Abrir el ataúd de los truenos
La devolución de la momia guanche puede representar abrir una verdadera caja de los truenos -un ataúd de los truenos sería en este caso una expresión más adecuada- en el mundo de las momias. Momias hay en prácticamente todos los museos arqueológicos del mundo, y de generalizarse la práctica de devolverlas a su lugar de origen el caos sería enorme (por no hablar de la inquietante sensación de todos esos cuerpos embalsamados circulando: lo de El retorno de la momia iba a quedar en simple anécdota).
¿Deben volver las momias a casa? Pueden esgrimirse razones morales, que se las devuelva para que descansen en su tierra de origen aunque, por supuesto, en la mayoría de los casos no existe continuidad cultural que justifique ese retorno pues las sociedades que produjeron esas momias, en cuyo seno se las embalsamó y enterró, han dejado de existir hace mucho tiempo.
Los nativos norteamericanos han sido pioneros en pedir la devolución de cuerpos de sus antepasados. Sin embargo, en ese caso se trata de cuerpos bastante modernos y existe una línea casi directa de parentesco entre reclamantes y reclamados. Los aborígenes de Oceanía han conseguido que se les devuelva la cabeza de algún jefe en reclamaciones similares. Pero el verdadero problema para la devolución de momias es de índole práctica.
Egipto, por poner el ejemplo más popular de país generador de momias, sería totalmente incapaz de asumir una devolución masiva de éstas. Sus museos y almacenes están ya abarrotados de cuerpos embalsamados. Piénsese que sólo en un museo tan pequeño como el de Montserrat tienen varias, así que hay que imaginar lo que sería si tuvieran que ponerse en marcha -tenebrosa procesión- las del Louvre, el British Museum y el Metropolitan de Nueva York, por poner sólo tres ejemplos.
Por otro lado, hay momias y momias. Parece lógico establecer una diferencia entre los cuerpos embalsamados de culturas antiguas y cuya técnica y rituales de construcción constituyen un testimonio, un documento histórico -la respetuosa presencia de éstas en museos podría justificarse-, y otras momias de época moderna, que muchas veces no son estrictamente eso sino simples (aunque patéticos) cuerpos conservados de manera ajena a sus culturas y tradiciones propias.
Ése es el caso de los restos de la Venus bosquimana o los del célebre Negro de Banyoles, personas de raza negra cuyo trato como animales por la ciencia del siglo XIX exigía una reparación en aras de la dignidad humana. Es similar el caso más reciente del cuerpo del español de Montbrison, el compatriota disecado tras la guerra de la Independencia y que se exhibía en un museo francés, aunque no presenta ese maligno componente de racismo.
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