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Columna
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Las prisas de Camps

Aún no está claro si el curso político va a ser interesante, pero lo que sí es evidente es que va ser duro. El anuncio de los socialistas valencianos de que van a presentar una moción de censura contra el Gobierno que preside Francisco Camps y sobre todo la respuesta del PP, auguran que de aquí al mes de mayo vamos a asistir a una larga campaña electoral marcada por la extrema belicosidad.

El secretario general de los socialistas valencianos, Joan Ignasi Pla, ha avanzado ya las causas que justifican la moción de censura: la presunta corrupción de numerosos cargos del PP, la especulación urbanística, la falta de iniciativa política de Camps y el abandono de los servicios públicos, puesto de manifiesto con el mayor accidente de metro de la historia de España. Esta sucinta relación daría para un festival de películas al modo del filme Hay motivo, aquel con el que numerosos cineastas españoles censuraron al prepotente Gobierno de José María Aznar. Y es que la simple lectura de los periódicos da para mucho. Para argumentar una moción de censura, desde luego, pero también para inspirar guiones con todas las variantes del género negro.

Es obvio que la moción de censura no puede prosperar y que con su presentación, además de erosionar al PP, los socialistas pretenden dar la máxima visibilidad a su secretario general, reforzando su candidatura a la presidencia de la Generalitat y haciendo verosímil su discurso y su programa. Sin embargo, el simple anuncio de la moción de censura tiene también efectos colaterales en absoluto desdeñables. De entrada significa tomar la iniciativa. La oposición pasa a controlar la agenda política y subraya de forma solemne su crítica al Gobierno. Además, en un partido tan dividido como el PP, el anuncio incide en la permanente batalla interna que enfrenta a los partidarios de Camps y de Zaplana. No es que los diputados zaplanistas vayan a dejar de votar a Camps, pero lo que parece evidente es que su apoyo cotizará más caro en el bando de los favores internos. De ahí las prisas de Camps, quien inmediatamente después del anuncio de Pla, se comprometió a agilizar la tramitación de la moción de censura para que el debate parlamentario se celebrara "cuanto antes". Camps quiere que lo que será para él un trago amargo, pase cuanto antes. Tiene por lo menos tres factores que le provocan la prisa. La recuperación del control de la agenda política, sería el primero, aunque sólo fuera por disponer de un cierto margen de tiempo para la recuperación, en el caso de que Pla saliera fortalecido del debate. Los problemas en la elaboración de las listas y la consiguiente batalla interna es otro factor que explica las prisas de Camps en quitarse cuanto antes de encima lo que, se quiera o no se quiera, no deja de ser una espada de Damocles. Finalmente, y aunque no esté de moda en los análisis políticos aludir a elementos personales, en el caso que nos ocupa el factor psicológico tiene su importancia. Francisco Camps, a diferencia de un Eduardo Zaplana, que era capaz de partirse de risa durante la comisión de investigación del 11-M, no es un cínico absoluto. Una persona de la formación de Camps sabe que se puede errar no sólo por acción, sino también por omisión. En este sentido, su propia debilidad, aliándose por conveniencias internas con dirigentes del PP implicados en casos de corrupción, no le resulta cómoda. Como no le ha resultado cómodo todo el debate en torno a la responsabilidad de su Administración en la tragedia del metro, que le ha mantenido en una situación de bloqueo psicológico. La moción de censura le pondrá delante de un espejo, más o menos exagerado por la oposición, pero al fin y al cabo un espejo, cuyo reflejo sabe, y ese es su drama personal, que no le va a gustar.

De ahí las prisas y la huida hacia delante. Una huida que se ha caracterizado por las críticas del PP a Joan Ignasi Pla y por el intento de Camps de abrir un debate con el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. La trampa es evidente, en lugar de enfrentarse al obligado examen democrático que supone el mecanismo de la moción de censura, se opta por la descalificación del opositor y por buscar enemigos externos a quien endosarle las propias carencias. Lo cual dice muy poco del respeto a los procedimientos democráticos y por consiguiente a los ciudadanos, a los cuales unos y otros están representando.

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