"El vasco es muy cerrado, pero cuando se abre te da la vida"
Solange Morales pasó tres años de su juventud formándose como militar en su Cuba natal, pero el futuro le aguardaba a este lado del Atlántico, en San Sebastián, con una tarea bien distinta. Casada con un donostiarra y madre de dos niñas, desde 2001 regenta una peluquería, "una especie de embajada" donde saben bien qué es la multiculturalidad. "Tenemos clientas norteamericanas, suramericanas, africanas, europeas, de todo. Bueno, menos asiáticas. No se colocan extensiones, ni se tiñen, ni se ponen fashion; son muy ellas", comenta.
El caso es que entre trencitas, desrizados, cortes y demás, estas mujeres intercambian información sobre sus respectivos países. "Estoy aprendiendo muchas cosas", asegura Morales, mientras rememora el momento en que empezó sus estudios preuniversitarios en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos de la Marina de Guerra Revolucionaria, conocida como Los Camilitos, para formarse en Ciencias Exactas. "Era una vida militar muy estricta, con diana a las seis de la mañana, caminata de no sé cuántos kilómetros,... Y te exigían mucho a nivel académico", explica.
"Mis dos hijas hablan euskera a tope. Estoy aprendiendo mucho con ellas"
"El europeo en general va bastante a lo suyo en comparación con el cubano"
Así que, después de tres años, decidió no seguir ese camino. Entonces pensaba cursar una carrera, pero las normas cubanas le impedían ingresar directamente en la universidad. "Había que esperar dos años", indica. Su familia le matriculó entonces en una ingenería técnica para que se especializase en termoenergética. Aquello tampoco era lo suyo. Duró sólo tres meses.
Morales optó así por seguir un curso de animación turística, tras el que empezó a trabajar en un hotel de La Habana. "Estaba tan a gusto que cuando me podía incorporar a la universidad, no lo hice", precisa. Se mantuvo en el puesto un par de años, hasta que en 1992 conoció a quien más tarde sería su marido. "Era todavía muy joven para casarme", reconoce. Sí decidió salir de Cuba y viajar a Viena con un contrato como camarera en un hotel. Su entonces todavía novio iba a visitarla a la capital austriaca, hasta que ella conoció San Sebastián y decidió mudarse.
Cuando llegó a la capital guipuzcoana había pasado tres años en Viena en los que no perdió el tiempo. "Siempre tuve el anhelo de ser peluquera", subraya. Por eso, aprovechó los meses que se quedaba en paro para acudir a una peluquería de la que era clienta, propiedad de una keniata, y tomar contacto con la profesión. "Aprendí a poner extensiones y hacer desrizados, pero me faltaba la colorometría", detalla.
Una vez en San Sebastián se casó enseguida con su novio. "Teníamos que casarnos pronto, porque yo no tenía los papeles para estar legalmente en España", aclara. El interés por la peluquería seguía ahí, de manera que realizó un curso de dos años, hizo prácticas y, pasado un tiempo, montó su propio negocio, bautizado Yemayá. "Es la diosa afrocubana del mar y los océanos. Me da tranquilidad y estabilidad", argumenta.
Morales afirma que su integración en Euskadi ha sido "muy buena". "Me aceptaron superbien tanto en la familia como en la cuadrilla de mi esposo. También tengo mi cuadrilla de cubanas". En los 11 años que lleva residiendo en la capital guipuzcoana, sólo ha tenido "un disgusto muy grande" que aún lleva "en el corazón". Un día, estando embarazada de su primera hija, entró con un compañero de clase de peluquería en un bar y preguntó si podía pasar al baño. "No, tienes que consumir", le respondieron, palabras a las que se sumaron un "vete a tu país". Finalmente se puso "un poco borde" y entró al aseo, pero todavía recuerda lo humillada que se sintió.
Tampoco ha olvidado que ningún cliente salió en su defensa: "Eso fue una de las cosas que más me dolió". Y es que cree que el vasco, como el europeo en general, va "bastante a lo suyo" en comparación con el cubano. Eso sí, aunque piensa que el vasco es "muy cerrado", subraya que "cuando se abre te da la vida".
Morales y su marido tienen dos hijas: Itxaso, de seis años, y Garbiñe, de cuatro. "Hablan euskera a tope. Las primeras palabras las aprendieron con sus abuelos paternos", relata. Ella estuvo una temporada acudiendo a un euskaltegi, pero el idioma no le entraba. Ahora está aprendiendo "mucho" con las niñas. "La mayor es un poco chismosa y, con tal de hablar, me traduce todo el tiempo", bromea. Eso y que "el oído se hace" después de una década. Tiempo suficiente para familiarizarse con la lengua y para sentirse "como en Cuba". Ayuda también que su madre, su hermana y algún otro familiar también residen en Guipúzcoa. "Lo único que echo en falta es el sol", concluye.
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