El síndrome de las vacaciones enrolladas
Huida del mogollón en busca de la experiencia única, aquella que podamos restregar a todo el mundo a nuestra vuelta. Según el autor, estamos aquejados por una rara enfermedad que nos hace perder el sueldo y los papeles en pos de la originalidad estival. Una visión irónica sobre la penúltima tendencia turística y social
No es por desanimar, pero las vacaciones de verano ya no existen. El concepto ha cambiado. Antes, la cosa de las vacaciones estaba ligada casi siempre al mogollón, y en él éramos felices. Compadreo, resignación, sudor, caravana y paella a las tres.
El mogollón vacacional empezaba en el maletero del coche. Mi padre se enfrentaba cada primero de agosto a pecho descubierto y sudando como un pollo a las leyes de la física. Cargar el equipaje de cuatro personas para un mes en un Renault 5 era un imposible sólo al alcance de un campeón de Tetris. Y mi padre lo era. Verano tras verano, vencía la batalla. Cañas de pescar, la maleta de mis padres, la de mi hermano, la mía, los malditos cuadernos de verano; bolsas con toallas, bañadores, cremas, sábanas; colchoneta hinchable, gafas para bucear a un palmo de profundidad, radiocasete, mesas y sillas plegables, neverita portátil, utensilios de cocina y, cómo no, nuestra picadora Moulinex, imprescindible, según mi madre, para elaborar un buen gazpacho de verano.
Ahí empezaban nuestras vacaciones. Un periodo de tiempo que consistía en trasladar la cotidianidad familiar a un punto de la geografía española más o menos cercano a la costa. Incluso en algunos casos, nuestros vecinos habituales acababan convirtiéndose también en vecinos de apartamento. Nuestra vida era la misma, pero transcurría en bañador y chancletas y desprendía aroma de aftersun.
Adiós R5, hola monovolumen
Me da la impresión de que ese concepto de vacaciones se está perdiendo. Para empezar, muchas familias ya no viajan en un R5 (o equivalente). Por alguna extraña razón se ha extendido la idea de que las parejas que acaban de tener su primer hijo deben adquirir un monovolumen. O, en su defecto, un todoterreno. Creo firmemente que dentro de poco las tiendas de artículos para bebés deberán incorporar un concesionario. Así compraremos la sillita y el taca-taca a juego con el monovolumen. Cuanto más grande, mejor, por cierto.
Dicen que uno de los problemas de nuestra sociedad es que padres e hijos no hablan lo suficiente. Pienso que el problema no es que no se hablen: es que del asiento trasero al delantero no se oyen; y ahora, con los DVD incorporados en el reposacabezas, menos. Se lo garantizo: cuatro personas metidas durante dos horas en un R5 cargado hasta los topes crean unos lazos familiares que ni los Flanders (pregúntenle a Hommer Simpson).
Pero en esta era de la incomunicación y del personismo (esto se lo he copiado a Vicente Verdú), la gente quiere descansar de la gente. Sentirse único, buscar un destino nada transitado (eso sí, con grandes comodidades y Visa o MasterCard), y si el presupuesto no da para tanto, por lo menos que la elección tenga una pátina de exclusividad. Antes, tú ibas a una agencia de viajes y en el cartel ponía: "París" o "Lanzarote". Ahora no. El vuelo va a ser chárter igual; el hotel, chungo, y los traslados, en autocar con trescientos turistas, perdón, "viajeros" más, pero la cosa cambia. El viaje es a "Roma imperial", "Escocia legendaria", "Irlanda mágica", "Egipto misterioso" o "Cuba desconocida". (¿Existe?) ¿Cuántos miles de turistas habrán recibido esta misma oferta de viaje? La idea me estimula. Y es que los turistas del siglo XXI son una especie rara: los hay a millones, se desplazan en manada, prácticamente comen, beben y duermen juntos y, sin embargo se odian los unos a los otros.
Mi amigo Carles Flavià va un poco más allá, y ahora está muy interesado en el concepto "vacaciones de familia". Las considera imprescindibles. Aparte de descansar del trabajo y de nuestros semejantes, él está por la fuga del hogar temporalmente. No hablamos de una tregua indefinida, pero sí por lo menos de quince días, o un mes de descanso. Mejor no les comento las alternativas.
El síndrome de las vacaciones enrolladas (SVE)
Lo que sí voy a compartir con ustedes es mi teoría sobre el síndrome de las vacaciones enrolladas (SVE).
Las vacaciones tipo R5-Salou-picadora para el gazpacho han pasado a la historia. O al menos eso es lo que nos gusta creer (o lo que nos ha hecho creer la publicidad). La versión actualizada del combate "papá Fuentes vs. maletero del R5" se ha convertido en "Fuentes vs. Internet". Horas frente al ordenador intentando encontrar unas vacaciones agradables, originales y aptas para familias con niño. Pero, sobre todo, en casa ya buscamos unas vacaciones que podamos contar a todo el mundo. ¿He dicho contar? No. Quería decir restregar. Unas vacaciones que nos proporcionen anécdotas superinteresantes, de lo más guay. Que tengan un valor añadido que amortizaremos durante el año. Es el SVE.
Nada nos detiene ante el SVE, aunque en un fin de semana nos gastemos el presupuesto con el que antes pasábamos un mes en Salou. Lo importante es que durante un año podamos contar que pasamos una noche en una casa-árbol en Kenia y que por la mañana un señor negro nos dijo que durante la noche un león había pasado cerca de allí ¡Vaya pedazo de aventura! Pillo la cámara digital y saco una foto del señor negro y una foto del suelo que presuntamente pisó el león (por cierto, nuestra aventura mejora considerablemente si el señor negro piensa que sacándole una foto le robamos el alma. ¿A que sí?).
Aunque nos cueste reconocerlo, nos pone algo cachondos que el precio de nuestras vacaciones enrolladas incluya una noche en una casa-árbol, un menú tradicional a base de insectos y pétalos de flor y, sobre todo, una buena dosis de orgullo por pertenecer a una civilización la mar de avanzada. Si tenemos la sensación de estar situados un par de peldaños por encima de la población local, mejor. Por ejemplo: cada vez que alguien anuncia sus próximas vacaciones en Cuba, no tarda ni cinco segundos en aparecer un enterado que ya ha estado allí y que recomienda a nuestro futuro aventurero llevarse bolígrafos y camisetas para regalar a los nativos. "Se ponen muy contentos", dice. Claro, y nosotros engordamos un par de kilos abrumados por nuestra infinita magnanimidad en forma de Bic Cristal. Quizá tendríamos que dejar de regalar bolis y camisetas a los cubanos; a lo mejor entonces dejarían de estar tan contentos y cambiarían las cosas. ¿A que no conocen a nadie que viajara a la antigua URSS para regalar bolis a los nativos?
Otro requisito que debe cumplir cualquier turista enrollado es conseguir que un nativo nos acompañe en un tour "fuera de los circuitos turísticos". Mola mazo ver a un par de pobres, de lejos, y sacarles una foto para enseñársela a los amigos de España: "Las zonas para turistas están muy bien y gozan de todas las comodidades, pero en realidad la gente de allí vive así. Mirad esta foto".
Reconozco que en una ocasión estuve cerca de vivir unas vacaciones enrolladas. Fue hace algunos años, en el Gran Cañón del Colorado. Un espectáculo colosal, pero demasiado fotografiado para mi gusto. Fue entonces cuando me afectó el SVE. Casi arrastrado por mi chica, saltamos las vallas que delimitaban la zona de visitantes nos adentramos por nuestra cuenta y riesgo en las salvajes entrañas del Gran Cañón. Allí estábamos por fin solos, la brisa en la cara, contemplando una puesta de sol no descrita en ninguna guía turística (al menos no en esa roca). Me sentía como un auténtico aventurero hasta que ¡Fuenteeeeees! Un matrimonio de Tarragona, afectados los dos por el SVE, me reconoció en ese rincón del mundo y se acercó para que nos sacásemos una foto juntos. Resignación. Al menos ellos sí consiguieron una foto del Gran Cañón que nadie podrá repetir. Yo no pienso volver. Siguiendo la lógica de Flavià, estoy pensando en ir más allá y darme vacaciones de mí mismo. Ser otro durante quince días. Para sentirme más exclusivo, más único, más desconocido y sobre todo para, al final, poder hartarme de él.
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