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Columna
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Niños de la guerra

El Ayuntamiento de Santurce me encargó una conferencia, "reflexiones históricas" sobre "los niños de la guerra civil española", pues instalaba una exposición sobre el asunto y, casi setenta años después, inauguraba una placa conmemorativa de la marcha de los niños, una iniciativa más que sensata. Al historiador siempre le provoca inquietud contar la historia ante quienes han vivido los acontecimientos, por mucha reflexión que le eche o despliegue documental. En esta ocasión el empeño era particularmente arduo, pues asistieron varias decenas de niños de la guerra, un centenar largo, quizás dos. Y pasó lo que tenía que pasar. Aludía el historiador a la marcha del buque Habana el 12 de junio de 1937, desde Santurce, con casi 2.000 niños que salían de España en condiciones dramáticas hacia un destino incierto y azaroso. Con razón interrumpió el discurso una mujer que partió en el barco, y contó cómo lo recordaba perfectamente, y que era un día lluvioso y triste. Nos contó los miedos que pasaron en el viaje, y los temores que les provocó el Cervera, que creían les iba a bombardear, quizás a hundir. Lo del Cervera debió de ser persecución, pues otro hombre, que partió en otra expedición, recordó también que les amenazaba. No eran propiamente pesadillas infantiles.

Así las reflexiones de la historia se convirtieron en historia pura y viva, y los protagonistas, que se refieren a aquellos acontecimientos como presentes, desgranaron en público o en corros cómo les fueron las cosas, mejor o peor, en Francia, en Bélgica, en Inglaterra... lo duro que fue para los niños que marcharon a Rusia y que no pudieron volver hasta 1956. Contaron algunos qué difícil fue el regreso, a una España empobrecida y derrotada -la suya era la España que perdió la guerra-, y que no siempre fue sencillo encajar en su familia y en su entorno, sobre todo para quienes habían pasado casi veinte años fuera. Es sabido que la mitad de los niños de Rusia retornó a la Unión Soviética.

Han pasado siete décadas y la experiencia vital de esta gente casi no ha recibido reconocimiento público, sino en los últimos tiempos y apenas. Y eso que fue fenómeno de dimensiones -más de 30.000 niños marcharon al extranjero, tantos miles de familias rotas- y hasta cierto punto novedoso, pues si bien de siempre los niños han sufrido las guerras en primera carne, durante la Guerra Civil por vez primera se organizaron expediciones oficiales de niños solos, para alejarles del escenario bélico. Recordar a los niños de la guerra civil no es sólo cuestión de justicia y de mantener la memoria histórica. Es también la manera de avisar sobre la brutalidad de las guerras, sobre su soberana estupidez, sobre los extremos de barbarie a los que se suele llegar. Nunca está de más advertir hasta qué punto tiene valor la paz, la democracia, y que hay cosas con las que convendría no jugar.

A los niños de la guerra -los de la guerra civil- la historia les marcó definitivamente, incluso a quienes permanecieron en el extranjero pocos años. Ser niño de la guerra, que parece "hijo de la guerra", no significa sólo sufrir una contienda bélica en la infancia. Es eso y algo más. Consiste en que la guerra les forzó a circunstancias y llevó hacia derroteros que en ningún caso hubiesen recorrido de no mediar la tragedia bélica. De ahí esa conciencia que comparten de haber sufrido en su infancia una experiencia trágica y excepcional, que les singulariza generacionalmente y proporciona vivencias difícilmente transmisibles. Comparten recuerdos, soledades y lenguajes y el historiador apenas puede atisbar sus pasados siempre presentes, no digamos vislumbrar esa suerte de dolor vital.

Resulta imprescindible incorporar a nuestros recuerdos públicos del pasado el de estas trayectorias. No para reproducir hostilidades históricas ni para desquites partidistas, sino por la obligación social de reconocer nuestra historia, de compartirla, de conocerla para intentar que no se repitan estas tragedias, aquí o en otros lugares. El año que viene se cumplen los 70 años de las principales expediciones de niños que marchaban al exilio. Es tarde, pero aún así puede ser la ocasión de que se salde esta deuda histórica, por la vía del recuerdo público.

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