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Columna
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Hasta estación

Finalmente, nuestras autoridades competentes han acordado que la estación donde terminará su recorrido en Bilbao el tren de alta velocidad será la de Abando. Es decir, poco originales, han decidido que el TAV llegue y salga de la estación de toda la vida, la ubicación primera de aquel tren de Bilbao a Calahorra que se financió con recursos domésticos y que dio nombre a la plaza de la Estación (hoy Circular), tras su denominación de plaza de España tras la represión de Asturias en 1934.

No se si ustedes se dan cuentan que tan moderno medio de comunicación tendrá la más añeja ubicación. Y aunque es muy céntrica, perpetuará, si no ampliará, ese foso urbanístico que produce con una parte de la ciudad, con Bilbao la Vieja, favoreciendo la situación de marginación que tiene ese barrio. A finales del siglo XIX, en plena revolución industrial y proletarización, con clases definidas hasta por su situación geográfica, no importaba marginar al proletariado. Pero en los tiempos del buen rollito posmoderno no deja de ser un sin sentido mantener ese foso, con su muelle de vías como gran trinchera dividiendo la villa, cuando lo que queremos con ese tren es unir a velocidad de vértigo a los hombres y mujeres que viven a más de doscientos kilómetros, y no a los de San Francisco y Bilbao la Vieja con el resto de los bilbaínos.

Prescindo ya de este discurso que empezaba a ser demagógico y un poco demodé. Eso del proletariado no va con esta Euskadi interclasista y del proceso de paz, donde a la marginación, correcta y exquisitamente, se le llamaría expresión de pluralismo, diferenciación e identidad. Y me dirán: ¿qué hacemos con la estación? Pues, aunque ya no me paguen para pensar esas cosa, podríamos hacer con ella lo mismo que los parisinos -que son muy finos y cultos, más que los donostiarras- con la del Quai D'Orsay. Un centro de exposiciones, encuentros y conciertos y, además -esto de seguro que le gusta a nuestras autoridades, todas ellas hijas del carlismo-, el lugar para celebrar el mercado de Santo Tomás. La ubicación de la actual estación debería ir entre Briñas y Olabeaga, y así, de paso, podríamos solucionar el salto de cota que existe y construir de una repajolera vez la Intermodal de mi admirado don Inda, aunque no sea en Abando.

Hasta aquí, todo mera especulación, semejante al que hacía la lechera con el cántaro que se le acabó cayendo. Al paso que las comunidades autónomas van reivindicando la deuda histórica en los nuevos estatutos -el último, el de Baleares-, no sé de dónde va a sacar el Estado para hacer frente a obras como las del AVE, incluidas las del AVE vasco, nuestra Y a ninguna parte (no he podido resistirme a ponerlo).

De momento, son los estatutos de las comunidades ricas las que lo piden, que cuando vengan las pobres con los suyos, no sé lo que será. Y yo me pregunto: ¿si todos le exigen al Estado la deuda histórica, quién demonios se quedó con el dinero? Antes de que algún envidioso se le ocurra girar la cabeza hacia nosotros -hacia los vascos y navarros, que no daríamos ni para cubrir los decimales de esa monumental deuda histórica- digamos, acusando con el índice todos a la vez, que la culpa es de Martínez, el conserje de la segunda planta del Ministerio de Hacienda, que se quedaba con las vueltas cuando le mandábamos a por tabaco al estanco de la esquina. Eso cuando se podía fumar en el negociado. Algún chivo expiatorio tendremos que encontrar para saber quién es el que se quedó con el dinero que ahora se reclama como deuda histórica. Algo que reivindican por igual los nacionalistas radicales, los moderados, los del PSOE o el PP, como lo acaba de demostrar el estatuto balear, comunidad gobernada por el PP.

Así que, tranquilos, sigamos la máxima de santo Tomás: hasta ver, no creer, porque la cosa llevará su tiempo. Este es el reto que nos ponemos los maduros, verlo antes de morirnos. Aunque en mi voluntad está el verlo, porque no quisiera perderme la ocasión de montar en un tren con el sublime y poético destino de ir a ninguna parte.

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