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Escalada militar en Oriente Próximo

Un misil israelí mata a 12 civiles libaneses que trataban de huir del sur del país

Decenas de ataques de la aviación militar acaban con la vida de casi 60 personas

Sexto día de matanza de civiles en Líbano. El Ejército israelí insiste en que su objetivo es crear en el sur del país árabe una zona en la que no se puedan mover los milicianos de Hezbolá. Pero son personas ajenas a la guerra, que por decenas de miles huyen de las ciudades más próximas a la frontera, las que pagan con su vida. Al menos 12 murieron en un puente cerca de Tiro cuando viajaban en dos vehículos. Otras 41 personas, entre militares, que no guerrilleros chiíes, y civiles perecieron en más de 60 ataques aéreos a lo largo y ancho de un país sometido a una destrucción sin piedad.

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Es difícil que unas Fuerzas Armadas que cuentan con la tecnología más avanzada cometan tantos errores. Abundan los que opinan que se trata de una táctica deliberada, entre ellos el primer ministro libanés, Fuad Siniora, que acusó a Israel de emplear métodos propios de terroristas. El Ejército israelí tiene claro su propósito. Establecer en el sur de Líbano un área "limpia" de milicianos. Soldados judíos se adentraron por la mañana en territorio libanés para destrozar las bases empleadas por los guerrilleros chiíes y se retiraron más tarde, según informó un portavoz militar. Sin embargo, esa limpieza conlleva efectos dramáticos que nada preocupan a los dirigentes políticos y militares del Estado judío.

Doce civiles perecieron, entre ellos una mujer y siete de sus familiares, en el puente de Rumeile, en las proximidades de Tiro, a pocos kilómetros de la frontera. Escapaban de la destrucción hacia Beirut, pero fueron aniquilados en el camino. Ni siquiera acatando lo que los mandos militares israelíes tildan de recomendación de huir del sur del país están a salvo los civiles.

Otras 10 personas murieron en Zaleh, en el centro de Líbano; seis más en un aparcamiento de camiones en Chim, al sur de Beirut, y nueve militares y seis civiles en un bombardeo en una base militar en la norteña Trípoli. Otra decena de personas murieron en distintos ataques. Rondan los 200 muertos libaneses desde el miércoles. Bien entrada la noche, la aviación israelí atacó el poblado libanés de Aitarún, al sur del país, matando a seis civiles, según informó la televisión de Hezbolá.

Es al Ejército libanés, cuyas instalaciones machaca la aviación judía, a quien el primer ministro de Israel, Ehud Olmert, se dirigió ayer desde el Parlamento de Jerusalén. Le instó a que se haga cargo del sur del país expulsando a Hezbolá de su baluarte. Y el dirigente judío añadió tres condiciones para acabar la bestial ofensiva: la devolución de los dos soldados capturados por Hezbolá el 12 de julio, la detención del lanzamiento de Katiushas, y el desarme de la milicia chií, tal como exige la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU.

El puerto de Beirut, depósitos de gas, centrales eléctricas, de comunicaciones, cuarteles militares, carreteras, puentes... Nada queda a salvo de los bombardeos israelíes. Como sucede en Gaza, el Gobierno de Ehud Olmert, en lo que denomina "lucha contra el terrorismo", ha decidido arrasar Líbano. Al igual que en el territorio palestino, el castigo contra la población civil pretende ser una misiva sangrienta para que retiren su apoyo a Hezbolá y a Hamás. "Continuará hasta que entiendan el mensaje", comentaba días atrás un portavoz castrense. La mayoría de los expertos, por el contrario, opinan que lo único que se consigue es reforzar a estos movimientos fundamentalistas, suní el palestino, chií el libanés.

Hezbolá tampoco detiene el lanzamiento de cohetes Katiushas, aunque a menor ritmo que en jornadas precedentes, probablemente debido a que los milicianos se han alejado de la zona más próxima a la frontera. Se desconoce hasta qué punto ha sido dañada su capacidad militar. Es seguro que bastantes de sus baterías han sido anuladas, pero los analistas estiman que todavía conserva la mayor parte de su arsenal. En seis días de contienda, no llegan a mil los Katiushas disparados por Hezbolá, que cuenta con entre 10.000 y 15.000.

El complejo industrial de la ciudad mediterránea de Haifa -la tercera de Israel, con 250.000 habitantes, y a 40 kilómetros de la frontera con Líbano- es el objetivo más perseguido por los milicianos. Al menos cuatro veces sonaron las sirenas por la mañana. Un cohete cayó sobre las instalaciones petroquímicas adyacentes al puerto de la ciudad, que fue clausurado. Otro misil destrozó una casa y 11 personas resultaron heridas. Hezbolá disparó además otro puñado de cohetes sobre varias ciudades y pueblos del norte de Galilea.

En Gaza se repite la historia. Una y otra vez. Una decena de cohetes Kassam cayeron sobre el sur de Israel y provocaron daños menores. Mucho peor parada salió una mujer que falleció cerca de Rafah, junto a la frontera con Egipto, por heridas de metralla, y tres milicianos de Hamás, que fallecieron bajo las bombas en Beit Hanun, en el extremo norte de la franja. En la ciudad cisjordana de Nablus murió un soldado israelí en un intercambio de fuego con milicianos palestinos. Al no haber suficientes policías para vigilar el cruce de Erez, única salida para las escasas personas que pueden dejar el territorio, el Gobierno israelí decidió cerrarlo.

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