The Who, para cualquier generación
El grupo inglés debuta en España 42 años después de su fundación
Son los que faltaban. The Who se estrenan en España con conciertos en Madrid (hoy) y Zaragoza (el sábado). Al frente, el guitarrista-compositor Pete Townshend y el cantante Roger Daltrey, que completan su alineación de directo con el bajista Pino Palladino, el teclista John Rabbitt Bundrick, el guitarrista (y hermano de Pete) Simon Townshend más el baterista Zak Starkey, hijo de Ringo Starr. Es un retorno a la vida creativa en todos los sentidos: el grupo tocará adelantos de WHO2, su primer disco de canciones nuevas desde It's hard, de 1982.
En realidad, el prodigio es que vuelve a funcionar el tándem de The Who, formado por dos elementos aparentemente incompatibles. Roger Daltrey (Londres, 1944) puede ser descrito como un tipo con los pies en la tierra, socialmente bien integrado, un gentleman peleón que no canta cualquier cosa que se le ocurra a Pete Townshend (Londres, 1945). Éste tiene una bien conquistada reputación de autor atormentado y suele sentirse paralizado por el inmenso legado de The Who.
El prodigio es que vuelve a funcionar el tándem de Daltrey y Townshend
No es para menos. Con The Who, el pop transportó agudas reflexiones generacionales que, en su momento, se transformarían en crónicas de los rigores del envejecimiento. Lo que empezó como pavoneo arrogante -My generation, 1965- creció hasta convertirse en exploración de las delicias y miserias de crecer en los años sesenta. Una cantera emocional que también alentaría obras tan ambiciosas como Tommy (1969) y Quadrophenia (1973), enormemente populares, a pesar de sus inconsistencias.
Aunque llegó a la fama impostando a un mod, Townshend se despegó rápido de la juvenofilia imperante en aquellos tiempos. Se apuntó a las enseñanzas de un gurú benévolo, Meher Baba. Reflejó crudamente las incertidumbres derivadas de la desintegración de las fantasías contraculturales en temas como The seeker o Won't get fooled again. Esta última fue recientemente proclamada -por una revista conservadora de Estados Unidos- como la canción número uno del rock de derechas. Pasmo del compositor, que se preguntaba si alguien cree que la desilusión de los primeros setenta llevó automáticamente a votar por Thatcher o Reagan 10 años después.
En la práctica, Townshend no ha dejado de estar presente en las principales causas humanitarias con que se ha comprometido el rock. Remachando, eso sí, la hegemonía intrínseca de la música sobre los eslóganes coyunturales. Su postura quedó inmortalizada en el festival de Woodstock, cuando echó a patadas aAbbie Hoffman, que había interrumpido su concierto con intención de soltar una filípica.
En The Who había también una especificidad sonora. Se trataba originalmente de un trío instrumental con un cantante espectacular al frente. Sobre las tablas, eran la apoteosis del rock: dinamismo, músculo, estruendo, trascendencia. Al mismo tiempo, Townshend tuvo la flexibilidad suficiente para integrar las querencias particulares de sus compañeros, desde las excéntricas historias del bajista John Entwistle a la debilidad del baterista Keith Moon por las vocecitas a los Beach Boys.
Obligados a vivir del directo -es decir, del mercado estadounidense-, se transformaron en una apabullante apisonadora, ejemplarizada por su Live at Leeds (1970). A la vez, supieron evolucionar hasta hacerse una minuciosa banda de estudio, con una cegadora cadena de éxitos heterogéneos. Instrumentalmente, fueron pioneros a la hora de integrar secuencias de sintetizadores en el rock, con el rotundo Who's next (1971).
Tal vez el drama de The Who fue el alto grado de implicación con su público, un contrato que obligaba a las dos partes. Townshend tenía ramalazos de mesianismo que alentaban desastrosos experimentos como Lifehouse, su obra de ciencia-ficción. En el otro extremo, se esperaba de ellos algo más que convertir Tommy en una franquicia, incluso con versión para Broadway.
A todo esto, el delicado equilibrio interno de The Who se fue deteriorando: la baja de Keith Moon en 1978 y, al año siguiente, el desastre de Cincinnati, donde 11 fans fallecieron aplastados en una avalancha. En 1982 emprendieron lo que se anunció como su última gira, una promesa que felizmente no han cumplido: aparte de algunas caídas en lo convencional, un disco como Live at the Royal Albert Hall (2003) muestra una insultante salud sonora.
Sin embargo, hasta ahora no fueron capaces de completar un disco de canciones nuevas. Y no se trataba de sequía compositiva. Desde 1972, Townshend publica carnosos discos en solitario (que ahora se relanzan en ediciones ampliadas) que han incluido desde un musical, The iron man, basado en el cuento infantil del poeta Ted Hughes, hasta una compleja narración de pretensiones operísticas, Psychodelerict.
Imposible obviar aquí los variados demonios de Townshend. Intentó estabilizar su vida con un trabajo de nueve a cinco como asesor literario en una potente editorial londinense. No fue bastante para combatir el alcoholismo, la cocaína, la incertidumbre sexual, la grave sordera. Y una sensación de fracaso personal según llegaban movimientos -el punk rock, los nuevos mods, el brit pop- que se miraban en el espejo roto de The Who. Ante su frustración, sucesivas generaciones han entonado con más o menos lucidez su "espero morirme antes de hacerme viejo". Una frase que, insiste Pete, "no está entre lo mejor" que ha escrito.
La épica del fracaso
Dependiendo de la valoración que uno tenga de The Kinks, The Who suelen colocarse en el tercer o en el cuarto puesto de los más gloriosos conjuntos británicos de los primeros 60. Pero seguramente están en lo alto de la lista de los grupos más desdichados de aquella quinta. A los handicaps habituales -contratos infames, mánagers peligrosos...- debe sumarse una inclinación fatal por las drogas legales e ilegales. Pete Townshend se libró por los pelos pero Keith Moon (1978) y John Entwistle (2002) murieron por sus excesos. Para complicarlo aún más, Roger Daltrey intentó enmendar a sus compañeros por las bravas. Aun así, mantiene lealtad férrea hacia ellos. Reivindica la "dulce muerte" de Entwistle: "Pasó su última noche con dos putas y algo de coca en un hotel de Las Vegas". Y su productora está detrás de una película sobre el delirante Moon, con Mike Myers como protagonista.
Del mismo modo, Daltrey defendió sin fisuras a Townshend cuando se supo que había usado su tarjeta de crédito para acceder a una página web de pedofilia; al igual que la policía, terminó aceptando su explicación de que estaba investigando sus propios traumas infantiles. Por lo demás, sus estilos de vida son antagónicos. Daltrey cantó en la despedida del estadio del Arsenal mientras Townshend dedicó aquella noche a leer un buen libro.
Mejor así, según Pete: "Si Roger y yo hiciéramos lo mismo, se perdería la tensión, la desconfianza con que entramos en un estudio o en un escenario."
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