Ataque de pánico
Al Gobierno, y a una parte del Partido Socialista, le ha entrado un ataque de pánico no ante la dimensión de la inmigración irregular, sino ante el efecto que la cuestión está teniendo en la opinión pública, reflejada en las encuestas en las que ya está arriba de las preocupaciones ciudadanas. La política de altura exige no ir por detrás de la opinión pública sino por delante (y ser juzgado en elecciones). Este Gobierno había diseñado una política de inmigración razonable.
Con el giro declarativo respecto a que no habría más regularizaciones masivas, que el mercado laboral no admitía más inmigración irregular (lo que no es verdad), y otros signos de endurecimiento, ha socavado la credibilidad de una política bien diseñada, sin realmente reemplazarla por nada, aunque haya empezado la repatriación no masiva de irregulares a Senegal. Algunos acaban allí en cárceles. La libertad de entrar en otro país no es un derecho humano (entre europeos nos ha costado 40 años). La de salir y entrar del propio sí.
Entiéndase por razonable el Plan África, los acuerdos y medidas bilaterales, la europeización de esta política de inmigración, la educación, etcétera. Tomará su tiempo. Un problema político es que las soluciones son a largo plazo, y la presión a corto. Aunque todo esto era previsible, y previsto, desde hace más de 10 años. Pero es significativo que la canciller alemana haya admitido que la inmigración ilegal es un "problema de toda Europa", y que África "está cerca". En su día Alemania pidió solidaridad para repartir los refugiados de las guerras de los Balcanes. Cada cual tiene sus inmigrantes, por su pasado, su presente o su geografía. Los senegaleses llegan también a Francia desde España.
Los temores ante la inmigración no son algo exclusivamente español. La última encuesta sobre Tendencias Transatlánticas del German Marshall Fund indica que un 79% de los estadounidenses y un 76% de los europeos (72% en el caso de los españoles) ven la inmigración en grandes números como una amenaza importante en los próximos 10 años. Pero muy por debajo del terrorismo, el calentamiento global o la marcha de la economía. En lo que quizás los españoles sean diferentes es en la percepción media, que reflejan las encuestas del CIS, de que el monto total de inmigrantes alcanza el 20,4% de la población, es decir, más del doble de los que son en realidad. Algo falla profundamente en la información y en la pedagogía.
El PP y el PSOE hablan de un pacto nacional sobre inmigración. ¡Ojalá! Pero que no sirva para no hablar del tema, sino para explicar a los ciudadanos que éste es un desafío que no tiene solución a corto plazo, y al que los cambios precipitados de leyes poco aportarán. La regularización masiva que realizó el actual Gobierno, que debió consultar antes con sus socios europeos, se aplicó a inmigrantes ilegales que habían llegado en su mayoría en tiempos en que gobernaba el PP. Salvo con cañoneras, no es posible sellar esas fronteras líquidas. Tampoco se puede dejarlas totalmente abiertas. Italia no les hace pasar de Lampedusa o Sicilia a Roma, y repatría muchos más.
Los inmigrantes, legales o ilegales, son necesarios pero, en general, no gustan. Sin embargo, si el número de españoles que piensan que son demasiados ha ido creciendo desde 1995, entre 2002 y 2005 ha disminuido la proporción de los que prefieren que sean de raza blanca o cristianos, en favor del nivel educativo y la calificación laboral. A la vez, siempre según datos del CIS, los españoles se han ido abriendo a la idea de que los inmigrantes puedan preservar sus culturas, es decir, al multiculturalismo frente a la asimilación.
Los cayucos -los que llegan, puesto que hay más de 3.000 personas que han fallecido este año en el intento- tienen más visibilidad que el número de inmigrantes irregulares que entran por tierra o por aeropuertos españoles y del resto de Europa. Éste es un problema de muy difícil gestión. Por eso mismo no convienen quiebros repentinos, ni hipocresía, ni populismo. Esas armas las cargas el diablo.
aortega@elpais.es
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