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Crónica:BARCELONA MUSEO SECRETO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Escultor de retirada

El otro día, acompañado de mi amigo invisible, el político vasco Anasagasti, cuyo laborioso peinado le mereció en Bilbao el alias de El Código de Barras, estuve en el cóctel del 60º aniversario del Museo Marès, y en el tintineo de las copas de cristal en brindis por Marès, díjele a Anasagasti: "Fíjate, Iñaki, qué arbitraria e ingrata puede ser a veces la vida, pues ensalza la memoria de unos y condena a otros al olvido, no por sus merecimientos, sino por capricho del azar. Así, mientras la mónada del escultor y coleccionista Marès crece, la de Clarà, quintaesencia de la tendencia helenística predominante en Europa en los primeros años del siglo XX, aquí llamada noucentisme, se achica, se ahoga, desinfla y encoge, porque -digámoslo sin tapujos- su legado a la ciudad fue tratado como Groucho Marx trató el contrato de Una noche en la ópera: 'La parte contratante de la primera parte...', ¡raaaaas! El museo cayó en progresivo abandono y mediados los noventa, so pretexto de que apenas recibía visitas -¡como si a turistas y estudiantes y demás cándidos no se les trajese y llevase adonde convenga!-, se cerró y las obras se distribuyeron entre el Museo Comarcal de la Garrotxa y el MNAC, donde una sala muestra las mejores: el busto de Xènius, Estática, Joventut, Puixança, etcétera. También cuando una panda de gamberros nocturnos destruyeron el elegante y digno Monumento a los Caídos de Clarà en la Diagonal (para levantar otro mucho peor en el Fossar de les Moreres) nadie dijo: "¡Pero oiga! ¡Bastaba con cambiar la placa y dedicarlo a los muertos que tocase!", y yo mismo, pudiendo hablar, callé en ambas ocasiones, pues confiaba en el criterio de nuestras autoridades. "Ah, pero entonces yo era más viejo / ahora soy mucho más joven".

De pequeño me enseñaron a apreciar la Diosa, antes Enigma, de la plaza de Catalunya como uno de los iconos más logrados de la ciudad, y el estilo del autor, contenido, nada retórico, que algunos encuentran frío. Quizá por esa supuesta frialdad, o porque se mantuvo al margen de los movimientos de vanguardia, ahora Clarà se retira. Su museo se ha convertido en biblioteca de barrio, la Biblioteca Clarà; en el jardín se han dispuesto unas cuantas piezas suyas entre dos hileras de febles naranjos. Ciudades hay que preservan y potencian las casas museo de sus creadores, que son una delicia, sí, incluso las de escultores, por anacrónico que parezca este arte. Aunque sé que la sola visión de un torso de Apolo sobrecogió a Rilke hasta el extremo de hacerle exclamar, en el último verso de un poema soberbio: "¡Has de cambiar de vida!", la escultura me parece un arte un poco ajeno ya desde el siglo I después de Cristo, desde que Luciano de Samosata la rechazaba estando sumido en su famoso Sueño, y la rechazaba por ser mujer hombruna, tosca, con las manos callosas, siempre sucia y polvorienta, y en cambio se echaba en brazos de la Retórica, muchacha pulcra y esbelta, cuyo servicio no exige hacer esfuerzos sobrehumanos.

Clarà desde luego los hacía. El universitario que para escribir su tesis de licenciatura estudie los dietarios y la copiosa documentación que guarda el MNAC encontrará pasajes como éste, anotado poco antes de morir, en el que hace balance de su vida, y que yo copio de la muy competente monografía de Mercè Doñate: "He llegado en mi vida a prescindir de todo placer para ocuparme única y exclusivamente del ejercicio de mi arte. Toda mi vida por mi arte, él es para mí un culto y un sacerdocio. Como muchos hombres, podía haberme casado y he tenido ocasiones que podían colmar mis deseos". Me agrada saber que aunque conoció a Rodin, y frecuentó a Maillol, y coqueteó con Isadora Duncan, y tuvo gloria internacional, aquí vivía como solterón con sus hermanas, y que poco antes de morir fue al cementerio para colocar el relieve La fe en su tumba. Me parece todo muy barcelonés.

A lo mejor ese estudiante hipotético podrá bajar también a la sala de reservas del MNAC, avanzar bajo las altas bóvedas por el laberinto de corredores, desplazar sobre los rieles de aceitado acero los compactos (estanterías) donde un ejército de figuras de barro, mármol, piedra y bronce, perfectamente alineadas, aguardan en silencio su segunda oportunidad, y por fin encontrará los claràs: cada pieza modelada con seriedad y amor, y envuelta en plástico transparente, que a la luz del neón parece un celofán lujoso y lanza destellos diamantinos.

museosecreto@hotmail.com

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