Verdi, provinciano universal
Entre Parma y Piacenza. Busseto es un pueblo de la provincia de Parma de 6.800 habitantes, a un centenar largo de kilómetros al suroeste de Verona, en la baja llanura del Po. Hace un calor sofocante. Los pocos lugareños que circulan buscan refugio en los cafés bajo los soportales de la plaza de Verdi, centro neurálgico de la población, como no podía ser de otro modo considerando que aquí nació el compositor. Las convulsiones del fútbol italiano, con las derivadas de los fichajes del Madrid y del Barça, monopolizan las conversaciones de los jóvenes que toman el fresco. También el Tour es seguido en televisión por un grupo de parroquianos. En la llanura padana, la bicicleta ha sido durante mucho tiempo el vehículo rey para los desplazamientos cotidianos, y eso necesariamente crea afición.
El perro preferido de Verdi se llamaba 'Lulú', y una lápida le recuerda como un "vero amico"
"Sin una mesa bien servida no sabemos entender la ópera", confirma el carpintero Mendogni
Se visitan las habitaciones de Giuseppina y de Verdi, la capilla, la bodega y el garaje
La Gazzetta di Parma del día lleva en primera página el descubrimiento en una localidad cercana a Busseto del cuerpo, salvajemente troceado, del financiero Gianmario Roveraro, de 70 años, desaparecido en Milán el 5 de julio pasado. Roveraro, bautizado por el rotativo como "el banquero de Dios" por su vinculación al Opus Dei -un título que en las décadas de los años setenta-ochenta pertenecía en exclusiva a Roberto Calvi, el dirigente de la Banca Ambrosiana que apareció colgado de un puente de Londres-, fue el financiero que a principios de los noventa sacó a Bolsa la empresa Parmalat y también el primer italiano que superó los dos metros en el salto de altura. La localización del cuerpo fue posible tras la detención de tres individuos, todos vecinos de la zona. Asoma en este punto otra de las identidades italianas, la más siniestra, la del delito Matteotti -el dirigente socialista eliminado por un escuadrón fascista en 1924, suceso que provocó una fuerte conmoción ciudadana-, y de las novelas de Leonardo Sciascia, envueltas siempre en una inquietante y desesperanzada omertà.
Pero aquí habíamos venido en pos de otra identidad, menos truculenta, por lo que no parece mala idea entrar en la Salsamenteria Storica Baratta -todo un nombre-, una charcutería de la Via Roma de Busseto frecuentada por Verdi, gran aficionado a la buena mesa, y llena de recuerdos del compositor, entre ellos, un piano que, según se cuenta, fue el primero que poseyó el maestro. En la entrada, un cartel invita al "peregrino verdiano" a detenerse y meditar. Parece adecuado hacerlo ante una buena tabla de affettati (embutidos: culatello, coppa, jamón) y quesos de la comarca regados con un vino blanco de Monterosso d'Arda. Sirve las mesas una joven enfundada en una camiseta de la selección brasileña (vaya por Dios). Por los altavoces suenan coros de Verdi: Trovatore, Nabucco, Aida.
El establecimiento, cuyos orígenes se pierden en el siglo XIII, fue adquirido por la familia Baratta en 1870, justo al completarse la unidad italiana. Vive todavía un descendiente, Gino Baratta, de 93 años, pero hoy regenta el comercio Abele Concari. "Esta casa ha tenido ilustres visitantes, empezando por Verdi; su mujer, Giuseppina Strepponi, y Teresa Stolz
[cantante predilecta, acaso también amante de Verdi, que estrenó en La Scala el papel de Aida], pasando por músicos como Ottorino Respighi y Arturo Toscanini, y por escritores como Gabriele d'Annunzio o Giovannino Guareschi, al que por cierto le gustaban mucho nuestras anchoas en salsa picante. Tenga, llévese unas", invita Concari.
En varios escritos expuestos en el local se hace referencia a los orígenes de Verdi en la provincia de Piacenza. Sus padres eran en efecto piacentini, aunque él nació en Roncole di Busseto, provincia de Parma. "Pero se sentía más de Piacenza que de Parma. Con los parmesanos nunca se entendió bien. Son gente muy pagada de sí misma. En cambio, los de Piacenza son más esquivos. La villa de Santa Ágata, su última morada, está en Piacenza, como el hospital en Villanova d'Arda que el maestro mandó construir para los pobres", completa su explicación Concari. Rivalidades ancestrales de la provincia italiana. Pero las apreciaciones del charcutero se ven confirmadas más tarde por el camarero del café de la plaza de Garibaldi de Parma, a propósito del asesinato de Roveraro: "En esta ciudad hay mucho farsante viviendo del cuento", espeta en referencia al principal sospechoso del crimen, un parmesano de nombre Filippo Botteri, dado a la buena vida a pesar de sus precarias finanzas. Según la policía, Botteri responsabilizaba a Roveraro de haber sufrido una cuantiosa pérdida de dinero. La vida de provincia italiana puede ser sombría.
Provincialismos. Verdi se mantenía a distancia de los vecinos de Busseto. No soportó el vacío que le depararon cuando, en 1848, adquirió en el pueblo el Palacio Orlandi junto con su segunda mujer, Giuseppina Strepponi, que tenía dos hijos de una anterior unión y con la cual el maestro no se casaría hasta 1859. En realidad llovía sobre mojado. El pueblo había vivido con anterioridad un intensa polémica a propósito de un puesto de organista que parecía destinado a Verdi, pero que finalmente obtuvo un protegido del obispo. Tan afiladas fueron las hostilidades, que llegaron a formarse dos frentes: los coccardini ("los beatitos"), partidarios de la jerarquía eclesiástica, y los llamados jacobinos, que sostenían la candidatura verdiana, de cariz notoriamente laico.
Pero los desencuentros entre el compositor y sus paisanos no terminarían ahí. Todavía quedaba el asunto del teatro de ópera de Busseto, dedicado al maestro y erigido por suscripción popular. Verdi nunca quiso saber nada de él y, aunque pagó, no llegó nunca a poner los pies en su interior. Por el pueblo había circulado el rumor de que el compositor trabajaba en una ópera nueva para la inauguración. No era así: el teatro abrió solemnemente sus puertas el 15 de agosto de 1868 con dos reposiciones, Un ballo in maschera y Rigoletto. Hoy la sala, con capacidad para 300 espectadores, sigue en activo y se puede visitar, pero considerada la manía que le profesaba el maestro, parece más aconsejable dirigir los pasos hacia territorio amigo, esto es, la casa de su suegro y mentor, Antonio Barezzi, convertida en un pequeño y delicioso museo verdiano en 2001, con motivo del primer centenario de la muerte.
Atiende en esa institución la joven guía Francesca Michelazzi, la cual, en voz baja, se confiesa más pucciniana que verdiana. Nadie es perfecto. Conocedora al dedillo de la biografía del hijo ilustre de Busseto, muestra el fortepiano Tomaschek sobre el que el maestro compuso I due foscari y la batuta con la que Toscanini dirigió en Busseto, en 1926, Falstaff, entre muchos otros objetos y documentos de interés. A la villa de Santa Ágata, a unos tres kilómetros de Busseto pero -¡ojo!- ya en la provincia de Piacenza, se llega por una suave carretera de curvas entre ricos campos cultivados. La verja de entrada a la villa se encuentra escoltada por un imponente plátano, un magnolio y un lánguido sauce. Un macizo de flores en forma de corazón se extiende por delante de la fachada principal. Los Verdi se instalaron aquí en 1851, tras haber vendido el palacio Orlandi. La casa aún hoy está habitada por los Carrara-Verdi, descendientes de la sobrina María Filomena Verdi, adoptada por el maestro, que no tuvo descendencia directa (los dos hijos habidos de la primera mujer, Margherita Barezzi, murieron a edad temprana). Se visitan las habitaciones de Giuseppina y de Verdi, la capilla, la bodega, el garaje donde se conservan los carruajes y el amplio parque romántico, con árboles exóticos procedentes de Oriente. En una pequeña habitación se conserva el lecho del Grand Hotel et de Milan en que murió el maestro, el 27 de enero de 1901, de una hemorragia cerebral.
En Santa Ágata se respira un ambiente familiar, nada ampuloso, muy sensato. La villa está a medio camino entre la residencia burguesa y la granja que aún hoy administra unos campos de 600 hectáreas de superficie. En el último periodo de su vida, el compositor se dedicó intensamente a mejorar la producción y a atender con becas y otras ayudas a las familias de los trabajadores que las cultivaban. El contraste con Wahnfried, la última residencia de Wagner en Bayreuth, es notable: todo lo que allí es exaltación del genio, aquí es adaptación al medio. Única coincidencia: la presencia de tumbas en los respectivos jardines dedicadas a los animales de compañía. El perro preferido de Verdi se llamaba Lulú, y una lápida le recuerda como un "vero amico".
El verdadero compromesso storico. La casa de Santa Ágata es sin duda el lugar donde la presencia verdiana se hace más intensa. Pero, seis kilómetros más allá, el hospital de Villanova d'Arda que mandó construir y que lleva su nombre produce una viva emoción, la misma que la casa para músicos retirados de Milán donde se halla enterrado: ambas instituciones siguen desempeñando las funciones públicas para las que fueron concebidas por el compositor. El hospital de Villanova, en concreto, es un moderno y reputado centro de rehabilitación funcional pagado con fondos regionales.
Pero lo más interesante de esta casa de Roncole di Busseto es la casa de al lado, aparentemente un bar-restaurante sin mayor historia pero que fue un negocio fundado por Giovannino Guareschi (1908-1968), padre literario de dos auténticas celebridades italianas como el párroco rural Don Camillo y el onorevole alcalde comunista Peppone. Detrás del café está la casa a la que se mudaron los Guareschi en 1957, hoy convertida en un pequeño y acogedor museo que dirige su hijo Alberto. En la entrada te recibe la bicicleta que Fernandel montó durante el rodaje en Brescello de la primera película de la serie, dirigida por Julien Duvivier en 1952. Más allá se encuentra la moto Guzzi, de 65 centímetros cúbicos, conocida popularmente como il guzzino, que perteneció al escritor. "También las máquinas le interesaban, en especial las agrícolas. Invirtió mucho dinero en el campo". Igual que Verdi. "Sí, pero mi padre siempre ha sido ignorado por la cultura oficial y lo sigue siendo. Ahora, por suerte, reivindica su literatura Alessandro Baricco, que aprecia su gran capacidad para el humor".
Y, sin embargo, la vida de Guareschi tuvo muy poco de divertida. Entre 1943 y 1945 conoció los campos de concentración alemanes y en 1954 volvió a prisión por ofensas al presidente de la República Luigi Einaudi, negándose a presentar el recurso que con toda probabilidad le habría evitado la cárcel. "No, ningún recurso", escribió. "Mi dignidad de hombre libre, de ciudadano y de periodista libre es un asunto mío. Retomaré mi viejo petate de prisionero y me encaminaré hacia este otro lager". Conservador y monárquico, decía que Don Camillo y Peppone eran un único personaje: él mismo.
El compromesso storico nunca llegó a firmarse entre la Democracia Cristina y el Partido Comunista, pero sí entre Don Camillo y Peppone o entre los sindicatos y la empresa en la Fiat. Es poco conocida la colaboración entre Guareschi y Pier Paolo Pasolini, autor fetiche de la izquierda, en la película La rabia, de 1963. Este hecho "no significa que yo me haya abierto a la izquierda. Como tampoco significa que PPP se haya abierto a la derecha. La apertura de PPP sigue siendo la de antes", escribió Guareschi. Tal vez en ello esté una de las claves de la permanencia de Italia en el G 8.
Barricadas en la Coral Verdi. Este recorrido de amor -se habrá adivinado a estas alturas- por los lugares verdianos concluye en la sede de la Coral Verdi de Parma ante un plato de tortelli alle erbette, regado con un monte delle vigne -honesto sauvignon de las colinas de Parma-, en compañía del carpintero Claudio Mendogni, una de las almas del venerable círculo cultural nacido en 1905 en el barrio popular de Oltretorrente. Es, como quien dice, el cogollo mismo del arte verdiano. Durante años, la coral fue estable en el Teatro Regio, el santuario lírico de Parma, hoy profesionalizado, mientras que la Coral Verdi sigue integrada por aficionados, aunque una veintena de voces militan en las dos trincheras. La coral, que ofrece una treintena de conciertos al año, mantiene vivo el palco número 17 de la cuarta fila del Regio, por donde pasan los artistas al final de las representaciones para comentar la jugada y, cómo no, participar en la segunda cena. "Sin una mesa bien servida no sabemos entender la ópera", confirma Mendogni.
Han colaborado con la coral artistas como Luciano Pavarotti, Mirella Freni, Katia Ricciarelli o José Carreras. Entre los artistas hoy en la carrera aupados por la Verdi están Andrea Boccelli, Enrico Iori, Michele Pertusi o el director del coro de la Arena, Marco Faelli. "Nuestro cometido ha sido siempre llevar nuevas generaciones hacia la ópera", dice complacido Mendogni. En la conversación surge el nombre de un colaborador muy querido también en Barcelona, donde fue titular del coro liceísta, Romano Gandolfi, muerto a principios de este año. "Romano sabía obtener el auténtico color verdiano, esa manera especial de cubrir el sonido, de oscurecerlo para que no se abra sin control", precisa el carpintero.
Pero la Coral Verdi ha sido mucho más que un grupo de cantantes. Por el círculo han pasado el poeta Aristide Bertolucci y su hijo Bernardo, autor de Il conformista y Novecento, dos retratos precisos de la imprecisa identidad italiana. Y desde estos locales, el anarchista Guido Picelli organizó las barricadas de los Arditi del Popolo que, en agosto de 1922, mantuvieron a raya a los fascistas comandados por Italo Balbo, cosa que costó el cierre de la coral hasta 1945. Picelli combatió luego en España con la Brigada Garibaldi y terminó sus días en la batalla de Mirabueno, en enero de 1937.
Verdi fue un hombre contradictorio, profundamente conservador, pero socialmente avanzado. Seguramente es este compromiso entre tradición y modernidad, entre provincialismo y universalidad, entre historia y pasión, entre rigor y populismo, entre el embutido y la cuerda de Luciano Fabro, lo que acaba por configurar un estilo italiano propio, una identidad reconocible pese a las muchas incertidumbres contemporáneas. Como la selección que gana el Mundial. No jugó bien, pero los actuales Materazzi, Cannavaro, Zambrotta, Grosso y Buffon se reconocen herederos de la gran defensa de Collovati, Gentile, Bergomi, Cabrini y Zoff. Y eso significa mucho para un país.
ITALIA
02
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