El diálogo sensible de Ryuichi Sakamoto y Alva Noto
La escenificación parecía propia de un duelo. En un extremo del escenario, un piano exhibiendo magnificencia acústica. En el otro, una mesa sobre la que había depositado dos ordenadores mostrando manzanas digitales. En un lugar, Ryuichi Sakamoto; en el otro, tras la mesa con estructura acristalada, Alva Noto. Si fuese el Oeste parecerían retadores en el extremo de la calle. Era el Sónar, y lejos de tratar de imponerse uno al otro, hermanaron tripas de madera y chips de sílice en un concierto fundamentalmente bello que puso la primera piedra nocturna del festival.
Sobre ambos músicos, un haz de luz blanca depositaba las miradas del público, que al menos en la primera sesión no llenó el Auditorio de Barcelona. La primera pieza fue una introducción en la que Sakamoto hurgó en las tripas de su piano rascando y percutiendo las cuerdas en pos de sonidos aislados y disímiles. Desde el extremo opuesto, Alva Noto respondía con más sonidos aislados, acentos de ordenador a letras de marfil.
La segunda pieza ya mostró con más precisión la estructura del concierto, en el que Sakamoto proponía una música que servía para imaginar hermosas escenas, cualesquiera que fueran. Un otoño, una sonrisa triste, un cielo encapotado, un punto negro en un mar blanco, una puerta antigua, huellas en el barro. La imaginación era libre. Alva Noto completaba la imagen con el preciso crepitar de la electrónica, meticulosos sonidos en serie que en perfecto balance iban y venían de lado a lado del escenario.
Concluida la segunda pieza, comprendida la mecánica, el público se atrevió a aplaudir. Fueron unos aplausos quedos, no se sabe si por falta de entrega o porque romper los sonidos que habían quedado suspendidos en el aire con un graznido tan ostentoso como el entrechocar de palmas quedaba fuera de lugar. Y a todo esto, esa belleza meticulosa no quedaba circunscrita a un sonido cuyo cuerpo era reforzado con aparatosas cajas de subgraves. En el escenario, una escueta caja negra teatral, una pantalla rectangular apaisada activada por Alva Noto, traducía en colores y movimientos casi minimalistas la mayor parte de los sonidos. Ora eran los acordes de Sakamoto, ora la pulsión rítmica, leve, matizada, sutil, de los ordenadores. Pulcritud cromática de absoluta elegancia en la que nada estaba de más.
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