Algo se mueve en Líbano
El inesperado regreso de Condoleezza Rice a Israel sugiere que algo se mueve en el frente diplomático tras 18 días de devastación en Líbano. La secretaria de Estado, que anoche se entrevistó con el primer ministro Olmert, pretende que Israel y Líbano asientan a una resolución de Naciones Unidas, que podría producirse la semana entrante, para poner fin a la lucha y hacer posible el despliegue de una fuerza de interposición.
El clamor internacional tras el fracaso de la conferencia de Roma es uno de los elementos que está detrás de la iniciativa de Washington, primera digna de tal nombre desde que comenzara la guerra. Otro es el primer ministro británico, que visitó la Casa Blanca el viernes y soporta en su país una enorme presión por su alineamiento a ultranza con Bush. Pero el argumento definitivo que ha inclinado al presidente de EE UU a romper su autismo diplomático, después de dos semanas ganando tiempo para que Israel planchase el sur de Líbano, es la falta de resultados contundentes de la ofensiva. El Ejército israelí mantiene sus ataques contra Hezbolá, pero la intensidad de sus bombardeos no impide que la milicia fundamentalista chií siga alcanzando con sus cohetes zonas cada vez más al interior de Israel.
Ni Hezbolá va a tirar la toalla ni Israel puede mantener su nivel de destrucción sin perder definitivamente la guerra diplomática. La de la propaganda probablemente lo ha sido ya para la causa de Washington y Tel Aviv en los televisores de todo el mundo, inundados con las terribles imágenes de Líbano. Incluso los regímenes árabes más moderados encuentran progresivamente insoportable para su estabilidad la falta de iniciativas para detener el horror de esta guerra.
Un alto el fuego inmediato impuesto internacionalmente y el alistamiento urgente de una potente fuerza bajo auspicios de la ONU son la única receta posible para comenzar a tejer un entramado negociador en Líbano. En este sentido, Rice considera alentador que los dos ministros de Hezbolá en el Gabinete de Beirut apoyen un armisticio que incluya el desarme chií. Sería ingenuo, sin embargo, hacerse ilusiones sobre la disposición de las milicias islamistas, un Estado dentro del Estado, a enarbolar la bandera blanca ahora que su popularidad es mayor que nunca en el mundo musulmán.
Todo sugiere que no se dan las condiciones para acabar esta guerra como fue planeado por EE UU e Israel, alterando el equilibrio de poderes en la zona. Si el guión de un Hezbolá destruido y un Líbano consolidando su independencia de Siria e Irán parece por el momento irrealizable, el papel de Washington en este momento debe ser el de persuadir a Israel de que lo que conviene a su seguridad presente y futura es no profundizar en su colosal ofensiva.
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