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NUESTROS CLÁSICOS

Cerezas de La Vall de Gallinera

Nuestro Arnau de Vilanova se inspiró, para componer su Régimen de Salud-allá por el año 1307- en los preceptos de la escuela de Salerno, que ubicada en esa capital del sur de Italia, fue la primera facultad de medicina del mundo.

Los fundadores, cuatro sabios con orígenes diversos: griego, árabe, judío y latino, lograron que en su escuela floreciese el conocimiento de las enfermedades y los remedios, para lo que se basaron en la traducción de los clásicos griegos, que previamente habían sido vertidos al latín y al árabe por los monjes.

La escuela enseñaba: "Cereza, amable fruta, ¡qué de bienes nos procuras! / halagas el gusto, vuelves los humores puros / haces que en el cuerpo corra sangre nueva / y a los calculosos les das tu hueso".

¡Qué placer, poder aprender deleitando!, la ciencia, con verso entra, podríamos pergeñar, a imitación de los de Salerno. Mas lo importante no es el método sino el conocimiento, y éste nos dice que la cereza tiene toda suerte de propiedades salutíferas, favorece la eliminación de toxinas y limpia el intestino con la celulosa que forma la carne de la fruta. Contiene vitaminas A, B y C, sales minerales, sodio, potasio y magnesio; con sus rabillos se elaboran pócimas astringentes y/o diuréticas; con su corteza otras para eliminar la fiebre y, además, y para colmo de bondades, con su carne toda se fabrican multitud de nombrados aguardientes que, sin duda, curan el alma de los rigores de la vida.

Las cerezas de La Vall de Gallinera tienen esas virtudes, pero además las desarrollan de forma temprana, con lo cual su fama se ve acrecentada al estar los consumidores todos ansiosos ante el esperado nacimiento. Lo mismo le sucede, sin ir más lejos, a Céret -de ahí su nombre- o Montmorency, en Francia ambas, que han alcanzado notoriedad por este hecho y han logrado que algunas variedades de los frutos tengan sus nombres.

Aunque los de La Vall han preferido que en sus cerezas predomine el sabor y no el nombre, y por eso prefieren cultivar aquellas llamadas de variedad dulce, como la burlat, de carne prieta, gruesa, roja, jugosa y azucarada -u otras de su razón, como la tilegna o la Starking-, a otras -agrias por mal nombre- oscuras y pobres para comer, aunque faciliten de forma notable la confección de aquel citado líquido, el sanador de los espíritus.

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