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Reportaje:LA SUCESIÓN DE FIDEL

Y después de Castro, ¿qué?

Fidel, tras 47 años en el poder, prepara la sucesión. No quiere nuevos líderes, sino reforzar el 'aparato'. La oposición duda que la revolución le sobreviva.

Después de 47 años ejerciendo el poder, Fidel Castro se enfrenta a su último reto: lograr que la revolución cubana le sobreviva. El líder comunista, que el 13 de agosto cumplirá 80 años, ha asumido que su sucesión debe organizarse desde ya para facilitar la continuidad del sistema cuando él desaparezca. Los últimos movimientos dentro del Partido Comunista de Cuba (PCC) indican que los preparativos con vistas al poscastrismo han comenzado y que la apuesta no es por aupar a un nuevo líder, sino por garantizar una sucesión institucional. Algo especialmente complejo en Cuba.

Desde que irrumpió a las bravas en la política cubana asaltando el cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, Fidel Castro ha marcado los destinos de su país y la vida de sus compatriotas. Cerca de ocho millones de cubanos, un 70% de la población de la isla, nacieron cuando Fidel ya gobernaba y han vivido siempre bajo el modelo político fundado por él, que unos llaman socialismo a la cubana, y otros, simplemente, castrismo o fidelismo.

La apuesta no es aupar a un nuevo prohombre, sino garantizar una sucesión institucional. Así lo indican los pasos del PCC
Lo que diferencia este momento de otros es que ahora las propias autoridades cubanas han puesto sobre la mesa las cartas de la sucesión
Analistas y diplomáticos consideran al ministro de Asuntos Exteriores, Felipe Pérez Roque, clave en los cambios que se avecinan en Cuba
García Márquez ha dicho alguna vez que "Fidel Castro es la principal fuerza de la revolución, pero también su principal debilidad"
Un sociólogo ironiza con haber analizado veinte escenarios hipotéticos de sucesión: de ritmo lento o rápido; pacífica o violenta; con Raúl o sin él...
Ha habido un realce de la figura de Raúl Castro, que ha cumplido 75 años. Para algunos se trata de promocionarlo en su condición de sucesor
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Sin Castro, Cuba ha de abrirse económicamente para buscar un nuevo consenso o, de lo contrario, la tensión interna crecerá
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Tanto sus enemigos como sus seguidores coinciden en algo: su figura es insustituible en un sistema como el que existe en Cuba, al menos tal como funciona ahora.

Hasta sus colaboradores más cercanos, incluido el ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), su hermano Raúl Castro, admiten que nadie puede suplantar su liderazgo, y menos aún heredar su personalidad arrolladora, que le ha permitido sobrevivir a 10 administraciones norteamericanas y es la clave para entender qué ha sucedido en Cuba en la segunda mitad del siglo XX.

Dictador iracundo para unos, líder del Tercer Mundo y revolucionario sincero para otros, desde que asumió el poder en 1959 -y aún antes, desde los tiempos de la lucha armada en la sierra Maestra-, Castro ha gobernado a golpe de discursos y creando entornos a su medida, guiándose básicamente por su intuición, entendida ésta al modo guerrillero, muerde y huye, que le ha permitido convertir en victorias no pocos reveses políticos y encontrar siempre nuevos aliados.

No por casualidad, en las enciclopedias aparece como el único estadista sobreviviente de la guerra fría y el tercer jefe de Estado más veterano del mundo, sólo superado por los monarcas Bhumibol Adulyadej de Tailandia e Isabel II de Inglaterra.

Según su amigo el escritor colombiano y premio Nobel Gabriel García Márquez, Fidel Castro es "incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal", y este rasgo de su personalidad explica por qué Cuba posee el número uno del mundo en médicos o bailarines de ballet clásico por habitante, o por qué en la actualidad se desarrolla un plan para operar gratuitamente de la visión a seis millones de pacientes latinoamericanos en la isla en 10 años, o la razón por la cual 300.000 soldados cubanos lucharon en la guerra de Angola.

Toda su biografía está llena de records, incluido el del presidente que ha pronunciado la alocución más larga en la Asamblea General de la ONU -el 26 de septiembre de 1960, de 4 horas y 29 minutos de duración-, o el del estadista que ha sido objeto de más intentos de atentado: cerca de 640.

Fidel Castro no sólo es el comandante en jefe del ejército cubano; también es presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, y primer secretario del PCC, y el primer impulsor de la ciencia y el deporte en su país, y más todavía el principal relaciones públicas de su Gobierno.

En el inconsciente colectivo cubano, los hitos de su vida son los mismos que los de la revolución: el asalto al Moncada, la guerrilla en la sierra Maestra contra el dictador Fulgencio Batista, que Fidel Castro ganó contra todo pronóstico con un puñado de hombres mal armados; la invasión de Bahía de Cochinos, organizada por la CIA, que derrotó en 72 horas; la Crisis de los Misiles; el fracaso económico de la zafra [recogida de la cosecha de azúcar en los años sesenta] de los 10 millones de toneladas, que le llevó a la sovietización de la economía; la desaparición del campo socialista, que dejó a la isla en bancarrota, a la que se sobrepuso enrocándose de modo numantino, y la última alianza estratégica y bolivariana con su amigo venezolano, Hugo Chávez, en el otoño de su vida política.

Por esta singular ósmosis entre Castro y la revolución, y también por su omnipresencia en todos los órdenes de la vida cubana, durante mucho tiempo el tema de su sucesión fue tabú en Cuba, como si al no hablar de ello se eliminara el problema.

Esto empezó a cambiar a raíz del desmayo sufrido por el presidente cubano en el verano de 2001. Tres años después, al terminar un discurso en Santa Clara, Castro tropezó y sufrió fracturas que lo incapacitaron durante varios meses. Ambos hechos, transmitidos en vivo por televisión, provocaron desconcierto entre los cubanos y también en el núcleo dirigente, golpeado de pronto por la perspectiva de un futuro sin Fidel.

El mismo Castro abordó el asunto durante un discurso en la Universidad de La Habana, en noviembre, cuando advirtió de que la revolución podía autodestruirse debido a sus propios errores y pidió a sus compatriotas que reflexionaran sobre cómo garantizar la "irreversibilidad" del socialismo cubano. Aquella tarde, el mandatario dejó en el aire una pregunta: "Cuando los veteranos vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo?".

Para un antiguo y fiel colaborador suyo, las palabras de Castro sonaron a "testamento político". "Nunca antes había hablado con tal crudeza. Nunca antes había reconocido de modo tan realista las manchas y los riesgos a que se enfrenta la revolución en el plano interno. Estaba haciendo un balance y diciendo: existe este peligro, y de nosotros depende salvar o destruir la obra de la revolución".

La estrategia a seguir en Cuba cuando Fidel Castro desaparezca o no pueda seguir gobernando fue esbozada en junio por Raúl Castro en un discurso ante los principales mandos militares del país. El hombre que según la Constitución habría de asumir el mando cuando falte el Comandante aseguró que la "confianza" depositada por los cubanos en Fidel "no se transmite como si se tratara de una herencia a quienes ocupen en el futuro los principales cargos de dirección del país" y que el PCC, "como institución que agrupa a la vanguardia revolucionaria", es la única capaz de heredar su liderazgo.

Esta alternativa de "sucesión institucional" fue ratificada formalmente por el V Pleno del Comité Central del PCC, que se celebró en julio. Hacía dos años que no se realizaba una reunión plenaria similar.

Un debate inédito

Las palabras de Castro en el Aula Magna marcaron un antes y un después en la dinámica de la sucesión. Las dos ideas centrales, la necesidad de acabar con el cáncer de la corrupción y el robo generalizado al Estado, que amenazaban la revolución, y la importancia de que las nuevas generaciones trabajaran para asegurar la continuidad, fueron debatidas en los órganos del partido y en los Comités de Defensa de la Revolución.

El primero en reaccionar fue el ministro de Asuntos Exteriores, Felipe Pérez Roque, de 41 años, uno de los más cercanos colaboradores de Castro y a quien analistas y diplomáticos consideran clave en la futura sucesión, transición o cualquier cosa que ocurra en Cuba.

En una intervención ante el Parlamento, a finales de diciembre, Roque expuso tres premisas para defender el sistema cuando Fidel Castro no esté. La primera, cuajar un liderazgo basado en el ejemplo, que mantenga la autoridad moral de la dirección. En segundo lugar, mantener el apoyo de la mayoría de la población, pero "sobre la base de las ideas y las convicciones". El último punto era que no resurgiera una clase propietaria en la isla. Roque reconoció que a estas alturas de la revolución, en la población había "simulación", "apatía" y "modorra".

Comenzó entonces un inédito debate. Académicos, sociólogos y politólogos, la mayoría cubanos, empezaron a publicar en medios digitales análisis sobre la futura Cuba sin Fidel.

Un ex miembro del servicio exterior cubano, el historiador Pedro Campos, planteó que el problema fundamental que compromete la continuidad es económico, y la causa es "la forma predominante de organización y control de la producción, la distribución y el consumo", basada "en la propiedad estatal y la centralización de los recursos y las decisiones". Según Campos, los trabajadores no se ven como dueños de los medios de producción, y "al sentirse mal pagados" usan "en interés propio los bienes y recursos del Estado".

Otro académico, Armando Chaguaceda, consideró que el modelo político futuro se decide ahora y que todo dependerá del "grado de desgaste que acumule el proyecto, si no realiza las necesarias reformas correctivas, conectando la épica con las demandas de la gente". A su juicio, los escenarios posibles son tres: regresar "al capitalismo dependiente y periférico", permanecer en el "socialismo estatista y burocratizado" o avanzar hacia un "socialismo libertario".

Un experimentado analista de la realidad cubana señala que este tipo de discusiones, y más en medios afines a la revolución, no suceden por azar. "Mucho menos cuando, por primera vez, en la dirección del país se habla con naturalidad del tema de la sucesión y hay señales claras de que algo se empieza a mover", indica.

Las 'señales'

Entre estas "señales" estarían:

1. Las insistentes declaraciones de que "no hay sustituto para Fidel" y, por extensión, la conciencia de que necesariamente su relevo ha de ser colectivo, basado no en el liderazgo personal, sino en las instituciones. El que más claro lo ha dicho ha sido Raúl Castro. En medios diplomáticos, sus recientes declaraciones aupando al PCC por encima de su persona fueron interpretadas como un reconocimiento de que sin el liderazgo fundacional de Fidel es necesario remodelar la estructura de gobierno.

2. El celo de las autoridades por fortalecer el papel del PCC. Se plasma en el restablecimiento del Secretariado del Comité Central, eliminado en los años noventa al comenzar la etapa crítica del Periodo Especial. Además han sido anunciadas una serie de medidas para fortalecer las instituciones municipales.

3. A partir de 2003, el Gobierno comenzó a adoptar una serie de medidas para recentralizar la economía y volver al más estricto control estatal. Según el economista cubano Carmelo Mesa-Lago, catedrático de la Universidad de Pittsburgh, una de las razones de este proceso es "asegurar una transición rígidamente controlada por la dirigencia y el partido".

4. El realce de la figura de Raúl Castro coincidiendo con su 75º cumpleaños. Para algunos analistas, se trata de un intento de "promocionarlo en su condición de sucesor"; otros aseguran que el segundo hombre fuerte de Cuba está dedicado de lleno a la tarea de revitalizar la organización partidista como mejor forma de asegurar la perdurabilidad del sistema.

Algunos hasta piensan que la sucesión de hecho ha empezado, como el ex analista de la CIA Brian Latell, quien acaba de publicar en EE UU el libro Después de Fidel. Según Latell, "las facultades mentales y físicas de Fidel Castro se han deteriorado de forma clara estos dos últimos años" y sus apariciones en público "se han vuelto embarazosas". Por ello, asegura, Raúl "ha estado desempeñando un papel de liderazgo más importante", como un "regente que enmienda, interpreta y filtra las decisiones de Fidel". En su opinión, sólo Raúl es capaz de garantizar la supervivencia de la revolución después de muerto Castro debido a su "control de las Fuerzas Armadas, los servicios de seguridad y una gran parte de la economía".

Para las autoridades cubanas, este tipo de hipótesis y conclusiones no tienen fundamento. "La CIA lleva 47 años tratando de acabar con la revolución y no lo ha conseguido, así que sus analistas no deben ser muy brillantes", bromea un funcionario. Es cierto que después de cuatro décadas de planes fracasados, la mayoría de los cubanos desconfía de los pronósticos norteamericanos. Pero cuando uno indaga hoy por cómo percibe la gente el futuro, muchos admiten su incertidumbre... y su inquietud.

Y después de Fidel, ¿qué?, es ya una pregunta corriente en la isla. Un conocido sociólogo cubano ironiza con haber analizado "al menos veinte escenarios" hipotéticos. "Sucesión o transición; de ritmo lento o rápido; pacífica o violenta. En vida de Fidel Castro o después de su muerte; con Raúl o sin Raúl; con los más jóvenes en el poder, o con una generación intermedia al mando".

El momento de la verdad

Lo que diferencia este momento de otros es que ahora las autoridades han puesto sobre la mesa las cartas de la sucesión. Y que, al parecer, el proceso en marcha "contempla una transferencia en vida de Fidel, de forma gradual y ordenada, con el fin de garantizar una posterior gobernabilidad", afirma un embajador europeo.

Durante algún tiempo, la apuesta de Castro favoreció un relevo centrado en la "cuarta generación", integrada por líderes estudiantiles y cuadros de la Unión de Jóvenes Comunistas, menores de 40 años, con quienes en los últimos años, en una especie de gobierno paralelo, el mandatario ha ejecutado la "Batalla de Ideas", dirigida a atender las necesidades de los sectores más castigados por la crisis y resucitar el "espíritu revolucionario".

Sin embargo, tras consagrar formalmente el V Pleno la iniciativa de Raúl de promover un relevo institucional guiado por el partido, cambiaron las reglas del juego. La cúpula del PCC eligió un Secretariado de 12 miembros, integrado mayoritariamente por cuadros de entre 40 y 50 años y fogueados en el trabajo partidista; un mensaje claro de dónde reside el poder y cuál es el camino a recorrer por los futuros dirigentes para llegar a los puestos de mando, en opinión de analistas locales.

Si, efectivamente, en la isla han comenzado los preparativos para la sucesión, éstos tendrían el único fin de prolongar la vida del sistema, sin cambios verdaderos, creen los disidentes. "La raíz del problema es la exclusión del pueblo y la negación de su participación en la vida económica y política del país. Todo lo que no implique acabar con ello es una continuación de la injusticia", afirma el líder del Proyecto Varela, Oswaldo Payá.

Para Payá, igual que para otros opositores, "el fidelismo, como concentración del poder en una persona, no puede tener continuación sin Fidel", y por ello cualquier futuro Gobierno de sucesión será transitorio. Sin estar convencidos de las tesis de la oposición, un buen número de académicos e intelectuales cubanos coinciden en que varios factores pesarán en cualquier evolución de los acontecimientos.

El primero es el denominado factor Estados Unidos. Después de 47 años enfrentados a Washington, en Cuba hay un incuestionable sentimiento nacionalista, y hasta los más críticos declaran que no admitirían la intromisión de Estados Unidos. Si el Gobierno norteamericano persiste en su actual política e incrementa la presión, como se desprende de la denominada Comisión de Ayuda una Cuba Libre, creada por la Administración de Bush, que contempla ayudas millonarias a la disidencia y veta a cualquier sucesor que no promueva una transición democrática a corto plazo, esto podría condicionar el enroque de las nuevas autoridades.

El modelo económico a implantarse es el segundo factor. La mayoría coincide en que, sin Fidel Castro, Cuba ha de abrirse económicamente para buscar un nuevo consenso, o de lo contrario la tensión interna crecerá. Algunos plantean buscar un modelo chino a la cubana. Otros, como el académico Pedro Campos, se inclinan por la cooperativización y "la autogestión empresarial obrera" para dinamizar la economía. No introducir reformas de calado, afirma la mayoría de los analistas, sería a medio plazo un suicidio político.

En tercer lugar, el papel del Ejército será clave. Son muchos los que creen que los militares cubanos poseen considerable poder económico y político y que jamás permitirían la "entrega" a Estados Unidos. Pero tampoco los militares cubanos son reacios a las reformas. En contraposición de su fama de hombre duro y ortodoxo, Raúl Castro ha sido "pragmático" a la hora de introducir cambios y, señalan analistas y diplomáticos, en las empresas de las FAR y corporaciones turísticas bajo su control fue donde comenzó la descentralización y la autogestión empresarial en los años noventa.

Sea cual sea el peso real de estos factores y el modo en que, a la hora de la verdad, se combinen las variables, dos cosas están claras: que los preparativos ante la era pos Fidel han comenzado y que sustituir al Comandante en Cuba no será fácil. "Fidel Castro es la principal fuerza de la revolución, pero también su principal debilidad", ha dicho alguna vez García Márquez. Si ello es cierto, el último reto al que se enfrenta el Comandante, que la revolución le sobreviva, habrá de librarse sin él, en desventaja.

SCIAMMARELLA
Castro, en una sesión del Parlamento en La Habana el 22  de diciembre de 2005.
Castro, en una sesión del Parlamento en La Habana el 22 de diciembre de 2005.REUTERS
Fidel Castro se dirige a sus partidarios desde el Ayuntamiento de Santa Clara en su viaje hasta La Habana, tras derrocar a Fulgencio Batista, en enero de 1959.
Fidel Castro se dirige a sus partidarios desde el Ayuntamiento de Santa Clara en su viaje hasta La Habana, tras derrocar a Fulgencio Batista, en enero de 1959.

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