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Columna
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La vuelta a la tortilla

La proposición de ley sobre la declaración de 2006 como Año de la Memoria Histórica -presentada en diciembre de 2005 por Izquierda Unida- terminó la pasada semana su recorrido parlamentario: el Congreso aprobó -con los votos en contra del PP y la abstención de ERC y PNV- las sustanciales enmiendas al primer texto de la Cámara baja introducidas por el Senado. La iniciativa recuerda el legado de la II República -75 años después de su proclamación- como "la más importante experiencia democrática" y "el antecedente más inmediato" de la España actual; también rinde homenaje y reconocimiento a las víctimas de la Guerra Civil y de la represión franquista. El Gobierno anuncia además el próximo envío a las Cortes de un texto íntimamente emparentado con la norma aprobada: el proyecto de ley para la recuperación de la memoria histórica. El PP presentó como alternativa la celebración de un Año de la Concordia dedicado sólo a la Constitución de 1978; a su juicio, las referencias de la proposición de ley a la II República, la Guerra Civil y la represión franquista son una astuta estrategia para revisar el pacto de la Transición, deslegitimar la Monarquía parlamentaria, ajustar cuentas y dar la vuelta a la tortilla a fin de que los vencidos del conflicto fratricida del 36 pasen a ser los vencedores.

Fiel a esa torturada línea de razonamiento, el portavoz popular sentenció que su partido "no tiene más historia que la Constitución y la democracia"; ese adanismo político, predicable formalmente de los militantes que llegaron a la edad de la razón tras la muerte de Franco, encaja mal, sin embargo, con la trayectoria de su presidente fundador, ministro y embajador del régimen anterior. La función bautismal atribuida por el PP a la Constitución de 1978 como pila sacramentadora del pecado original de unos españoles despojados de pasado histórico no es una teoría inocente. Si bien el portavoz popular conminó en el Congreso a "dejar la historia para los historiadores y no usarla jamás como arma política entre unos y otros", tal interdicción no tiene alcance general: afecta únicamente a los episodios susceptibles de abrir una polémica en torno al franquismo que pudiera dividir a su electorado.

Pero cuando la historia es arrojada por la puerta, regresa por la ventana: lejos de respetar su propio tabú sobre el pasado, los ideólogos y los publicistas del PP vienen sosteniendo como dogma de fe que la Guerra Civil constituyó una secuela inevitable de la II República y que la sublevación militar de 1936 fue la justificada respuesta a Octubre de 1934 y a la victoria del Frente Popular. Esa doble absolución del golpe de Franco permite a sus patrocinadores retrospectivos poner entre paréntesis las cuatro décadas de dictadura o atribuirla a la fuerza del destino.

Los dirigentes del PP dan por sentado que la celebración de 2006 como Año de la Memoria Histórica forma parte de una estrategia ideada para romper el consenso constitucional y abrir el camino al revanchismo. Pero la exposición de motivos del proyecto de ley de artículo único aprobado por las Cortes no deja el menor resquicio a esa paranoica interpretación. La memoria histórica ha sido definida por Juan Pablo Fusi como el estudio de las huellas dejadas en la sociedad por los acontecimientos, los hombres, los lugares y los símbolos del pasado: desde los monumentos hasta la historia oral. El déficit de ese tipo de representaciones sobre la España de los vencidos resulta evidente. Durante décadas, la imagen de la II República fue ensuciada por el franquismo con la impunidad que regalan la cárcel y la censura. Los lugares de la memoria y las conmemoraciones quedaron monopolizados por los vencedores. Mientras la España de Franco rindió homenaje a sus muertos, los vencidos fueron olvidados y enterrados en fosas comunes. Es cierto que los recuerdos personales -por definición plurales y contradictorios- no pueden edificar un "relato compartido" capaz de arrebatar a la historia su papel imprescindible; sin embargo, como subraya Paul Preston en el prólogo del hermoso libro (Ellos y nosotros, Blume, 2006) en que Sofía Moro reúne el testimonio oral y fotográfico de varias decenas de combatientes de ambos bandos de la Guerra Civil, resulta cada vez más urgente -los años pasan- registrar las voces de los

supervivientes de ese período trágico y sangriento.

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