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COLUMNISTAS

'Fox & Friends'

Se me repite un sueño que no dudaría en calificar de húmedo si no fuera por su carácter, digamos, secamente premonitorio. Resulta que estoy trabajando en una redacción -ésta, otra: aunque me resulta difícil imaginarme en otra-, y me dicen que me llama el amo porque tiene algo que decirme.

Tomo el ascensor, me elevo los pisos correspondientes, me persono donde debo, se abre la puerta y: ¡Augggggggggg! Me recibe Alejandro Agag.

-Largo de aquí, dentona -me espeta-. Fuera de esta casa.

El sueño me humedece más en cuanto que ha resultado ser redundante y en forma de serial. Resulta que yo vuelvo a estar en una redacción, después de haber sido expulsada por dentona de la anterior, y me comunican que vaya a ver al principal.

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Se abre la puerta del principal y:

-¡A la puta calle! -grita Alejandro Agag, quien, ahora me fijo (durante el primer despido me hallaba demasiado atacada para percatarme), tiene colgado detrás un retrato de José María Aznar sentado ante una mesa, con los pies encima y un friso de cabezas disecadas de enemigos mediáticos adornando la pared.

Noche tras noche, me duermo entre sudores fríos (es curioso, pero nunca nos dormimos entre sudores calientes: así es la vida, lo caliente te lo tienes que ganar despierto, tanto si se trata de comida como si hablamos de sexo). Me duermo, etcétera, y me despierto también entre sudores gélidos (siguiendo la lógica de la narrativa onírica). No falla. Hecha una malva, me encuentro en una nueva redacción, mucho más cutre que las anteriores, rodeada de redactores de la Cope que me dan golpes con Jiménez, y cuando se cansan de dármelos con Jiménez me propinan obispazos y cardenalicios.

Ahora nadie me dice nada. Mientras me desangro aparecen Rupert Murdoch, Alejandro Agag y José María Aznar y profieren estruendosas -e infernales- carcajadas, mientras yo gimo:

-Ya tenía razón aquel párrafo de la Biblia citado por Lillian Hellman acerca de guardarse de las pequeñas zorras que se aferran a la vid hasta que la destrozan. O algo por el estilo.

Entonces despierto (entre sudores y etcétera), pero no tengo consuelo, porque sé que es una pre-mo-ni-ción, una deducción magistral -que Juan Cueto ya apuntó en su columna de televisión de este diario hace un par de semanas-, debida al hecho de que sé sumar. Y la suma "Magnate ultraconservador de la comunicación mundial" más "El Decimocuarto Consejero" (Aznar, El Vengador Mediático), más "El Yerno Alegre" (Alejandro Agag ya acompañó a Rodrigo Rato a la Bagdad de Sadam Husein cuando el asunto Petróleo por Alimentos, que alguien me cuente qué hacía), la suma de estos ingredientes da muchísimo de qué preocuparse.

Mis pesadillas no carecen de fundamento. En un artículo escrito por Donald Trelford y publicado en The Independent el 26 de junio, se aventuraban dos tesis. Una, que la prensa escrita anglosajona está anquilosada. Dos, que los listos abren nuevos mercados en India y otros países de Asia. Y que el más listo de todos, Rupert Murdoch, a pesar de haberlo desmentido, parece tener interés en invertir en España, y que podría interpretarse en esta clave que haya abierto las puertas de su muy cuidadoso consejo de administración al anterior presidente del Gobierno español.

Permítanme que haga una pausa para darme cabezazos contra la pared, aullar, arrancarme los pelos y ducharme en frío.

Realizado ello, paso a insistir en el asunto. ¿No creen que tiene mucha lógica que el visitante del rencor, JMA, ahora investido y avalado por el millonario padrino de su hija -ha tenido el talento de no fichar por el imperio de Berlusconi, el otro padrino: aunque siempre podrá echar una manita-, regrese para preparar una asonada mediática? Cuando el ciudadano Rajoy haya tocado fondo en sus encuestas, Él volverá, volverá como vuelve el ave rapaz a su nido, volverá y nos enteraremos de lo que valen Fox & Friends.

Ni se les ocurra tomar a chacota mi mal sueño. En lo que a mí respecta, me retiraré a Delfos, a oficiar de ayudante de pitonisa, o pitona de Occidente. Una vejez tranquila. Escupiendo.

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