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Columna
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Tribuno, populista, timonel o charlatán

"Al contrario que la mayoría de los demás populistas, Ahmadineyad (presidente de la República Islámica de Irán) no es un demagogo. Él está convencido de lo que dice y eso lo hace muchísimo más peligroso que otros populistas. Está subyugado por una ideología que no admite contradicción. En contraste con Rafsanyani o incluso Jomeini, que pese a su orientación ideológica fundamentalista siempre estaban dispuestos a algún compromiso, a Ahmadineyad le falta la disposición a percibir la realidad y actuar consecuentemente".

Estas palabras del escritor iraní Bahman Nirumand, exiliado en Berlín, dicen mucho de la sobriedad de un fanatismo simple y por ello liberado de todo compromiso con la realidad, con el entorno y con las consecuencias de las acciones. Sentencia Nirumand que a Ahmadineyad "le falta la disposición a percibir la realidad". Pero también dice que el presidente iraní ha sido lo suficientemente hábil como para movilizar, para llegar al poder, a millones de desharrapados a los que, sin propuestas, preparación ni otra motivación que no fueran las obsesiones propias, convenció de optar por la más irracional de las alternativas. Ahmadineyad carece de cinismo en sus fines, lo que a nadie debe llevar a la conclusión de que no lo despliegue con generosidad en sus métodos.

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A los medios occidentales les ha cogido la medida y cuanto mayor sea su obscenidad o chulería, mayor es la atención que se le presta. Él, vanidoso pero consciente de su falta de preparación, sabiéndose de cierta forma un usurpador en la tradición de la autoridad religiosa chií adquirida por medio del esfuerzo, el estudio y la reflexión, se mantiene en la huida hacia delante del que se sabe beneficiado por la impostura e incapaz para la tarea que, por suerte o por engaño, logró le fuera encomendada. Ignorante como es, todo problema se le antoja simple.

Se dice el presidente -y pocos dudan de que lo cree realmente- llamado por el Mahdi, por el imán chiíta que, dicen leyendas y escrituras, volverá cual Mesías. Asegura haberlo sentido en septiembre pasado en la Asamblea General de la ONU. Proclama a los cuatro vientos su buen encuentro con el cielo, su suerte y buena estrella. Es supersticioso. Y cree que el Mahdi tiene una especie de empeño personal por él. Lo dice públicamente y no hay quien en el Parlamento iraní diga dudarlo. Pero nadie se cree en serio que todos le crean. Y en otras cuestiones algo más baladíes sí se han atrevido muchos a poner en duda su autoridad.

Occidente está alarmado ante un personaje que desprecia los hábitos. Declarar malditos a EE UU es ya casi cuestión de cortesía en ciertos círculos, pero considerar que los judíos han de ser exterminados por cuestiones de ética y estética resulta controvertido. E intentar apropiarse de esta idea tan poco original negándole a Hitler sus intenciones es una afrenta seria a Occidente, que suele tratar a los populistas, demagogos y rufianes diversos como excéntricos que acaban destruyéndose. Son tribunos o charlatanes estos genocidas hasta que se lanzan a matar. Ahora, el problema está en que pueden globalizar la muerte.

En Teherán existe menos respeto hacia este personaje que en Occidente. Cuatro ministros de Petróleo le ha rechazado el Parlamento al gran líder. Y otros nombramientos.Con el sha no se habría atrevido. Cierto que Ahmadineyad se ha cargado a casi todos los altos funcionarios y ha puesto a niñatos sectarios -uno de 26 años de jefe de la Bolsa de Teherán- o a iletrados camaradas de tragedias en sus puestos. Pero los efectos han sido inmediatos. La población los nota y concluye que estaba mejor bajo la banda de apandadores de los clérigos corruptos ahora postergados.

Irán es un país con una historia milenaria, un orgullo nacional profundo y una cultura sabia y madura, asaltada.La selección negativa que se impone tras el acceso al poder de gentes de ideologías o creencias sectarias y cultura y relaciones sociales primarias es un drama. En este sentido, Ahmadineyad sólo es consecuencia lógica de la revolución islámica. Puede ser una pesadilla aún mayor de lo que se augura. Pero también una más pasajera. Para Irán y para el mundo. Siempre que no tenga la bomba.

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