"Los músicos de jazz ya no son los que interpretan mejor su tiempo"
El hombre que fuera definido por Quincy Jones como "uno de los más grandes promotores culturales de la historia" nació hace 70 años en Territet, cerca de Montreux, en la Suiza francesa. De origen modesto (su padre era panadero), Claude Nobs iba a reinventar el concepto de festival gracias a un providencial encuentro en Nueva York con Nesuhi Ertegun, patrón de Atlantic Records. "Yo soñaba con hacer conocer mi pequeña ciudad en Estados Unidos", confiesa 40 años más tarde. Amigo de leyendas de la música como Miles Davis, Astor Piazzolla, Bill Evans, Tom Jobim, Freddie Mercury, Santana o B. B. King, Nobs logró elevar a Montreux al olimpo de los festivales y convirtió el nombre de su ciudad en sinónimo de calidad. Paolo Conte inaugura mañana la 40ª edición del festival, que clausurará Paco de Lucía el 15 de julio.
Pregunta. ¿Cómo comenzó la aventura de Montreux?
Respuesta. Mis modelos eran los festivales de Newport y Rhode Island. En esa época, Newport congregaba 10.000 personas por noche. El año pasado pasaron por Montreux 240.000 personas. La idea original era exclusivamente jazz, aunque comencé a traicionar a los puristas en los setenta programando algo que no fuera jazz puro.
P. ¿Cuál es su secreto para convocar a los más grandes músicos del mundo?
R. La magia de Montreux consiste en que generamos encuentros de músicos que no se repetirán en ninguna otra parte. La idea central es que puedan salir de los caminos trillados y dejen de tocar sus repertorios habituales.
P. ¿Cómo consigue convencerlos?
R. A menudo la fidelidad de un artista no se consigue con dinero sino con pequeños detalles. Aretha Franklin dio sus primeros conciertos en Europa invitada por mí aunque le pagaba muy poco. El detalle que la convenció fue que le hice llegar dos cajas de los mejores chocolates suizos y le encantaron. Los dulces compensaron su caché habitual. Esas locuras me salen bien porque soy como un niño que no tiene miedo de pedir. Yo no soy un productor ni un agente al que sólo le interesa llenar la sala.
P. ¿Qué piensa de la proliferación de festivales?
R. La competencia en Europa de los festivales de verano es una auténtica locura. Sólo en Suiza hay más de 100. Basta con alquilar un descampado y montar un escenario para que cualquiera se crea promotor de conciertos sin tener ni idea de lo que significa el tema.
P. A menudo, los puristas critican Montreux por su marcado eclecticismo que permite ver en una misma noche a Alice Cooper y Herbie Hancock. ¿Qué respondería a sus detractores?
R. Hemos logrado un milagro, que es contar con tres generaciones de público. Una familia puede venir junta a Montreux y, mientras que los abuelos de 60 van al Casino a oír a Juliette Gréco, los padres de 40 van a ver a Sting en el Auditorio Stravinski y los hijos de 17 van a ver a Black Eyed Peas en la Miles Davis Hall. Y todos contentos.
P. ¿Cómo ve el futuro del jazz, desde su posición privilegiada?
R. Hay muchos jóvenes muy dotados y con gran técnica a los que les falta lo que tenían Miles, Coltrane o Charlie Parker. Simplemente, el genio y la capacidad de emocionar. El jazz no ha muerto, pero hace años que los músicos de jazz han dejado de ser los que representan e interpretan mejor su tiempo.
P. ¿Qué será de Montreux el día en que Claude Nobs no esté?
R. Ese día el relevo está asegurado. Estoy rodeado de jóvenes de gran talento que se ocuparán del festival. Lo triste es que no parecen entablar amistad y vínculos personales con los artistas como he hecho yo. Pero es otra época, supongo. Para mí, aprovechar la vida es trabajar cada día, incluidos los sábados y domingos. Mi pasión por este oficio no se reduce con los años, sino que aumenta.
Babelia
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