Cuba, inquieta
Carece tanto de sentido lanzarse a las especulaciones sobre el estado real de salud de Fidel Castro como hacerlo sobre el grado de unidad existente en la cúpula del régimen cubano que componen los dirigentes en los que delegaba sus muchas y variopintas tareas el dictador en la proclama en la que anunció su enfermedad. Lo sucedido hasta ahora desde que se conoció la proclama el lunes es muy lógico si se considera el carácter extraordinario del hecho de que un líder omnipresente, y omnipotente para la propaganda oficial, anuncia su desaparición -aunque asegure que es transitoria- tras 47 años de poder absoluto.
Declarando su salud y situación en general como secreto de Estado, Fidel ha impuesto una desaparición que se ha traducido en un hecho irreversible, dentro y fuera de la isla. Y sin embargo, su sucesor o sustituto designado, su hermano Raúl, no ha asumido el cargo de forma visible para la población, para los cuadros del partido y del Ejército, para el exilio y para la comunidad internacional. Aunque el régimen ha multiplicado el ruido para defender la ficción de que lo que sucede es poco menos que nada, lo cierto es que cada día que pasa sin noticias de ninguno de los dos hermanos más se extiende la impresión de que suceden cosas, y no todas previstas por un Fidel que ha tenido mucho tiempo para meditar sobre los diferentes escenarios que podrían darse ante un hecho tan previsible como su incapacidad o muerte. Hay incertidumbre entre la población y nerviosismo en el aparato. Ayer, el órgano del partido, Granma, hizo un intento más bien tímido de ensalzar las glorias revolucionarias de Raúl Castro con un informe sobre su participación en el asalto al cuartel Moncada. No es suficiente.
Desde Washington, pasado el entusiasmo inicial del exilio de Florida, llegan, de momento al menos, voces prudentes que piden democracia y exhortan a la calma. Habrá una transición, por mucho que aún diga el régimen que no sabe lo que significa el término. Ahora se trata de concentrar voluntades para que el castrismo, tras su larga trayectoria violenta, acabe al menos de forma pacífica y dé paso a la reconciliación y a la democracia.
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