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Frears clava su retrato de la monarquía

El cineasta inglés triunfa con su película 'La reina', con una magistral Helen Mirren

Enric González

Todos los varones británicos mayores de edad han soñado al menos una vez con la reina. Eso dicen los estudios psiquiátricos, y parece razonable: desde 1953, cuando la joven Lilibeth ascendió al trono, Isabel II ha sido una figura omnipresente, distante y dominante, fría y tranquilizadora a la vez. La seguridad de la "gran madre" pareció quebrarse, sin embargo, cuando un meteoro llamado Diana irrumpió en las tradiciones eternas de los Windsor. El choque entre el mundo inamovible de Buckingham y la posmodernidad mediática constituye el nudo argumental de La reina, la película presentada ayer en Venecia por el cineasta Stephen Frears. La proyección concluyó entre ovaciones y marcó el momento más alto en lo que va de festival.

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La reina es un producto arquetípicamente británico. Como Isabel II o el propio Frears. Es una película hecha de elegancia, contención, ironía e interpretaciones modélicas (si el universo tiene algún sentido, Helen Mirren recogerá el sábado el premio a la mejor actriz), y permite comprender por qué la monarquía lo pasó tan mal con Diana Spencer. También da las claves de la formidable popularidad de que disfrutó Tony Blair hasta empantanarse en Irak. Instruye y deleita. No se puede pedir más.

Stephen Frears (autor de Las amistades peligrosas, Mi hermosa lavandería y Mary Reilly, entre otras) circunscribe la historia a una semana, aquella semana de agosto que siguió a la muerte de Diana en París. Mientras millones de personas lloraban en un fenomenal histerismo de masas, Isabel II pensó que su deber era el de siempre: mantener la calma y la dignidad y dejar pasar el tiempo. Siguió donde estaba, en el palacio escocés de Balmoral, y guardó un absoluto silencio. Diana, al fin y al cabo, se había divorciado de Carlos y no formaba ya parte de la familia real. Por otra parte, Diana le causaba auténtica repulsión física y encarnaba todo aquello que ella detestaba.

Pero Diana había sabido, de forma instintiva, engarzar con los tiempos. Y el dolor de las clases populares británicas se convirtió de inmediato en rabia contra "ellos", los Windsor, que habían maltratado en vida a la princesa y parecían despreciarla en el momento de su muerte. Isabel II se bloqueó ante ese fenómeno. No entendía las críticas, no entendía nada, no sabía qué hacer. Para su bien, como en otras ocasiones, contaba con el primer ministro. Si Winston Churchill le había enseñado a ser circunspecta, un joven laborista recién llegado a Downing Street, Tony Blair, le enseñó a ceder ante los deseos de la masa.

Blair captó de inmediato lo que convenía, acuñó la frase "princesa del pueblo" y, tras un largo pulso, consiguió que la reina regresara a Londres, arriara la bandera a media asta y dirigiera un mensaje de condolencia a la nación. La crisis de llanto de aquella semana increíble cimentó para Blair una popularidad que duraría años.

Los decorados (Buckingham y Balmoral), los detalles del protocolo y el tono de las conversaciones privadas resultan absolutamente verosímiles. La fidelidad de la reconstrucción convierte al espectador en un mirón. Por si todo esto no fuera suficiente, el guión de Peter Morgan sobrevuela cualquier tentación populista. La reina aparece anticuada, anclada en otro tiempo. Lo es, no cabe duda. Pero cabe plantearse si ese tiempo antiguo, que forjó su estoicismo en Auschwitz e Hiroshima, era de peor calidad que el de hoy. En un momento de la película, el personaje de Tony Blair, gran jinete de la modernidad, reconoce que no: que ese tiempo y esa gente, los de Isabel II, eran de pasta más sólida. Cuesta no estar de acuerdo.

También se presentó a concurso Pequeños miedos compartidos, una pieza de relojería del nonagenario Alain Resnais. Se trata de cine francés en estado puro, sin conservantes ni colorantes: un grupo de personajes encerrados en espacios interiores, en busca de una felicidad imposible. Dicho así, puede parecer espantoso. No lo es en absoluto. Se trata de un filme ligero, con rasgos de humor agridulce y una inteligencia notable. Tal vez no resulte apto para todos los paladares. La acogida de la crítica fue tibia tras la proyección. Cabe recordar que Alain Resnais firmó en 1955 el documental Noche y tinieblas, una de las obras supremas del cine. A su edad, puede permitirse pequeños ejercicios de estilo.

El director Stephen Frears y la actriz Helen Mirren se abrazan ayer en Venecia.
El director Stephen Frears y la actriz Helen Mirren se abrazan ayer en Venecia.ASSOCIATED PRESS

La jornada de hoy

- CONCURSO

- 'Children of men', del mexicano Alfonso Cuarón, con Julianne Moore, Clive Owen y Michael Caine.

- 'Fallen', de la austriaca Barbara Albert.

- 'Hei yanquan' ('No quiero dormir solo'), de Tsai Ming-Liang.

- 'The fountain', de Darren Aronofsky, con Hugh Jackman y Rachel Weisz.

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