El precio de la libertad
En el momento en que el régimen dictatorial de Buteflika puso en libertad al periodista Mohamed Benchicou, tras cumplir dos años de cárcel por delito de expresión, mandó que se prohibiera la difusión en Argelia de mi último libro, editado en Francia con el titulo Lista de correos: Argel y el subtítulo Carta airada y esperanzada a mis compatriotas.
En su libro, titulado Buteflika, una impostura argelina y también editado en Francia, Benchicou, periodista y propietario del periódico Le Matin, denunciaba el pasado y presente ignominiosos de Buteflika, que llegó al poder a hombros de generales facciosos. Por este crimen de lesa majestad, su periódico fue cerrado y él mismo fue condenado a dos años de prisión firme, condena que cumplió entera a pesar de la presión de grupos nacionales e internacionales de derechos humanos.
En mi libro me dirijo a mis compatriotas para recordarles la verdad de una realidad tan vieja como el mundo: las dictaduras se imponen y gobiernan con la mentira. Es a los pueblos que quieren liberarse a quienes corresponde convertir la búsqueda de la verdad en una virtud republicana. Me he esforzado en desmontar las trampas mentales a las que estaba sometido el pueblo desde que Argelia alcanzó la independencia en 1962 y vio como le arrebataban la libertad para siempre. El poder argelino utiliza las mismas viejas artimañas que tristemente han servido en otras partes: la exaltación caricaturesca de la raza, el abuso de la religión, el nacionalismo exacerbado, la denuncia permanente del complot internacional contra el pueblo unido detrás de sus dirigentes, el lanzar pestes contra los intelectuales a los que se califica de enemigos de la nación y de la religión, la manipulación de la historia, el culto a la personalidad, las amenazas, y llegado el caso, el encarcelamiento y el asesinato.
No me hago ilusiones, las numerosas reacciones que ha levantado la censura de mi libro en Europa, y concretamente en Francia, no cambiarán nada. Gracias al maná del petróleo, el régimen cuenta con considerables medios financieros para acallar a toda la oposición. Con la nueva Constitución que se someterá a referéndum en septiembre y que naturalmente será plebiscitada, Buteflika dispondrá de poderes que nunca ha detentado un presidente, y probablemente el mandato de por vida que tanto desea. La comunidad internacional tomará nota sin mayor escándalo, y no habrá más que hablar.
No podemos evitar hacer esta constatación: la etiqueta de país democrático se compra hoy en el mercado. China, Argelia, Libia, países totalitarios donde los haya, han obtenido esta carta de honorabilidad. Les miman, les cortejan, les felicitan. Ya no se habla del Partido Comunista Chino, de la plaza de Tiananmen, de las ejecuciones en cadena, de la ocupación del Tíbet. Ya no se habla de las masacres en Argelia, de la implicación del Ejército en las matanzas, de los disturbios populares reprimidos con sangre, de la represión que afecta a los periodistas, a los intelectuales y a los sindicatos independientes, de la pervivencia del estado de emergencia que permite todos los excesos. Ya no se habla de la locura exterminadora de Gaddafi y de las miserias que ocasiona a sus vecinos del Chad y de Darfur. Estos tres países disponen de considerables recursos financieros y han sido inteligentes al abrir su mercado a los países de vieja tradición democrática. Por poco que Irán acepte renunciar a su programa nuclear militar, se le entregará en seguida la acreditación y será una visa oro. La Rusia de Putin está en camino de hacerse con ella. El precio del gas sube, su gasoducto pasa por los sitios adecuados y su recuperación económica es evidente. ¿Quién piensa en Chechenia?
Otros países, que están lejos de ser modelos de democracia, están en la buena vía para ser admitidos en el círculo virtuoso: Túnez, Tailandia, Turquía...
Pronto estas dictaduras serán mayoría en el Club de la Democracia Mundial y podrán discutir, de manera natural, la calidad de la democracia de países como Francia, cuyos resultados económicos no son brillantes, Alemania, que tiene dificultades en recuperar su potencial económico, o Italia, que se hunde en el déficit. Cuando un club de gente seria abre sus puertas a granujas, cambian los criterios de admisión y los recién llegados acaban por echar a los propietarios del lugar.
El mundo está cambiando y parece que no podemos hacer nada. Democracia rima con negocios y sólo se presta a los ricos. Se ha inventado una palabra para designar nuestra impotencia ante la evolución paradójica del mundo: mundialización. La honorabilidad no es más que un producto que se negocia en el mercado. Si todo tiene un precio, ¿por qué no la honorabilidad, la libertad y los derechos humanos?
Pienso en la respuesta de Isabel la Católica al sultán Boabdil cuando éste le entregó las llaves de la Alambra diciéndole: "O gran reina, te entrego las llaves de mi ciudad y me entrego a ti, así lo ha querido Alá", y la reina le respondió: "Ahora puedes llorar como una mujer la ciudad que no supiste defender como un hombre". Nos hemos dejado vencer por los nuestros tras siglos de lucha contra los invasores extranjeros; somos nosotros los que tenemos que librarnos de nuestra propia tiranía. Al escribirles, sólo pretendemos informarles y que sean testigos de nuestra lucha por la libertad.
Boualem Sansal es escritor argelino.
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