se lanzó a redactar su tesis doctoral, que ha titulado Conflicto de intereses en la economía marítima guipuzcoana durante la Edad Moderna. La tarea le ha llevado diez años. El resultado son 1.500 páginas que recogen, entre otros muchos datos, que San Sebatián y Hondarribia fueron las dos principales plazas corsarias de toda la Península Ibérica en el siglo XVII.

La pesca, el comercio, la construcción naval y el corso fueron las actividades más importantes en Guipúzcoa entre los siglos XVI y XVIII, si bien hubo momentos, según fuesen tiempos de paz o guerra, en que predominaron unas sobre otras. Ante tal inseguridad, la economía de aquella época estuvo marcada por "la diversificación del capital", lo que complicó el juego de intereses de los inversores, relata Alberdi.

"Una misma persona podía invertir en comercio con un país enemigo y en corso"
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"Una misma persona podía invertir a la vez en comercio con un país enemigo y en corso", pone como ejemplo. Explica además que "los choques", que en un principio parecían sólo vinculados a intereses locales, llegaron a tener repercusión en la política internacional. "Las oligarquías que invertían tenían lazos de amistad o parentesco con gente que estaba muy bien situada en la Corte, de manera que recurrían a esas influencias para conseguir que el rey apoyase sus actividades en perjuicio de otras. Eso influía en el funcionamiento de alianzas y guerras con el resto de Europa", señala.

El "gran boom" del corso se desató en 1635, cuando comenzó la guerra entre Francia y España. "Fueron momentos muy duros en el País Vasco, en los que casi todas las actividades no bélicas quedaron paralizadas", recuerda Alberdi, quien antes de adentrarse en los detalles de la actividad corsaria aclara la diferencia entre corsario y pirata. "El pirata es un ladrón que anda robando para sí y punto. El corsario se podría equiparar con un mercenario. Es un señor que actúa con su barco y su armamento contra el comercio enemigo, pero siempre al servicio del Estado y con su permiso, con la llamada patente de corso".

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San Sebastián y Hondarribia se convirtieron en las principales plazas corsarias de toda la península gracias al respaldo económico de familias pudientes, como el donostiarra Antonio de Beroiz o el hondarribitarra Benito de la Fuente. "Invertían en esta actividad o, incluso, eran propietarios de buques construidos ex profeso para la rapiña. Había algunos mercantes viejos a los que ponían cuatro cañones, pero también otros nuevos a los que colocaban 20 o 30, en plan película".

La tripulación de estos barcos estaba compuesta fundamentalmente por personas que se habían dedicado a la pesca. "Llegó un momento en el que el frente decayó en Guipúzcoa y las autoridades empezaron a potenciar de nuevo la pesca, pero hubo marineros que se negaron a pescar, porque les salía más rentable la actividad corsaria".

El capitán corsario más destacado fue El Campanario, "con correrías novelescas de apresamientos y bombardeos indiscriminados de ciudades francesas, acciones que se podrían calificar ya de terroristas", comenta el historiador. ¿Y se ha topado con algún pirata? "No he encontrado, pero seguro que alguno hubo", responde.

El ámbito de acción de los corsarios guipuzcoanos fue el Golfo de Vizcaya, "un mar bastante fructífero", donde las presas más ambicionadas eran las que transportaban los grandes mercantes holandeses, que traían de Oriente sedas, porcelanas, especias,...

Tras cada apresamiento, los corsarios conducían la presa a puerto. Los tripulantes quedaban en libertad y se celebraba un juicio para "determinar si el apresamiento de la carga había sido legítimo o no". ¿Cuándo era legal? "Cuando se demostraba que era propiedad de súbditos de un país enemigo". El Estado se quedaba con aproximadamente el 10% de la carga, y el resto se repartía a tercios entre el propietario del barco, el armador y la tripulación.

Lo que estaba prohibido era el pendolaje, es decir, robar a la tripulación efectos personales, pero "las acusaciones eran frecuentes", asegura Alberdi, quien tiene previsto tocar las puertas de las instituciones para tratar de publicar su tesis.

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