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Reportaje:Benedicto XVI visita España

A quien madruga...

Relato del viaje Madrid-Valencia para ver al Papa en uno de los autobuses de la parroquia de Santa María de Caná

Guillermo Abril

"¡No salgáis de la iglesia! ¡Volved todos! Aún hay que hacer los grupos." Son las 5.25 de la madrugada en Pozuelo de Alarcón (Madrid). El sacerdote de la Parroquia de Santa María de Caná se desespera al acabar la eucaristía a la que han sido convocados los fieles antes de comenzar su peregrinaje a Valencia. Van a ver al Papa.

El párroco trata de organizar a las cerca de 400 personas que tiene que repartir en 11 autobuses. Predominan los adolescentes en grupos de amigos, hay padres que llevan de la mano a sus hijos y parejas jóvenes -con bebés o sin ellos-. A ojo se podría decir que el sexo femenino gana por goleada. El denominador común: la mochila blanca y amarilla del pack del peregrino colgada al hombro y las esterillas para pasar la noche al raso.

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Por 65 euros, la parroquia entrega del billete de ida y vuelta a Valencia, la acreditación para entrar en los recintos habilitados para el V Encuentro de la Familia y la mochila. Dentro: un pequeño rosario, un billete de metro, un abanico, una guía litúrgica, una gorra, una camiseta y una Carta de los Derechos de la Familia.

"Antes de salir coged una pañoleta de la parroquia", pide el sacerdote. Los más veteranos ya llevan al cuello la suya, customizada con rebordes de la bandera española o con parches y pins, a modo de galones, que demuestran lo curtido que uno está en viajes similares.

"No hemos venido a pasarlo bien. Estamos de peregrinaje", dice uno de los viajeros que se sube al autocar número 21. Unas 30 personas van con él, entre ellos dos parejas.

Con el madrugón no quedan muchos ánimos para echarse a cantar, a pesar de que llevan las guitarras bien a mano. Muchos no pueden resistir cerrar los ojos y los que quedan despiertos charlan sobre el matrimonio. Jorge, uno de los que parece llevar más tiempo en la parroquia, se casa en un par de semanas y el resto bromea con su despedida de soltero. "Aún es tiempo de arrepentirse", dicen. "Después es para toda la vida". Raquel cuenta que el marido de una amiga suya le fue infiel la noche de bodas. Es un golpe de efecto para sus compañeros, pero al final explica que su amiga le perdonó "y ahora incluso tienen un hijo".

Sin más incidentes, la caravana de Caná llega al kilómetro 175 de la A-3 (autovía de Valencia). Primera y única parada en un auténtico oasis repleto de peregrinos. En el aparcamiento se juntan 30 autobuses y no hay forma de entrar en el baño ni de tomar un café. Pero al menos el contacto entre el grupo parece reavivar las fuerzas: Jorge vuelve al autocar y hace sonar el himno español en el transistor. Es una versión con letra

de la época franquista.

Prosigue el viaje, ahora con música, mientras los girasoles miran al sol a la altura de Atalaya del Cañavate (Cuenca). Comienza una ronda de chistes verdes, que deriva en anécdotas, al tiempo que atrás intentan arrancarse con canciones del tipo Cordero de Dios y Santo, santo. Al hablar de un beso apasionado, una de las chicas le recrimina a su pareja: "¡Cariño, que vamos a ver al Papa!". Es tiempo de sintonizar la Cope (emisora de la Conferencia Episcopal). Hay aplausos con la noticia del aterrizaje del Papa. Y sin darse cuenta también ellos están llegando al final del trayecto, en la localidad de Torrent (Valencia).

Una marea amarilla ataviada con las camisetas oficiales del Encuentro de las Familias baja de los autocares. Camino al metro, un grupo de chavales de Caná descubre una bandera pirata, se calzan un tricornio y lanzan el brazo al aire con el saludo fascista, para hacerse la foto.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.

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