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Columna
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Mortificación de la naranja

En los años primerizos de TVV, como cinco lustros atrás, a los periodistas y políticos progres les chocaba, e incluso escandalizaba, que el llamado ente abriera por estas fechas sus telediarios dando cuenta de la producción citrícola prevista o del inicio de su campaña exportadora. Se suponía que esta suerte de rito noticioso estacional y rutinario delataba, además de poca imaginación, el propósito de trivializar los contenidos informativos, soslayando hechos que se juzgaban de mucha más enjundia. ¿A quién podía interesar un episodio meramente simbólico que a fuer de reiterado era casi litúrgico y poco menos que banal? Otra cosa, por su morbo o trascendencia económica, podrían ser las crisis y problemas del sector, aunque de eso se hablase menos.

Sin embargo, la televisión autonómica, en este caso y excepcionalmente, creemos que acertaba, pues esa primacía noticiosa de la naranja no había que valorarla por sí misma, sino como expresión de un universo social y productivo, el citrícola, que venía haciendo sentir históricamente sin competencia su peso económico y temperatura política en Valencia y su ámbito autonómico. Dos cualidades que se han ido diluyendo sin pausa y en la misma medida que el campo -genéricamente considerado- ha encogido su participación en el PIB (Producto Interior Bruto), aunque supone todavía la segunda rúbrica exportadora y los cítricos sumen el 60% de la producción final agraria. O sea, que el sector y la citricultura siguen siendo una parte respetable de nuestra riqueza, pero los labradores ya no tienen el fulgor de otrora ni son una buena veta electoral: no sobrepasan el 4% de los votantes. De ahí no pocas de sus aflicciones.

Estos días, en cumplimiento del calendario, se han publicado las cifras y expectativas de la campaña naranjera que empieza. Se ha recuperado la normalidad de la cosecha, que alcanzará casi los cuatro millones de toneladas, lo que delata en opinión de los entendidos un excelente rendimiento habida cuenta de la reducción de la superficie cultivada. Por este lado, pues, el productor tiene un motivo de satisfacción, sobre todo después de la temporada pasada, arruinada por las heladas y los precios. En ésta se tiene la impresión, aunque más fundada en el deseo y la necesidad, de que las cotizaciones van a entonarse, pero sólo es una impresión, puesto que por ahora no hay mercado y el que se perfila habría que considerarlo mortificante para el labrador, especialmente el pequeño propietario.

Como es sabido, éste es el eslabón más débil de la cadena que comienza en el árbol y acaba en la cesta de la compra. Sus relaciones con el comercio han sido generalmente azarosas y más a menudo ha estado en manos de aquel que lo contrario. Un fenómeno que se ha ido agudizando, como se refleja en la fórmula que menudea y que consiste en comprar en el campo pero liquidar según el resultado de la comercialización, decantando así la mayor parte de los riesgos en el productor, que queda al pairo de cómo se defiendan los precios. "¡Por si no fuera bastante con vigilar y aquilatar los costos!", que clamaba, desalentado, uno de esos agricultores, titular de unas pocas hanegadas y arquetipo del productor tan pegado a su roglet -que dice- como desarmado ante el mercado.

Quizá fuese oportuno que los sociólogos nos describiesen el perfil humano y social de este pequeño y mediano productor de cítricos en estos momentos poco venturosos para él, si nos atenemos a los augurios de la mercadotecnia. Aplazar demasiado ese escrutinio podría equivaler a perder de vista este tipo humano que ha configurado buena parte de nuestra idiosincrasia y, lo que es más evidente, de nuestra imagen colectiva. La exageración no es tal: basta con ver el proceso urbanizador que devora toda suerte de parcelas y derrite cualquier resistencia. Tanto más si se trata de cambiar millones en mano por unos huertos que apenas si dan ya satisfacciones. Y más aún: jugando al golf sobre esas mismas tierras transformadas puede aliviarse la nostalgia de su pérdida.

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