'Silicon-tour' y derivados
"Yo puedo vivir en light", comentaba una amiga ante una estantería llena de productos bajos en grasa, azúcar o cualquier otro elemento que provoque un aumento de peso a quien lo consuma. Aunque el tópico dice que los argentinos están muy preocupados con su mente, y no en vano el país es Eldorado de los psicoanalistas, lo cierto es que la atención al aspecto exterior no le va a la zaga. Los argentinos han convertido las dietas, los ejercicios físicos y, en menor medida, las operaciones de estética en su particular camino de perfección al "cuerpo 10".
Todo empieza en los pequeños detalles. En bares y restaurantes se sirve siempre sacarina. La pregunta "¿light o normal?" es sistemática y las apreciaciones sobre el físico de los demás -"¡Estás reflaca!", "Fulanito/a tiene un buen lomo"- son habituales. Sopas, fideos, caramelos y hasta alfajores pueden adquirirse en su versión light. "Hay veces que el 80% de las conversaciones entre amigas gira en torno a la dieta", reconoce la chica que vive en light, cuyo almuerzo ha sido una sopa de sobre y un yogur, ambos light, claro. La reina de los regímenes para adelgazar es "la dieta de la sopa de repollo", algo parecido a la huelga de hambre que garantiza la pérdida de más de cinco kilos en una semana.
Pero cuando la dieta no basta para lucir la ropa de talla reducida -y que ha movido al Gobierno a elaborar una ley que obliga a los negocios a disponer de todos los tamaños-, los porteños recurren a alguno de los más de 1.000 gimnasios que, según la Cámara de Gimnasios de Argentina, existen en Buenos Aires. Allí, un entrenador personal -una profesión en alza- asesora a los clientes. La alternativa son los vídeos de ejercicios de la venezolana Catherine Fulop, la réplica latinoamericana a Jane Fonda en cuestiones de aerobic.
El tercer escalón lo constituye el quirófano, donde Argentina es una auténtica potencia. Unas 420.000 operaciones de estética al año coloca al país en el top five mundial. Por la mesa de operaciones ha pasado, incluso, el mismísimo presidente cuando éste era Carlos Menem. Si Silvio Berlusconi se ocultó para esconder un lifting, Menem -aunque parezca imposible, más histriónico que el italiano- adujo una picadura de avispa para justificar la hinchazón que presentaba en los pómulos.
España no marcha muy por detrás de Argentina, con 360.000 operaciones al año para retocar narices, eliminar grasas y aumentar o disminuir los pectorales. Pero la notable diferencia de precios y la pericia de los cirujanos argentinos -cuyos resultados se observan por la calle- han motivado el surgimiento de un modelo de turismo que aquí, en Buenos Aires, algunos definen como el silicon-tour. Por un precio razonable, los pacientes obtienen alojamiento, atención posoperatoria y una intervención (o varias de una sola tacada) en clínicas preparadas y con personal especializado.
El furor por las operaciones de estética ha descendido entre los jóvenes. Atrás quedan los años noventa, cuando se puso de moda entre las adolescentes pedir como regalo de cumpleaños unas lolas (pechos) a sus padres. Las estadísticas, tan frías como la silicona, muestran que hoy en día un 3% de las intervenciones se realizan a los jóvenes, mientras que en años anteriores eran el 20%.
Todos estos sacrificios tendrán su recompensa en unos meses, cuando pase el invierno austral y los argentinos comiencen a lucir físico con los primeros calores. El resto pensaremos, aunque sea fugazmente, "pues no debe estar tan mala la sacarina".
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