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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Manual del buen ladrón

Jordi Soler

La desagradable ola de robos que ha venido a enturbiar la vida doméstica en Cataluña me arrastró, puesto que es una ola, a las partes bajas de una estantería donde me encontré con el libro emblemático de los raterillos, que, al compararlo con estos robos mayores que todo lo enturbian, resulta muy divertido. Robar está siempre mal, pero hacer con el botín un buen libro tiene, desde luego, su chiste. En 1971, después de ser rechazado por 30 editoriales, Abbie Hoffman publicó en Pirate Editions (una editorial de su invención y propiedad), su obra Steal this book (Roba este libro). Se trata de un manual de supervivencia para los ciudadanos de la nación Woodstock, a la que puede integrarse cualquier catalán con un poco de perspectiva y los pelos largos. En sus páginas podemos encontrar infinidad de métodos para conseguir gratis comida, ropa, transporte, drogas y hasta dinero. También incluye una parte bélica donde nos enseña el fino arte de fabricar bombas caseras, promover manifestaciones y armar la guerrilla ideológica en radio y televisión. La parte final está compuesta por una lista de direcciones de Estados Unidos (aquí ya no valen ni los pelos largos ni la perspectiva) donde puede conseguirse gratis prácticamente cualquier cosa y un apéndice detallado de supervivencia en Nueva York, Chicago, Los Ángeles y San Francisco. Los títulos de este apéndice son los de las ciudades más la partícula Fuck. Dice por ejemplo, Fuck New York, Fuck San Francisco. Esto puede darnos una idea de la orientación gamberra de estos tipos de supervivencia. A 35 años de distancia, este manual, que fue biblia de muchos en su época, se ha convertido en una curiosidad histórica; tres cuartas partes de los métodos se han vuelto obsoletos, en buena medida por la irrupción de la informática en los sistemas de seguridad que tienen tiendas y bancos, y que ahora nos impiden, como propone Hoffman, robar tarjetas de crédito, falsear libretas de ahorro o cambiar la etiqueta de precio de un producto caro por la de uno barato. Steal this book aquí es bastante obsoleto, muchas de las propuestas están conectadas, como el apéndice detallado de supervivencia que citamos más arriba, con instituciones y ministerios de los Estados Unidos; no obstante estos inconvenientes, el libro de Hoffman, además de ser muy divertido, tiene algunas técnicas y una gran cantidad de postulados que todavía funcionan. Desde el prólogo, Hoffman tira dos líneas calientes: "La libertad de prensa pertenece a aquellos que poseen la distribución de la prensa". Y otra: "Fumar marihuana y colgar un poster del Che no es un compromiso más importante que beber leche y coleccionar timbres postales. La revolución de la conciencia es inútil sin una revolución en la distribución del poder". Después de estas líneas, más apasionadas que novedosas, que están firmadas en diciembre de 1970 en una cárcel de Chicago, arranca este manual enloquecido de supervivencia, vía el robo y el chanchullo. Del capítulo Free food (comida gratis), podemos rescatar dos métodos aplicables en cualquier ciudad de talla mediana. El primero: compra una revista de cocina (o cualquiera que tenga una buena sección de alimentos, gourmet, vinos o algo por el estilo) y manda imprimir unas tarjetas de presentación con el nombre del editor. Preséntate en el restaurante que se te antoje, busca al gerente y entrégale tu tarjeta y un ejemplar de la revista. La comida, según la experiencia de Hoffman, será cortesía de la casa. El segundo puede aplicarse en restaurantes que tengan la caja junto a la salida y requiere un colega también hambriento: entras, te acomodas en la barra y pides tu comida. Tres minutos después entra tu colega, se sienta junto a ti, finge que no te conoce y pide un café. Al terminar de comer pides tu cuenta y se la das discretamente a tu colega, y él, a su vez, te da la suya. Al salir, por esa comida completa pagas el precio de un café. Tu colega se levanta después y arma un escándalo en la caja porque nada más tomó un café y el restaurante pretende cobrarle una comida completa. Una vez conseguido el objetivo, se busca otro restaurante y se invierten los papeles. En el capítulo Supermarkets (supermercados), Abbie Hoffman propone un método enternecedoramente caduco: "En los supermercados grandes venden discos. Puedes robarte dos buenos LP escondidos en una de esas cajas grandes de pizza congelada". En cambio, la opción para ver teatro gratis (siempre y cuando haya función doble) es todavía viable: hay que situarse en la puerta de salida y, en el momento oportuno, integrarse en la fila que viene saliendo; luego hay que golpearse la frente ruidosamente con la palma de la mano, proferir un sonoro "¡oh, Dios mío!" (tan sonoro que pueda oírlo el cuidador de la puerta), aproximarse al vigilante y argumentar que olvidamos cualquier cosa dentro de la sala (un paraguas o a nuestro hijo), y luego esconderse donde sea posible, en un baño o debajo de la butaca, y esperar agazapado la siguiente función. Para terminar con este libro delirante, al que llegué arrastrado por la ola de robos a la parte baja de la estantería, esta línea tierna de Hoffman, del género de la literatura mínima: "Los poemas son gratis. Eres prosa o eres poema".

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