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Reportaje:

Una tensa franja a vigilar por la Legión

Los 'cascos azules' españoles se desplegarán en un sector donde se acumulan los conflictos y el dolor desde hace 30 años

Guillermo Altares

La primera casa del pueblo de Hula, situado en el sur de Líbano a unos pocos cientos de metros de la frontera con Israel, está en una posición estratégica. Ésa ha sido la desgracia de sus propietarios, la familia Suleimán. En 1982, fue ocupada por el Ejército israelí y durante cuatro años tuvieron que irse a Beirut. Al regresar se encontraron con que la vivienda tenía un segundo piso que antes no existía.

Cuando estallaron las hostilidades, el pasado 12 de julio, los milicianos de Hezbolá sabían que los soldados volverían y se apostaron en su interior. No se equivocaron: 11 militares israelíes murieron en una emboscada que destrozó el interior de la casa, llena de huellas de la batalla: impactos de bala, casquillos, sangre en las paredes y en el suelo, el salón calcinado por el disparo de un lanzagranadas.

Los peritos de Hezbolá van casa por casa y anotan los daños para pagar indemnizaciones

Con una mezcla de resignación y tristeza, la madre de la familia, Malah Suleimán, de 60 años, va mostrando los daños habitación tras habitación. Luego, en el jardín, entre un olor intenso a higuera y a frutales, en el mismo lugar donde murieron cinco soldados durante la emboscada por una granada, asegura: "Es muy difícil vivir así".

Hula está en el sector donde se desplegarán las tropas españolas como cascos azules de la Fuerza Interina de Naciones Unidas para Líbano (FINUL), que estarán a cargo de una Brigada multinacional. El general francés Alain Pellegrini, comandante en jefe de las fuerzas de la ONU en el sur de Líbano, explicó en Tiro que, aunque el cuartel general de la Brigada estará en Marjayún -la principal ciudad de la zona-, los soldados españoles se desplegarán en este complejo recodo de la frontera, lleno de pueblos situados a pocos metros de Israel. Hula, Kfar Kila o Taibé son alguno de los lugares más importantes, aunque la carretera que discurre junto a la frontera es también estratégica.

En la franja de seguridad al este y al sur del río Litani se acumulan los conflictos y el dolor desde hace casi 30 años (las primeras tropas de la ONU llegaron en 1978 y allí permanecen). Lo grave es que casi nadie cree ya en que la última guerra, que durante 33 días arrasó la región, vaya a ser la última. La historia de la casa de la familia Suleimán también refleja el control que mantiene Hezbolá sobre el terreno en el que se mueve -en muchos lugares los guerrilleros tienen las llaves de las viviendas- y la enorme dificultad de llevar a cabo una guerra de ocupación en un territorio que los milicianos controlan palmo a palmo.

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Todos los observadores coinciden en dos cosas: aunque no siempre se les vea, los soldados israelíes siguen en bastantes puntos al otro lado de la frontera; y el hecho de que no las lleven a la vista no significa que los milicianos de Hezbolá se hayan desarmado.

Marjayún es una ciudad cristiana desde la que se divisan todas las fronteras del viejo conflicto: se contempla Israel, parte del sur de Líbano, y se intuyen a lo lejos los territorios ocupados de los Altos del Golán y las Granjas de Chebaa. El pasado jueves circulaban por su calle principal cuatro vehículos de Naciones Unidas con una parte de los militares españoles que han venido a Líbano a realizar una misión exploratoria para preparar el despliegue, que comenzará pocos días después de que el Congreso autorice la misión.

Esta urbe fue la capital de la zona cuando estuvo ocupada por Israel, que se retiró en 2000, y donde tuvo su base principal la milicia del Ejército del Sur de Líbano (ESL), que hizo el trabajo sucio a los soldados del Tsahal (nombre del Ejército israelí en hebreo).

En la vecina Jiam, todo el centro ha sufrido enormes daños, incluso el barrio cristiano -en general los pueblos cristianos en el sur de Líbano no han padecido los bombardeos que han arrasado las localidades chiíes-. Cuatro iglesias han resultado afectadas por la artillería, mientras que dos mezquitas han sido destruidas. Los peritos de Yihad al Bina (La batalla de la reconstrucción), la rama de Hezbolá que se está ocupando de la reconstrucción, van casa por casa, anotan los daños y hacen informes para calcular las indemnizaciones. Los números en las casas muestran que también han pasado los técnicos del Gobierno, pero allí nadie ha empezado a cobrar.

En Jiam, la actividad entre las ruinas es enorme: excavadoras, ingenieros reparando antenas y repetidores... En cambio, en otros pueblos apenas hay un alma: las ruinas, incluso los olores a basura putrefacta, siguen congelados como si la guerra acabase de terminar.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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