"Cuando suenan los cañones las musas callan"
La actriz y activista Vanessa Redgrave recoge en Almagro el Premio Corral de Comedias
La actriz Vanessa Redgrave (Londres, 1937) ha pasado por España como una exhalación. Su visita apenas ha durado 24 horas. Ha buscado un hueco en el rodaje de su última película, Atonement (Expiación), basada en la penúltima novela del británico Ian McEwan, para recoger el Premio Corral de Comedias, que le fue entregado anoche en el marco del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro.
Descrita durante años por la crítica como "una mujer responsable de su propio destino", la actriz, a punto de ser septuagenaria, continúa entregada a aquellas causas sociales por las que siempre ha luchado y, sorprendentemente, afirma que ha descubierto no hace muchos años que la interpretación es su verdadera vocación.
"A medida que cumplo años pienso más en la generación de mis padres"
"Cuando entendí la existencia del drama en todas sus formas supe que quería trabajar en teatro"
Respecto a su activismo -fue una destacada representante trostkista en su juventud-, la actriz deja claro por qué lo hace: "Cuando suenan los cañones las musas callan". De hecho, ha relegado su carrera en muchas ocasiones para incorporarse a diferentes luchas sociales y políticas.
Ayer, de no encontrarse en Almagro, tenía previsto estar en Tel Aviv apoyando la búsqueda de una fórmula con la que encontrar la paz en Oriente Próximo, cuyo conflicto le afecta especialmente desde los años setenta. "Estoy muy avergonzada de que sólo dos Gobiernos, el mío y el de Estados Unidos, no hayan acudido a la llamada de Kofi Annan para conseguir un alto el fuego".
Muchos recuerdan cuando en 1977 la actriz se declaró simpatizante de la causa palestina. Fue la época en la que vendió su casa para que se filmara un documental sobre un asedio a un campo de refugiados, poco antes de recibir su primer Oscar por su trabajo en Julia, inolvidable película de Fred Zinnemann en la que Redgrave interpretaba a una revolucionaria.
Convertida en una de las más prestigiosas actrices del mundo anglosajón, es embajadora de buena voluntad de Unicef. Atrás quedan los tiempos en los que fue compañera de viaje de algún Gobierno laborista hasta que consideró que se pasaban con el asunto de la represión policial, o cuando llegó a verbalizar que quería retirarse del teatro para dedicarse a la defensa de los derechos humanos. "Fue en los años setenta, pero un director me dijo que sería un delito; yo entonces no le entendí, pero siempre recordaré sus palabras".
De hecho, después de muchos éxitos y muchos años de oficio, en uno de sus viajes a Sarajevo, ciudad que ha visitado a menudo durante y después del asedio, comprendió en toda su profundidad que el teatro era su auténtica vocación: "Entendí la existencia del drama en todas sus formas, y en ese momento supe que quería trabajar en teatro y que ésa era mi vocación". Por la noche, al recoger el premio, Redgrave ahondó en esa visión contuntente: "El teatro es como la sanidad, como la comida y la bebida. Es el último reducto en el que puede refugiarse el hombre".
Pero su otra vocación tampoco fue abandonada. No hace tanto ha creado The Peace and Progress Party con su hermano Corin. "Es un partido en el que se lucha por los derechos humanos y de los trabajadores". Lo hizo en 2003, poco después de declarar que Guantánamo era un campo de concentración y de rehusar asistir a la ceremonia de los Oscar, ya que estaba "profundamente enfadada por la guerra de Irak".
Si se le recuerda que los actores han sido punta de lanza de movimientos sociales, como en el caso de España, que abanderaron el "No a la Guerra de Irak", afirma tajante no estar de acuerdo. "Es la prensa la que hace que sean los actores los que tienen más repercusión. Los periodistas están obsesionados con las figuras, pero a lo mejor la lucha es igual que la de un abogado o un médico", apuntó ayer en Almagro, donde también tuvo un recuerdo para la conmemoración del 75º aniversario de la II República: "Los que lucharon por ella tenían razón. Había que detener el fascismo".
Sus primeros recuerdos ligados al teatro los tiene durante la Segunda Guerra Mundial. "Tenía poco más de cuatro años, una criada me había enseñado a leer y aprendí un texto escrito por otro chico también evacuado; el caso es que interpretamos esa obra para recaudar fondos para la Marina mercante", dice la actriz, que recuerda que con aquellas monedas se mandó comida para Inglaterra. Si se le señala que todo hace pensar que desde entonces no ha parado de recaudar para unas u otras causas, guarda silencio, reflexiona y dice: "Sí, así ha sido", manifiesta esta mujer especialmente preocupada por la situación de los niños en áreas de conflicto.
La actriz pertenece a una de las sagas escénicas más populares de Reino Unido. Es hija de Michael Redgrave y Rachel Kempson, dos sólidos actores del teatro y cine británicos del siglo XX; hermana de Corin y Lynn Redgrave, con los que ha trabajado en varias ocasiones; madre de Joely y Natasha Richardson (hijas de Tony Richardson) y de Carlo Nero (hijo de Franco Nero), y cuñada de la actriz Kika Markham. Y se supone que continúa la estirpe con su sobrina Jemma Redgrave, y posiblemente con alguno de sus cinco nietos. Con todos ha trabajado en diferentes ocasiones: "Siempre sentimos que entre nosotros hay una especial complicidad". La Redgrave confiesa abiertamente que los momentos más importantes de su vida son la muerte de sus padres y el nacimiento de sus hijos: "A medida que cumplo años pienso más en la generación de mis padres".
Al margen de sus trabajos con la Royal Shakespeare Company y bajo la dirección de figuras de la escena y el cine como Ken Russell, Sydney Lumet, John Schlesinger, Joseph Losey, Peter Hall, Trevor Nunn, Brian de Palma, Bille August, Tim Robbins y Tony Harrison, entre otros, para muchas personas de su generación y otras posteriores es imborrable el recuerdo de su participación en Blow up, película de Michelangelo Antonioni de 1964, en la que su desnudo la convirtió en el prototipo de mujer que abrazaba la causa de la revolución sexual.
Claro que la película que más repercusión ha tenido dentro y fuera del mundo anglosajón es, sin lugar a dudas, Isadora, dirigida por Ken Russell, en la que se metió en la piel de la mítica bailarina y en la que se consideraba la danza una oportunidad de transgresión. En cualquier caso, Redgrave, como protagonista de los movimientos contraculturales de los años sesenta, fue absorbida por la cultura oficial participando en obras de teatro y en películas con visos académicos como María Reina de Escocia o Las troyanas.
Babelia
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