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Reportaje:

Tres ases para la concordia

Las estelas funerarias del general republicano Hidalgo de Cisneros, del capitán Haya y García Morato, juntas en el Museo del Aire

Madrid acaba de reunir un trío de ases. Con él, vence dos envites: el de la recuperación de la memoria histórica y el de avanzar en la senda de la concordia. El poeta y aviador Antoine de Saint-Exupèry llevaba razón cuando aseguraba: "Los aviadores forman una familia que sólo la guerra separa y que la muerte vuelve a unir". Prueba de su certeza es lo sucedido hace apenas unas semanas en el Museo del Aire de Madrid. Una estela en piedra dedicada al general Ignacio Hidalgo de Cisneros, jefe de la Aviación republicana española durante la Guerra Civil, figura ya junto a las de otros dos conocidos aviadores, del bando nacionalista: el capitán Carlos Haya y el comandante Joaquín García Morato.

Pese a las fronteras ideológicas que los separaron y les llevaron a combatir en bandos enfrentados durante la contienda, supieron mantener la caballerosidad y el respeto que se deben los compañeros de armas. Hoy, la cercanía de sus estelas de piedra en el museo madrileño sella y rubrica aquella lealtad, 67 años después del fin de la contienda bélica que, los tres, libraron sobre los cielos de España.

El milagro ha sido posible gracias a una conjunción de circunstancias favorables y a la mediación de personas como el comandante Juan Manuel Riesgo, historiador y politólogo, uno de los jefes castrenses que más ha destacado en el proceso por equilibrar la historia militar hispana. El pasado 18 de julio, en el coloquio posterior a una conferencia sobre la Defensa Nacional del Secretario de Estado Francisco Pardo en los Cursos de Verano en El Escorial, Riesgo propuso recuperar el monolito de Hidalgo de Cisneros, que se hallaba en el jardín de la Embajada de España en Bucarest. Pardo le dio esperanzas. Previamente, Enrique Moral, ex concejal del Ayuntamiento de Madrid, Mercedes Cabrera, hoy ministra de Educación y el historiador Edward Malefakis, en febrero de 2005, en una presentación literaria en la Residencia de Estudiantes, se adhirieron a una propuesta para repatriar la estela.

El general Francisco José García de la Vega, hoy jefe del Estado Mayor del Aire, prestó oídos a la demanda. Así, el pasado 31 de julio, se aprovechó el vuelo oficial a Rumanía de un equipo aéreo español - iba a participar en una exhibición internacional en Constanza -en el que a bordo viajaba el general Federico Yániz, director del Museo del Aire. De vuelta a España, se detuvo en Bucarest para hacerse cargo del monolito. La estela funeraria, de piedra caliza, con un peso de 270 kilos, fue traída a la base de Getafe, desde la cual pasó a ser instalada hace unas semanas en la pradera que da entrada al Museo del Aire, situado en la carretera de Extremadura, en el kilómetro 10.800. A su lado, bajo dos grandes prunos de copa granate, se encuentran las efigies del capitán Haya y la del comandante García Morato.

Hidalgo de Cisneros, descendiente de un virrey español en América, había nacido en Vitoria en 1894. Militar vocacional, su paso por la guerra de África como piloto marcó en él un cambio ideológico profundo. En el Sahara entabló amistad con Antoine de Saint-Exupèry. Conoció a Constancia de la Mora, también aristócrata y de ideas progresistas. Fue la primera divorciada española que, tras su separación, contrajo matrimonio. Unieron sus vidas. Estalla la guerra. Ingresan ambos en el Partido Comunista de España. Cuando el general Núñez de Prado, leal a la República, es fusilado, Hidalgo, su segundo, es nombrado jefe de la Aviación republicana.

Con el curso de la guerra, Carlos Haya, un excelente piloto, al que Hidalgo instruyó antaño, es derribado con su avión sobre el frente turolense en febrero de 1938 y muere en combate. Joaquín García Morato, también combatiente en el bando de Franco, hace llegar a Ignacio Hidalgo una nota que deja sobre un aeródromo republicano. En ella le escribe: "Carta abierta a los coroneles Ignacio Hidalgo de Cisneros y Antonio Camacho Benítez: no me dirijo a los amigos de ayer ni a los enemigos de hoy, sino a vosotros por ser compañeros del finado. En el puerto de Escandón ha sido derribado Carlos Haya y su viuda pide su cuerpo, petición a la que me uno... Si un día nos encontramos en el aire, os saludaré agradecido".

Hidalgo de Cisneros que, pese a su alto cargo, vuela y combate con su escuadrilla, remueve Roma con Santiago y se vuelca en intentar satisfacer la petición de su adversario: pero el fragor de la contienda trunca sus propósitos. Haya es enterrado sobre el mismo frente.

Al poco, sin embargo, un piloto, Joaquín Calvo, hoy presidente de la Asociación de Aviadores de la República y entonces a las órdenes de Hidalgo, se cruza en el cielo con un aviador enemigo tocado de un casco blanco. Calvo ha estado a tiro y él -García Morato- no le ha disparado. Perplejo, Calvo lo comenta en tierra a su superior, que recuerda entonces la promesa hecha por García Morato. "Hoy has vuelto a nacer", le dice con una sonrisa. El comandante, que solía llevar casco blanco, moriría el 4 de abril de 1939 en una exhibición en Griñón.

Hidalgo de Cisneros se exilió al concluir la guerra y murió en Bucarest en 1966, donde residía una parte del Comité Central del PCE, al que el aviador perteneció. Al morir, un monolito fue colocado sobre su tumba: "Ignacio Hidalgo de Cisneros, general de Aviación (1894-1966). Héroe del pueblo español", rezaba. Es el mismo lema que ahora puede el visitante leer, junto a los de los también bravos pilotos Haya y García Morato. Hidalgo les sobrevivió 25 años. Les recordó siempre. Hoy, los tres ases de la aviación española tienen sus estelas, de distintos tamaños pero casi hombro con hombro, bajo un mismo y límpido cielo.

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