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Reportaje:LA VISITA DE BENEDICTO XVI

El Papa que viene...

Ratzinger llega a España como 'Guardián de la ortodoxia', pero poco a poco está demoliendo la herencia wojtyliana

Enric González

Benedicto XVI, el Papa que aterrizará el sábado en Manises, esconde aún grandes misterios. En el segundo año de su pontificado se sabe ya que no quiere ser un personaje de transición, que desconfía de la curia vaticana, que es conservador en lo doctrinal, que le fatigan los viajes, que aspira a suscitar un amplio debate intelectual sobre el cristianismo y que identifica en el relativismo el "ídolo negativo" de nuestros tiempos. Pero aún se desconocen sus grandes proyectos, su "programa", sus prioridades. Quien le escuche el próximo fin de semana, durante la Jornada Mundial de la Familia, puede pensar que la obsesión de Benedicto XVI es precisamente la defensa de la familia tradicional y la lucha contra las parejas de hecho y los matrimonios homosexuales. Ésa sería, sin embargo, una visión parcial, simplista. El llamado Guardián de la ortodoxia es un Papa de gran complejidad.

Benedicto XVI tiene 79 años y una salud no del todo perfecta. El suyo no será un pontificado largo. Por ahora lo ha hecho todo despacio
China aparece como el gran reto de este Papa. Y, sin embargo, el sucesor de Juan Pablo II había sido definido como un Pontífice minimalista y eurocéntrico
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También es muy compleja la maquinaria administrativa del Vaticano. Suelen atribuirse al Papa todos los documentos, discursos y declaraciones de los altos cargos de la curia, y suele atribuirse a la curia una total identificación con el Papa. Esa simplificación conduce a error. Prueba de ello es la resistencia que ha encontrado dentro del Vaticano el primer gran nombramiento de Benedicto XVI, el del cardenal Tarcisio Bertone como secretario de Estado y número dos de la jerarquía católica. Las maniobras contra el actual arzobispo de Génova eran tan intensas que Benedicto XVI se ha visto obligado a anunciar la llegada de Bertone, prevista para el 15 de septiembre, con tres meses de anticipación. Una vez expresada la voluntad del Papa, monarca absoluto del Vaticano, cualquier maniobra es inútil. Pero siguen escuchándose en los corredores curiales críticas más o menos veladas hacia Bertone.

Los diplomáticos vaticanos

El malestar se concentra en el cuerpo diplomático vaticano, del que tradicionalmente han salido los secretarios de Estado. El cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado durante los últimos 15 años, constituye el paradigma del diplomático con sotana: políglota, mundano, ocurrente. A veces se atribuye a los cardenales y obispos como Sodano una mayor flexibilidad que a los teólogos como Bertone y el propio Joseph Ratzinger. Hasta cierto punto, se manejan con más soltura en los ambientes laicos. El mensaje que emiten estos días algunos diplomáticos de la Santa Sede es el siguiente: la llegada de Bertone reforzará la intransigencia y dificultará las relaciones con el universo de la política.

En realidad, podría ser al revés. Y podría ser que el gran proyecto de Benedicto XVI no fuera de tipo doctrinal, sino diplomático.

En su larga carrera exterior, Angelo Sodano utilizó su presunta flexibilidad de un modo bastante discriminatorio. Fue flexible, por ejemplo, con el dictador chileno Augusto Pinochet, con quien trabó amistad durante su época como nuncio apostólico en Santiago. Fue mucho menos flexible con la oposición clandestina al dictador.

Esta cuestión de los diplomáticos y los teólogos adquiere una gran importancia en estos momentos, porque Benedicto XVI puede estar ante la cuestión suprema de su pontificado. El largo reinado de Karol Wojtyla, Juan Pablo II, quedará en los libros de historia por el papel que desempeñó el Papa polaco en la caída del muro de Berlín y del comunismo europeo. Los años de Benedicto XVI tienen su muro en China. Tras el pulso entre Pekín y la Santa Sede, entre la Iglesia católica oficial, dirigida por el Partido Comunista, y la Iglesia clandestina de obediencia vaticana, puede caer la última gran dictadura del planeta. Y, de paso, puede abrirse un inmenso mercado religioso de 1.500 millones de almas.

Como cardenal y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Ratzinger permaneció junto a Juan Pablo II durante casi todo su papado, y asistió de cerca a la intransigencia de Wojtyla frente a las autoridades comunistas de Varsovia. Wojtyla, posibilista y flexible mientras fue arzobispo de Cracovia, no cedió ni un milímetro en cuanto ocupó la cátedra de San Pedro. Y acabó ganando. El ejemplo de Juan Pablo II le sirve a Benedicto XVI para enfrentarse a la cuestión china, y todo lo que ha hecho hasta ahora apunta a una estrategia de dureza.

El nombramiento del cardenal Bertone se debe, en primer lugar, a que Ratzinger le conoce muy bien (Bertone fue secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe entre 1995 y 2003) y se fía de él absolutamente. Ése fue también el criterio con el que eligió a su propio sucesor como prefecto de la Congregación: había teólogos de mayor relevancia que el estadounidense William Joseph Levada, pero a Levada le conocía y le tenía confianza. Respecto a la cuestión china, el nuevo secretario de Estado no sólo es un teólogo inflexible, carente de la ductilidad propia de los diplomáticos. Es salesiano como el arzobispo de Hong Kong, Joseph Zen, uno de los críticos más feroces del Gobierno de Pekín. Zen incomodaba a gran parte de la curia por sus sonoros ataques al comunismo, y el último Juan Pablo II, el anciano enfermo que dependía de sus colaboradores para administrar el catolicismo, no se atrevió a nombrarle cardenal. En su primera ronda de nombramientos, Benedicto XVI elevó a Joseph Zen al rango cardenalicio.

China aparece como el gran reto de Benedicto XVI. Y, sin embargo, el sucesor de Juan Pablo II había sido definido como un Papa minimalista y eurocéntrico, más preocupado por la pureza doctrinal que por las grandes operaciones evangélicas. ¿Seguro? Cada vez menos. El obispo y teólogo Bruno Forte, colaborador de Ratzinger y gran conocedor de su pensamiento, indicó dos semanas atrás, durante una conferencia en la Universidad romana de la Santa Cruz, que a Benedicto XVI le interesaba, y mucho, la misión evangelizadora de la Iglesia. Forte precisó que al Papa no le obsesionaba, por el contrario, el adelgazamiento del catolicismo europeo. "La Iglesia cumple con su misión dando a conocer su mensaje; el alejamiento de los ya evangelizados se convierte en un problema individual, porque la salvación no depende de la Iglesia, sino de cada uno y de Dios", explicó monseñor Forte para ilustrar la visión ratzingeriana.

Discurso duro

"Benedicto XVI hablará con dureza en Valencia, y su defensa de la familia será interpretada en clave política tanto en España como en Italia", vaticina un diplomático europeo acreditado ante la Santa Sede. Fuentes vaticanas expresan la misma opinión, pero matizan que los discursos papales habrían sido los mismos si el Encuentro Mundial de la Familia se hubiera celebrado en Buenos Aires o en Varsovia. "El Papa habla en términos universales, sin dirigirse a nadie en concreto; que el Gobierno español pueda darse por aludido es un asunto distinto", precisan las mismas fuentes.

En los encuentros con el rey Juan Carlos y con el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, habrá sin duda momentos de cordialidad. En sus discursos, Benedicto XVI será el Ratzinger de siempre, el que se niega a transigir. "Para mí, la bondad implica la capacidad de decir 'no', porque una bondad que transige no hace bien al prójimo", afirma el Papa en uno de sus libros.

Joseph Ratzinger ha vivido todos los desencantos del siglo XX. Vivió el nazismo y el exterminio del pueblo judío, y lo hizo vestido con el uniforme alemán. Vivió la revuelta idealista de los años sesenta, y lo hizo como teólogo progresista. Vivió el desplome anímico de Europa tras la caída del muro de Berlín y el auge del nihilismo posmoderno. Ratzinger había de ser forzosamente pesimista, y lo es. De ahí su fijación con el relativismo, que identifica con el "supremo egoísmo de la dictadura del yo" y con el "peligro político de la dictadura de la mayoría". "El relativismo es un valor positivo en la política, pero la mayoría podría decidir un día que conviene exterminar a un grupo humano en nombre del progreso de la historia, una aberración que por desgracia ya hemos conocido. Debe haber, por tanto, límites al relativismo político".

Para Ratzinger, como para toda la jerarquía, los límites a no traspasar son el aborto, la eutanasia, la manipulación genética.

La función de la familia

También se opone, por supuesto, a las leyes que en su opinión dañan la función de la familia como célula de la sociedad. Y, sin embargo, existen elementos que inducen a pensar que Benedicto XVI no comparte por completo el furor con que el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, azota y condena a quienes no se atienen al magisterio de la Iglesia. El severísimo documento redactado por López Trujillo para las jornadas de Valencia no ha sido refrendado por el Papa. Ni siquiera ha sido colocado en la página electrónica del Vaticano, en la que generalmente se publican todos los textos oficiales que genera la curia. Esa minimización de un texto en principio relevante ha suscitado abundantes especulaciones.

¿Hasta qué punto se identifica el Papa con las declaraciones vaticanas? Si hay que fiarse de lo que decía Joseph Ratzinger cuando era cardenal, Benedicto XVI soporta con dificultad la burocracia curial, la ambición por hacer carrera rápida, la proliferación de documentos de todo pelaje y el tremendismo verbal destinado a lucir en la prensa. La calidad estelar de Juan Pablo II fomentó a su alrededor una administración que buscaba también la luz de los focos y el instante de popularidad. Durante los últimos años de Wojtyla, cuando la vejez y la enfermedad le obligaron a delegar casi todo en manos de otros, ese fenómeno se acentuó. En la Congregación para la Doctrina de la Fe, de tradición espartana, se piensa por el contrario que sólo debería oírse la voz del Papa, y que los responsables de los dicasterios deberían trabajar, asesorar al pontífice y callar lo más posible. Puede darse por seguro que ése es también el parecer de Ratzinger.

Benedicto XVI tiene 79 años y una salud no del todo perfecta. El suyo no será un pontificado largo. Por ahora lo ha hecho todo despacio: se ha tomado todo un año para preparar la gran renovación de la curia, ha escrito una sola encíclica y ha realizado, con el de España, tres viajes, los tres sin moverse de Europa. Dentro del Vaticano se tiene la sensación, sin embargo, de que el Papa alemán está demoliendo poco a poco los aspectos más carismáticos y multitudinarios de la herencia wojtyliana, está iniciando la mayor reforma de la curia desde los tiempos de Pablo VI, está dispuesto a apostar fuerte en China y acabará dando alguna gran sorpresa incluso en el terreno doctrinal.

El propio Hans Kung, teólogo proscrito, amigo y rival de Ratzinger, sigue pensando que Benedicto XVI puede resultar un insólito renovador. El Papa que el sábado llegará a Valencia esconde todavía misterios.

Benedicto XVI.
Benedicto XVI.REUTERS

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