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Fervor dylaniano en la arena

Más de 100.000 personas se rinden ante esta leyenda en el 'Concierto por la paz' de San Sebastián

Maribel Marín Yarza

San Sebastián se rindió ayer ante Bob Dylan, que llevó vientos de paz al País Vasco. La organización quería que este concierto se recordara como "un hito" en el camino hacia el fin de la violencia y así será. Más de 100.000 personas, según la organización, abarrotaban la playa de la Zurriola al anochecer, bajo un cielo gris, netamente donostiarra, que por la mañana había amenazado con deslucir este Concierto por la paz. Mikel Laboa calentó al público con un emotivo recital que comenzó a cappella. Bob Dylan remató la faena y alimentó su leyenda.

El cantante exigió garantías de que no iba a ser un acto político sino ciudadano

No se sabe si este mito de la música contemporánea, referente del rock, pero también del folk, el country y el blues, es huraño, inaccesible y esquivo o simplemente alimenta un personaje ficticio creado por los medios. Lo único cierto es que ayer no defraudó. Ni musical ni humanamente. Hizo exactamente lo que se esperaba de él: dio toda una lección de música, pero también más argumentos para continuar recreando su fama de arisco. Ni se dirigió al público que abarrotaba la playa de la Zurriola -había gente hasta en el mar- ni hizo una especial referencia al proceso abierto en Euskadi para acabar con la violencia. Y el concierto, gratuito, era un concierto por la paz. Aunque en el escenario no hubiera ninguna pancarta alusiva ni se leyera un solo manifiesto durante el evento. Quién sabe si por exigencias de Dylan, que para actuar pidió garantías de que el de ayer no iba a ser un acto político, sino ciudadano.

El norteamericano se hizo esperar. Salió al escenario pasadas las 21.10. "Dylan es Dios", repetía Carlos, un treintañero cántabro que esperaba impaciente a que comenzara el concierto con una cerveza y un porro en la mano. Y como tal actuó en todo, salvo en su ubicación en el escenario. Como en el resto de los conciertos de la gira española que emprendió el 6 de julio en Calella de Palafrugell (Girona) también esta vez se situó en un segundo plano, al teclado, y junto a los guitarristas Stuart Kimball y Denis Freeman, el batería George Gabriel Recile, el steel guitar Donnie Herron y el bajo Tony Garnier.

Arrancó con The Maggie's farm, el tema con el que ha abierto sus conciertos de esta temporada. Luego sonaron, también sobre el guión previsto, The times they are a changin' y Down along the cove. Dylan, que se entregó al público con la armónica y finalmente dejó que se proyectaran las imágenes de su actuación en las dos pantallas laterales, apenas cambió el consabido repertorio. Sorprendió con temas como To Ramona, Girl from the North country y, en su afán por reinventarse a sí mismo, con una versión irreconocible de Mr. Tambourine man. Pero finalizó como se esperaba con Like a rolling stone y All alone the watchtower. Sólo se dirigió al público una vez y fue para presentar a su banda, justo antes de despedirse, sin hacer ningún guiño a la paz. Y no se descartaba porque este músico fue en su momento adalid de la canción protesta contra la Guerra del Vietnam y de grandes conciertos benéficos de los setenta y ochenta para socorrer a víctimas de hambrunas y contiendas.

La lluvia había amenazado por la mañana con deslucir un evento gratuito -sólo las gradas laterales eran de pago-, organizado por el Ayuntamiento de San Sebastián y la Diputación de Guipúzcoa, que ha costado a estas instituciones 600.000 euros (la mitad irán a parar a los bolsillos de Dylan). Pero todo quedó en un susto y se resumirá quizá en algún resfriado. Porque por la mañana, mientras los cocineros de Dylan preparaban la comida en las cocinas del Kursaal -se habían traído de EE UU hasta mantequilla de cacahuete-, unos pocos intrépidos esperaban bajo la lluvia o en la playa o protegidos bajo el cubo grande diseñado por Rafael Moneo. "Dylan bien vale una pulmonía", aseguraba Randy, un californiano que asistió al Mundial de fútbol en Alemania, corrió el lunes el encierro en Pamplona y ayer quiso ver al que, dice, es "el más grande, el mejor compositor de todos los tiempos". Nadie ocultaba que si estaba en la Zurriola era por Dylan, Laboa o Macaco. Que la paz mueve a las masas, pero menos que la música.

Iker y Carlos, protegidos bajo un plástico, reconocían. "Venimos por Dylan, aunque compartimos el deseo de paz y ésta es una buena forma de buscarla". Como ellos, miles de personas. Las riadas de gente que cruzaban el Kursaal poco antes de las ocho de la tarde recordaban a las manifestaciones que más de una vez han recorrido San Sebastián. Pero esta vez no eran para lamentar una muerte o un secuestro, esta vez era para clamar en voz alta por la paz, en euskera con Mikel Laboa, en inglés con Dylan y en español con Macaco. Lo resumía así un catalán. "Queremos que se acabe de una vez este conflicto absurdo que tantas vidas ha costado. Si para hacernos oír tiene que venir Dylan, bienvenido sea".

Miles de personas se congregaron ayer en la playa de la Zurriola para ver a Bob Dylan.
Miles de personas se congregaron ayer en la playa de la Zurriola para ver a Bob Dylan.JAVIER HERNÁNDEZ
Bob Dylan, ayer en San Sebastián.
Bob Dylan, ayer en San Sebastián.JAVIER HERNÁNDEZ

El regreso del otro patriarca

Mikel Laboa (San Sebastián, 1934) es un mito de la escena vasca y uno de los músicos españoles que mejor ha sabido combinar tradición, experimentación y poesía. Le sobra experiencia colectiva -en los años sesenta fue uno de los fundadores del legendario grupo Ez dok Amairu (No Somos Trece)- y en solitario, pero cada vez que tiene que plantarse ante el público le invade el miedo escénico. "Pasa días sin dormir", aseguran quienes le conocen. Ayer para cuando inauguró el Concierto por la paz, "había acabado con las existencias de tila de toda la ciudad", comentaban con exageración en su entorno.

Hacía cinco años que el cantautor vasco, médico psiquiatra de formación, no ofrecía un concierto como tal. En 2004 participó en Chequia en un evento junto a nombres de la cultura vasca como el escritor Bernardo Atxaga, el músico Ruper Ordorika o el saxofonista Josetxo Silguero, en 2003 en un homenaje a Jexux Artze, pero su último recital lo ofreció en Lezo (Guipúzcoa) en 2001. Por eso la expectación por escucharle en directo era máxima. "Es un hombre sencillo que siempre ha huido de protagonismos públicos. Por eso no tiene el reconocimiento que se merece", decía Amaia, recién llegada de Bilbao. "Si viviera en Madrid, cantaría más en castellano que en euskera y no huiría tanto de la prensa, sería Dios. Pero como es un tío normal, que prefiere estar de chiquiteo con sus amigos por el Antiguo a salir en los periódicos, no tiene tanto eco". No es la única que lo piensa. Itziar, plantada desde la mañana en la arena de la Zurriola para reservarse un sitio en primera fila, confesaba: "Dylan me gusta, está bien, pero yo vengo por Laboa, que ha dejado de dar conciertos, es de mi barrio y no le he podido ver nunca. Me hace mucha ilusión escucharle".

Eran las 19.45 cuando el músico se aclaró la voz, ahora ya sí, con un vaso de vino, se asomó al escenario de la Zurriola y empezó a cantar a capella. Intercaló viejos temas como Ihesa zilegi da, con canciones de su último disco, Xoriek 17, como Galderak u Orduan. Pero, sin duda, una de las que más hizo vibrar al público de la Zurriola fue Txoriak txori, uno de los hitos del folclor vasco y de la libertad, que dice así: "Hegoak ebaki banizkion nerea izango zen, ez zuen alde egingo, baina honela ez zen gehiago txoria izango eta nik txoria nuen maite" (Si le hubiese cortado las alas sería mío, no se hubiese ido, pero así no sería ya pájaro, y yo amaba al pájaro).

Laboa, que a lo largo de su carrera ha reinterpretado viejas canciones con estilo moderno, poesías musicadas de Bertolt Brecht y composiciones propias como sus Lekeitioak -canciones experimentales a base de gritos y sonidos onomatopéyicos- tenía que ceder el testigo a las 21.00 a Bob Dylan, en este Concierto por la paz. Pero no quería despedirse sin compartir el escenario con esta leyenda de la música contemporánea que, al parecer, negó de antemano esa posibilidad. En su día actuó junto a Joan Baez en Bilbao. Ayer, sin embargo, no acabó por cumplir su deseo.

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