La última palabra
El próximo domingo, los ciudadanos catalanes tendrán la oportunidad de refrendar el nuevo Estatuto. Se completa así el procedimiento previsto para la reforma del Estatuto: el Parlamento catalán propone, el Parlamento español dispone y los ciudadanos de Cataluña refrendan. Este equilibrio busca hacer compatible el reforzamiento del autogobierno con el respeto de los límites constitucionales y de la lógica del sistema autonómico. Que la última palabra corresponda a los ciudadanos catalanes es la garantía de que el resultado de todo ese proceso negociador satisfaga a la mayoría.
Con el referéndum culmina un largo proceso que ha provocado la ruptura del Gobierno tripartito que impulsó el Estatuto; ha creado no pocas dificultades al Gobierno de Zapatero, que se vio en algún momento agobiado por las encuestas; ha dado un protagonismo inesperado a Artur Mas, que cerró el acuerdo definitivo en el momento más crítico; y ha servido al PP para alimentar su estrategia de rechazo. A día de hoy, las peores consecuencias han sido para Esquerra Republicana. Los independentistas habían pensado el Estatuto como factor de cohesión del gobierno de izquierdas y como instrumento en su lucha por la hegemonía en el nacionalismo catalán. Y se encuentran ahora fuera del Gobierno, en la incómoda posición de compartir el no con el PP y con la disputa nacionalista decantada a favor de CiU.
Apoyado por los dos grandes partidos catalanes -CiU y PSC-, el sí tiene todas las de ganar, según las encuestas. Hay en la sociedad catalana el deseo de empezar una nueva etapa y un rechazo del Estatuto abriría una crisis difícil de gestionar. El PP, al asociar su no con su ruptura con Zapatero por el proceso de fin de la violencia en Euskadi, no ha hecho sino aportar otra razón a favor del sí. Y aumentar su aislamiento. Parece como si el PP renunciara a jugar un papel en Cataluña, quizás esperando obtener réditos de ello en otros lugares de España. Que CiU y PSC compartan objetivos en el referéndum ha sido motivo para que algunos lo vean como premonición de un futuro Gobierno de gran coalición. Un argumento de quienes lo desean es que la negociación de la plasmación de las nuevas competencias y nueva financiación requerirá un Gobierno fuerte para negociar con Madrid.
Más complicada es la cuestión de la participación. Las elecciones autonómicas catalanas se han situado siempre en las cotas más altas de abstención de toda España. El cansancio de la ciudadanía por un proceso mal liderado, pésimamente explicado y lleno de desencuentros y celadas hace que la participación sea lo que más preocupa al frente del sí. El 50% se ha convertido en la barrera mínima aceptable. Lo que da la medida del limitado entusiasmo que el proceso ha generado. Cataluña necesita pasar la página del Estatuto para afrontar una nueva etapa sin tantos sobresaltos.
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