Diario de Marjorie Kanter, de 82 años, empujada a irse del Barrio de las Letras: “No pensé que a esta edad se pudiera empezar de cero”
La escritora canadiense ha desalojado definitivamente el piso que habitó durante tres décadas, cuyo alquiler no permitieron renovar. Ahora vivirá en una casa en Arganzuela con la mitad de espacio y casi el doble de precio

Eran días especiales cuando el doctor Aaron J. Kanter volvía a casa con unos centavos en el bolsillo. Marjorie, Stephen y Joan, sus tres hijos, corrían emocionados hasta la entrada del domicilio familiar en Cincinnati para inspeccionar los grabados de las monedas que el padre les enseñaba en la palma de la mano, a veces con la silueta de un búfalo, otras con la de un soldado americano y en alguna ocasión con una inscripción muy clara: In God We Trust (En Dios confiamos). Eran los años 40, y el juego consistía en guardar las más antiguas para una colección que a la postre terminarían conservando los progenitores. Pero entre la cuadrilla de cargadores de mudanzas que hoy desvalijan en el centro de Madrid la casa de la mediana de los tres hermanos, la escritora y poeta Marjorie Kanter, ninguno sabe nada de eso, ni de juegos, ni de “cosas del corazón”. Por ello, cuando al más mayor de todos —un hombre de casi 60 años al que sus compañeros llaman “Abuelo”— se le cae al suelo el puñado de divisas que le correspondieron a Marjorie—incluida alguna de finales del siglo XIX— este apenas se inmuta. Las observa esparcidas por el parqué y, como no tiene tiempo que perder, las deja a un lado para seguir vaciando cajones de forma compulsiva. Marjorie, que “no las encontraba por ninguna parte”, siente una alegría inefable y pide al “Abuelo” que, “por favor”, tenga delicadeza con ellas.
Marjorie Kanter se marcha definitivamente de la casa que ha habitado desde hace tres décadas en el Barrio de las Letras. La promotora y propietaria del inmueble envió un burofax el pasado 26 de septiembre de 2024 en el que le anunciaba que tenía, a sus 82 años, que marcharse de allí antes del 1 de noviembre, cuando se debería haber renovado su contrato. “Estoy siendo expulsada”, matizaba ella al denunciar que se le había ocultado hasta el último momento la intención de vender el inmueble. Desde que contara su historia en EL PAÍS no ha parado de alimentar su voz literaria con unas “notas dispersas” que explican en primera persona cómo Marjorie ha dejado de “ser rentable para los intereses gentrificadores de la ciudad”:
Ahora tengo más claro el impacto de tener bastantes años —me siento más vulnerable, indagando en las preguntas que ya tenía, quizás aclarando algunas— también el declive, la pérdida de destrezas, el proceso de morir. También estoy avanzando. Todavía tengo mucho que quiero lograr. Empecé como escritora hace solo 20 años. Dada mi edad no es demasiado. No tengo formación como escritora, pero es mi alma. Siento pena porque este barrio ya no se siente como España, es un parque temático. A esto se le llamaba el Barrio de las Letras, y ahora todos los artistas y escritores han sido desplazados. Ha llegado mi turno.

Lo último que los operarios recogerán en el salón de Marjorie será su escritorio. Allí, sentada, la mujer ha trabajado en casi todos sus libros. También allí ha estudiado minuciosamente la legislación vigente para conocer hasta el último de sus derechos. Tanto ella como su “compañero”, José Luis, dicen que después del “quebranto” han llegado por fin a un punto de “liberación”. “Es como si me hubiera tenido que independizar de nuevo a los 82 años, a la fuerza. Ahora, cuando ya ha pasado, lo veo como algo positivo porque me he demostrado ser todavía independiente. Aun así, necesito más servicios que nunca, más ayuda, por la propia vejez”, dice. Y escribe:
No pensé que a esta edad se pudiera empezar de cero, mucho menos abandonar la idea de hogar que yo tenía, que era esta casa. Soy consciente de que esto es parte de la creación de “turistlandia”, una parte del nuevo orden mundial. Sé que no soy solo yo, ni que tampoco somos solo los madrileños. Sucede en todas partes. Los ricos se habían ido de estos maravillosos barrios y los habían abandonado. Ahora los están robando de nuevo. Nuestro lugar ya no es este.
La promotora nunca presentó por escrito una propuesta formal para alcanzar un acuerdo. Después de unos primeros intentos y engaños, comprobaron que Marjorie no tenía intención de marcharse con la premura exigida y que tampoco aceptaría chantajes. Terminaron adoptando una postura, en apariencia, menos agresiva. Por un lado, aceptaron las mensualidades que la mujer ha seguido abonando pese a que primero advirtieron que sería algo ilegal sin un contrato de por medio. Marjorie ha pagado su cuota de 800 euros hasta el último día. Mientras tanto, a través de terceras personas les hicieron llegar amenazas de denuncia. Marjorie obtuvo un certificado de vulnerabilidad en mitad del proceso, algo que según su abogada le permitiría permanecer en el inmueble al menos un año. No ha querido aferrarse a esta posibilidad para no entrar en litigios. Los representantes de la compañía han llegado a ofrecer dinero a cambio de que la mujer abandonara el inmueble “por las buenas”. También reconocieron que lo que estaban haciendo era “una gran putada”.


La vivienda será reformada próximamente, según dijeron en la promotora verbalmente. Después, la intención es venderla de inmediato. Marjorie, por su parte, se sumergió en una “desesperante” búsqueda de casa. En varias visitas ha sido rechazada por la edad. Terminó asumiendo que tendría que conformarse con algo más pequeño y mucho más caro. Con cierto halo de ilusión habla hoy de un bajo interior con una habitación que ha encontrado en Arganzuela, de unos 60 metros cuadrados, que le costará casi el doble. Allí, eso sí, no tendrá que soportar el ruido nocturno de su antigua casa y disfrutará de un bonito jardín en las zonas comunes. Cuenta que el nuevo casero ha sido especialmente comprensivo y la comunidad de vecinos parece acogedora. Ha firmado un contrato de un año, pero no oculta el temor de que la historia pueda repetirse. De entre las opciones que contempla para el futuro, está la de los pisos para personas mayores que aún son independientes, ofertados por el Ayuntamiento. Ya ha presentado su solicitud.
Tanto Marjorie como José Luis han afrontado casi todo el proceso con una salud maltrecha. Lo último ha sido un meñique roto por una aparatosa caída. “La ansiedad no se nos ha ido. Creo que yo fui empeorando hasta esta última fase, en la que me he obligado casi a ilusionarme con la nueva casa”, admite. Antes de que esto sucediera, anotó:
A mí me empezaron a echar de aquí mucho antes de que decidieran que no me iban a renovar el alquiler. Nos empiezan a echar de nuestras casas cuando cambian la ciudad que tienes debajo. Es una invitación sutil y progresiva para que te marches de allí. El centro se ha convertido en un lugar insoportable: más hostil y menos vivible. Con esos cambios a tu alrededor empieza todo. Creo que no hay vuelta atrás.
Mientras José Luis ayuda desde primera hora a desatornillar y desmontar algunos muebles, Marjorie recorre la casa con el cepillo y el recogedor. También se afana, despistada, en los libros que se quedará. Igual que si estuviera editando uno de sus textos, Marjorie ha tenido en estos meses que reducir todas sus pertenencias a la mínima expresión por la futura falta de espacio. Ha regalado mesas, espejos, muebles y ha donado más de cien volúmenes a la librería The Secret Kingdom de la calle Moratines. “Es bastante doloroso decidir qué es importante y qué no lo es después de tantos años”, comenta. En este proceso de “huida”, lo que Marjorie Kanter ha hecho ha sido huir hacia dentro de sí misma. Una vez claudicó ante lo que estaba sucediendo, una vez aceptó que su destino era marcharse para dejar paso a un turista con maletas, el único punto de apoyo que encontró ha sido su escritura. Con esa palanca se ha levantado.

En realidad, no es la nueva casa lo que la ilusiona de veras, sino el haber recuperado una cierta voz como autora después de todo. Dice que los males avivan sus ganas de escribir, de “estar actualizada”. También afirma que nunca pensó escribir sobre la gentrificación, del mismo modo que tampoco imaginó que cuando se pusiera a desembalar aleatoriamente, en la primera caja encontraría de nuevo ese puñado de monedas que para los Kanter son su tesoro y que el “Abuelo” había dejado esparcidas de mala manera entre los cartones. Tras el hallazgo, mandó este mensaje:
Ahora mismo podría deshacerme de un millón de cosas si no estuviera tan cansada. Hemos abierto un montón de cajas y estoy empezando a sentir que ahora sí habrá una resolución. Creo que una vez te mueves, estás preparado para deshacerte de cosas que antes no creías que pudieras desechar. Y yo estoy realmente lista.

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