El motín de AMLO
Felipe González calificó el día en que fue elegido el derechista Vicente Fox presidente de México de noche sueca, para describir el civismo de los electores y la limpieza del escrutinio. El país entraba con honores en el tiempo de la democracia. Las elecciones del 2 de julio, en cuyo primer recuento vencía el también candidato del PAN, Felipe Calderón, al izquierdista Andrés Manuel López Obrador (AMLO), están siendo, en cambio, una noche toledana.
El candidato del PRD no ha aceptado la victoria de su rival por sólo un 0,58% de los votos y no para de organizar protestas y campamentos de seguidores, para que se proceda a un nuevo recuento que determine su victoria frustrada, verosímilmente, por irregularidades y abusos del poder. Y lo que debería haber sido una definitiva fiesta de la democracia amenaza con convertirse en la pesadilla desestabilizadora de un país, que sólo emergió en julio de 2000 con la victoria de Fox, de una dictadura de 70 años.
La primera pregunta que cabe hacer es si AMLO es el jefe del motín o galopa al frente de una manifestación -como Gorbachov en Rusia- plenamente autónoma para la discordia. Por ello, serán cruciales los días que median hasta que se anuncie en septiembre quién ha ganado. La autoridad electoral ha revisado un 9% de papeletas en las que se presumía fraude, pero el cómputo no altera apenas el primer escrutinio. Hay una lógica, sin embargo, que parece que exige el dérapage de la revolución -como decía Furet-, de que los hebertistas desplacen a los jacobinos; y de que a todos les pasen la mano por la cara los enragés. Fue el Terror. Y en México eso se llama engrosamiento de la protesta por zapatistas -que únicamente tras el amotinamiento de AMLO decidieron apoyarle-, células de barrio, sindicatos revolucionarios y agrupaciones campesinas. El líder podría acabar devorado por el personaje que ha creado y que cada tarde arenga a las masas en el Zócalo.
La radicalización ni siquiera se limita a la izquierda. La fracción más dura del panismo, encabezada por Ramón Muñoz, del equipo de Fox que no quería que Calderón fuera candidato, y Manuel Espino, desde la misma estructura del partido, llevan hoy la voz cantante. Y ya se han cuidado de que los jefes del PAN en las dos cámaras sean hombres del presidente, notablemente Santiago Creel, que disputó la candidatura a Calderón, es quien coordinará el trabajo de los senadores. El segundo escrutinio, por añadidura, provee de munición a todas las radicalizaciones. Permite a AMLO sostener que habría que repetir la votación completa porque en más del 80% de las mesas, dice, había irregularidades, lo que extrapolado a todas ellas daría la victoria al izquierdista. E incluso se argumenta que al menos ese recuento debería conducir a la anulación de los votos de ese 9% de mesas, con lo que, como se trata de áreas de fuerte predominio panista, la deducción de sufragios del total nuevamente daría el triunfo a AMLO. Contrariamente, el número reducidísimo de boletines invalidados en el recuento, aún engordado proporcionalmente a la totalidad de votos, basta para que Calderón se crea triunfador. Y es difícil pensar que la autoridad electoral haga otra cosa.
La segunda presidencia de la democracia mexicana, en todo caso, nace gravemente debilitada; no sólo el PAN, aun siendo la mayor minoría en las cámaras, habría de pactar para gobernar con sus rivales o con el PRI, sino que la agitación es la mejor receta para que los enemigos de Calderón en su propio partido le traten aún con mayor desenvoltura. Hay signos, sin embargo, de que AMLO se da cuenta de que puede pasarse, porque ha levantado alguno de los bloqueos en el centro de la capital que irritaban a muchos de sus partidarios. Un acuerdo entre los dos grandes partidos parece la única salida al embotellamiento de candidatos a la presidencia. Pero ese acercamiento parece hoy impensable.
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