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Los chicos que pasaron del blanco y negro al tecnicolor

'Hippie', de Barry Miles reconstruye el movimiento contracultural

Andrea Aguilar

Desde 1965 a 1971 con sus modelos psicodélicos, su música y su búsqueda de formas de vida alternativa plantaron cara al sistema. La contracultura se popularizó, se dejó pelo largo, se lanzó al consumo de drogas y se vinculó a los movimientos pro derechos civiles, ecologistas y feministas. Y una guerra, la de Vietnam, que causaba estragos entre las tropas estadounidenses, convirtió a miles de hippies en la cara más llamativa de las protestas contra la guerra.

"En general los activistas miraban a los hippies con desdén. No entendían cómo podían pasarse la vida tomando drogas, tocando música, meditando y contemplando el vacío mientras la gente era asesinada por su propio gobierno en una guerra encubierta", escribe Barry Miles en Hippie (Global Rythm Press), un compendio de recuerdos, citas y fotos que reconstruye lo mejor y lo peor de la revolución que trajo consigo este movimiento.

Desde su casa de Londres el dueño de las librerías underground de los setenta de esa ciudad, miembro fundador de la revista International Times y figura clave en el sello Apple asegura que tanto "la globalización como Internet hacen muy difícil que hoy se articule un movimiento como aquel, aunque haya una guerra devastadora e injusta. Cualquier revolución enseguida es transformada en un bien de consumo", asegura.

Herederos de los poetas de la generación beat, los jóvenes del movimiento contracultural de mediados de los sesenta consiguieron popularizar aquel legado. "Muy pocos leyeron los versos de Ginsberg y sin embargo miles de personas escuchaban las canciones de los sesenta, de aquel pop sofisticado". Los hippies cuyo aliento final quedó en las crestas punk también anunciaron la llegada del posmodernismo. "Antes de 1965 ya existían todos los grupos que entonces cobraron protagonismo. Pero aquel fue el momento en que todos se unieron. Hubo un intercambio de ideas, una interacción que derribó los géneros. Los Beatles se reunían con psiquiatras; la lectura de Ginsberg en Londres fue un histórico punto de encuentro; los escritores hacían letras para canciones. Nadie se conformaba con su área de influencia, todos se lanzaban a experimentar". Una experimentación estrechamente ligada a la inocencia algo que hoy parece perdido. "Ya no podemos ser inocentes. Hoy, incluso los jóvenes son ancianos".

Aquella rebelión joven, libre, narcotizada y furiosa se enfrentaba a situaciones muy distintas. En Estados Unidos fue un revulsivo contra la perfecta sociedad de consumo carente de emociones. En Reino Unido afectó a la primera generación después de la guerra que tenía dinero en los bolsillos para gastar. "Aquí no fue tan extremo pero se cuestionaba todo lo establecido y se puso en duda la dura jerarquía de clases", apunta.

Difícil de clasificar y de definir, el movimiento hippy realmente abarcaba a una fracción muy pequeña de la población. "Los medios no oficiales cubrían las revueltas y protestas, pero es verdad que los hippies estaban la mayor parte del tiempo demasiado colocados para entender lo que significaba crecer en un gueto", afirma. Reconoce sin embargo que fue en aquellos años cuando surgió una nueva izquierda en Estados Unidos.

El feminismo y el ecologismo son la mejor herencia que se han dejado los hippies, según Miles. ¿Pero dónde ha quedado el activismo? Aún recuerda el estruendo de la cacerolada contra la guerra de Irak que escuchó en Barcelona y la manifestación de Londres, la más numerosa desde el fin de la II Guerra Mundial. "Quizá es un problema de visibilidad. Probablemente hoy haya una oposición bien articulada. En los sesenta las protestas no eran numerosas pero sí hacían mucho ruido. El mito es lo realmente grande. Los hippies fueron el cambio de la sociedad en blanco y negro al todo color".

George Harrison y su novia Patty Boyd.
George Harrison y su novia Patty Boyd.GENE ANTHONY

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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