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Reportaje:

El titán, a todo pulmón

Raphael regresa con todos los elementos que le convierten en el rey del melodrama

Cuando uno tiene que escribir sobre Raphael siente, como santa Teresa de Jesús, que no le llegan las palabras. Es difícil estar a la altura del exceso raphaeliano y atrapar el esquivo poder de seducción de su paradoja, porque el artista -una voz en Cinemascope emitida por un cuerpo de arte y ensayo- parece repeler todo intento de domesticación taxonómica. Se puede recurrir al chileno Pedro Lemebel, el escritor que más raphaelianamente ha hablado de Raphael, y apropiarse de conceptos como "pirueta colifrunci", "pestañazos de su canto", "guaripolas aladas de su baile" o "niño senil y travieso", pero no hay que olvidar que el artista es, a la vez, una esencia inmutable y una realidad que cambia de definición cada cinco segundos.

El espectáculo está envasado al vacío y es una estravagancia en blanco y negro
La presencia del cantante fue tan inspiradora como inquietante

El Raphael de su debut madrileño en esta intensa semana de actuaciones fue, a la vez, Ave Fénix y Dorian Gray. Una presencia tan inspiradora como inquietante, que pisó el escenario para recibir una larga ovación con el público en pie, antes de abordar a capella (y sin micro) A veces me pregunto en una (casi) circense demostración de poderío. Raphael ha cerrado su libro del convaleciente y ha recuperado su registro en sensurround. Su voz vuelve a deslumbrar. El concepto de Raphael. Cerca de ti es la versión raphaeliana de lo que, en otro universo, sería un Raphael unplugged: el formato intimista (voz y piano) de lo que podríamos recordar como un concierto de Raphael, con la salvedad de que lo más desmesurado de ese recuerdo -ese chorro vocal y sus sobreactuados equilibrismos- sigue estando ahí. El único unplugged estricto que podría hacer el artista sería un concierto de Raphael sin Raphael: es decir, una imposibilidad, otra paradoja.

A la cita acudieron actores como Pablo Carbonell, Raúl Sender, Lina Morgan, Santiago Segura, Jaime Blanch, Carlos Hipólito, Lola Herrera, Eduardo Aldán o Miguel Ángel Solá; periodistas como Concha García Campoy, Nieves Herrero, José Calabuig o Luis María Anson; políticos como la ministra Carmen Calvo, José Bono o Marcelino Camacho, y colegas de profesión -y ocasionales compañeros de viaje- del propio artista como Pastora Soler, Alaska, Luis Cobos, Manu Tenorio, Sergio Dalma, Jaime Urrutia, Álex Casademunt y Enrique Bunbury. Precisamente fue obra de este último, indiscutible heredero del raphaelismo, el primer estreno de la noche: la espléndida canción Ahora, un tema que establece el tono de recapitulación, meditación otoñal y reconciliación con la vida que (se intuye) podría marcar su inminente nuevo trabajo discográfico y que (se comprobó) recorre tan maratoniano recital. La complicidad establecida con artistas como Alaska o Bunbury aporta una oportuna clave para descifrar a Raphael: superadas adhesiones o rechazos coyunturales, neutralizada la ironía de imitadores, el discurso creativo de Raphael da un salto intergeneracional y dialoga con quienes han sabido comprender, en toda su barroca riqueza, el arte casi suicida del melodrama exasperado hecho canción y gesto.

Como todos los grandes, Raphael ha hecho de su repertorio una suerte de autobiografía atomizada y encriptada: algunos temas han quedado asociados a recuerdos o viejos manierismos; otros -como el Gracias a la vida de Violeta Parra- son susceptibles de ser reciclados para reflejar su contemporáneo momento anímico. Integrado por 37 temas, su concierto no conoció tiempos muertos: él pertenece a la rara estirpe de Mina, Renato Zero o la llorada Rocío Jurado, única voz capaz de batirse en duelo con Raphael sobre el cuadrilátero del Como yo te amo, de Manuel Alejandro. No hay pieza menor en esta liga: para cada uno de estos monstruos sagrados, la canción (cualquier canción) es una cruel amante con la que comprometerse a muerte durante tres minutos capaces de abolir el tiempo.

Raphael. Cerca de ti es un espectáculo envasado al vacío, una extravagancia en blanco y negro en la que reaparecen algunos de los números inmortales del artista: la relajada coreografía con la chaqueta al hombro de Mi gran noche, el doliente diálogo con una silla de oficina de No puedo arrancarte de mí -que sitúa a Raphael en un punto equidistante entre el Cesare de Conrad Veidt y un Cliff Richard trágico-, la mímica con bastón y bombín invisible en la intro de Maravilloso corazón y el casi gótico estallido final de Frente al espejo, con su falso ídem hecho añicos. Su repertorio tiene algo de la belleza perturbadora de un cuadro de payasos tristes, de un tebeo de Florita dibujado con el trazo torturado de Auraleón -el dibujante más raro del Vampus- o de la lágrima (falsa) del último mimo sobre la Tierra. La cima kitsch se alcanzó en el clímax de Maravilloso corazón, equivalente musical a una noria pintada por el Maestro Palmero, con su invitación al éxtasis participativo: "Agarraos de las manos, que todos somos hermanos. ¡Y en pie!".

Llegar al final de las casi tres horas de concierto sin magulladuras en el ánimo quizá esté reservado al integrista del raphaelismo. Fue, en suma, demasiado Raphael para el raphaelista moderado. Una sobredosis para creyentes pero, sin duda, un espectáculo irrepetible. Este crítico salió del teatro como si le hubiera pasado por encima un mamut albino esculpido en porcelana Lladró. Por lo menos.

Raphael, durante su actuación el lunes en Madrid con su espectáculo <i>Cerca de ti. </i>
Raphael, durante su actuación el lunes en Madrid con su espectáculo Cerca de ti. CLAUDIO ÁLVAREZ

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