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39º Festival de Sitges

'Ellos': la banalidad del mal

David Moreau y Xavier Palud estaban rodando un spot publicitario en un país de Europa del este cuando el chófer que les conducía al trabajo les contó una historia terrorífica. Por lo real. Los cuerpos sin vida de un hombre y una mujer aparecieron en los alrededores de la casa de campo en la que residían. Días más tarde, la policía detendría a los asesinos, desvelando la inquietante banalidad del horror. Ése fue el punto de partida de Ellos (Ils), primer largometraje de Moreau y Palud que el Festival de Sitges ha proyectado en la primera jornada de su sección oficial. La verosimilitud de la pesadilla que describe es su mejor arma para incomodar a un espectador que deja de ser voyeur para compartir la victimización de sus personajes principales.

"Hemos estudiado mucho el trabajo de algunos directores del cine de terror de los ochenta, especialmente en cuestiones de puesta en escena", señala David Moreau, "pero el género experimentó un viraje hacia lo realista a partir del éxito de El proyecto de la Bruja de Blair y hemos querido inscribir nuestro trabajo en esas coordenadas. El terror ha abandonado lo fantástico para abrazar el realismo, porque lo que nos rodea puede dar mucho miedo".

A la pareja de cineastas se le nota madera de estudiosos del género, pero en Ellos hay algo más que cinefilia aplicada: el resultado final es cine de terror puro, pero su final demoledor (que no conviene desvelar) acerca la propuesta al trabajo de autores que, como Michael Haneke, se han convertido en cronistas de nuestra lenta inmersión en la amoralidad. "Cuando, en Funny games, Haneke coloca la cámara tras el sofá donde una mujer sufre tortura, está convirtiendo al espectador en culpable, en alguien que quiere ver lo que se le escatima", apunta Moreau, "pero, en nuestra película, la cámara está siempre al lado de los personajes, sólo al final adopta una mirada objetiva".

"Hemos hecho una película atea", añade Xavier Palud, "si al final de una película, el mal está encarnado en el diablo, al público le resulta tranquilizador. En Ellos quien clava el cuchillo no sabe que lo que está haciendo es malo, porque no posee las referencias que le permitan entender dónde están los límites".

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