Estulticia 'progre'
Ni la Enciclopèdia Catalana regalada a Juan Pa-blo II, ni la sincera profesión de fe -plasmada en la defensa de los intereses de la Iglesia católica y practicada durante 23 años por los gobiernos de Jordi Pujol- lograron que al Vaticano se le reblandeciera el alma en lo que a Cataluña respecta. El nuncio Lajos Kada enviaba allá por los años noventa informes a la Santa Sede en los que "denunciaba" el "chantaje nacionalista" al que CiU sometía al Gobierno de José María Aznar o la imposibilidad de asistir a misas en castellano en Cataluña.
Pero nada de eso hizo desfallecer a Pujol. El ex presidente de la Generalitat puso todo de su parte para que el Papa se expresara en catalán y mostrara sensibilidad hacia el hecho nacional. No hubo suerte. Incluso recibió un monitum en directo por haberse atrevido a dar luz verde a la Ley de Parejas de Hecho. El Pontificio Consejo para la Familia, con el doctrinalmente granítico cardenal Alfonso López Trujillo a la cabeza, obligó a Pujol a responder a su flaqueza ante el laicismo con un lacónico: "Hay realidades sociales que los políticos no podemos soslayar, aunque, en soledad, cuando nos vamos a dormir, pensamos que no son las que íntimamente nos gustarían".
Al Vaticano no le gusta cómo es la sociedad catalana. "Nosotros no tenemos un cristianismo agresivo en Cataluña, nuestro estilo es parecido al de los holandeses", sentenció con motivo de tanto desencuentro el democristiano Joan Rigol. Ayer Pujol, en Prada de Conflent, encontró, ay, un culpable, como siempre ajeno: el tripartito de Maragall. Nada tan breve fue jamás tan nocivo. El cierre de la embajada catalana ante la Santa Sede -abierta por CiU en abril de 2003, cerrada por el tripartito en abril de 2004- es la auténtica culpable de que Roma envíe "obispos gendarme" a Cataluña. Estulticia progre. Ese es el diagnóstico de Pujol.
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