Precio del dinero: no pasarse de frenada
ALGUIEN DIJO HACE TIEMPO que los países occidentales, por su historia, pueden soportar altos porcentajes de paro pero no de inflación. Alrededor de esta opinión suele enmarcarse la política de los bancos centrales sobre el precio del dinero. El Banco Central Europeo (BCE) se reunió por segunda vez en Madrid (la primera, cuando se despedía Ángel Rojo como gobernador; la segunda, cuando se va -al FMI- su sucesor, Jaime Caruana) y cumplió todos los pronósticos: subir un cuarto de punto los tipos de interés de la eurozona (del 2,5% al 2,75%), al tiempo que pronosticaba un crecimiento más lento de la economía y un aumento de la inflación.
No hubo el sobresalto que temían algunos de que el BCE tomase una decisión más agresiva e incrementase los tipos medio punto, ni la parálisis que sugerían otros: que dejase el precio del dinero en el nivel que estaba, para no perjudicar el incipiente crecimiento de la eurozona y no castigar a los ciudadanos que están sobreendeudados por las hipotecas de sus viviendas. Justo el término medio: no pasarse de frenada.
Los bancos centrales, que deben garantizar la estabilidad de los precios, se encuentran en una incómoda encrucijada: estar atentos a la subida del petróleo y a la enorme liquidez, mirando al crecimiento con el rabillo del ojo
En los días previos a la reunión de Madrid, en la remodelada sede del Banco de España -que tanto peleó Rojo en su día-, diversos organismos aconsejaron a un BCE que ha hecho de su independencia una bandera de actuación con los dos gobernadores que ha tenido: el desaparecido Wim Duisenberg y el francés Trichet. El Fondo Monetario Internacional (FMI) -antiguo guardián de la ortodoxia (también de la monetaria)- pedía que se limitase la subida de los tipos debido a la incertidumbre sobre el crecimiento económico a partir de 2007. Algo similar hacían los ministros de Economía del Eurogrupo (12 países) y los del Ecofin (25 miembros de la UE). Y todos recibieron la inesperada ayuda indirecta de un resucitado Alan Greenspan, invitado por el Senado de EE UU, quien allí dijo: el coste de la energía comienza a afectar a la coyuntura global; hay ya señales de ralentización económica; si bien las empresas han logrado hasta ahora mejorar la productividad para compensar el mayor coste de la energía, las familias (y por tanto, el consumo) sufren con plenitud el impacto de la gasolina.
Con una economía más dinámica en EE UU, el sucesor de Greenspan en la Reserva Federal (Fed), Ben Bernanke -que pensaba que la herencia del maestro era lo suficientemente buena para no padecer alarmas- se debate ahora en un esquema similar al del BCE: los tipos de interés en EE UU están en el 5%, después de 16 subidas consecutivas. Cuando se creía que el camino alcista había finalizado, pocos apostarían ahora sin riesgo a que el precio del dinero no se vuelva a elevar.
¿Qué se espera para Europa? El pronóstico más generalizado es que de aquí a fin de año habrá otras dos subidas de tipos de interés, hasta situarlos en el 3,25%. Existe un indicador muy fiable que está anticipando una y otra vez ese incremento: el índice Euríbor, principal referencia hipotecaria de la zona euro. Su comportamiento, que se establece en los mercados monetarios, avanza expectativas de subida de tipos. El Euríbor ha pasado del 2,2% en que estaba en agosto al 3,397% en que se encuentra en la actualidad, su nivel más alto desde hace cuatro años. El 80% de los créditos hipotecarios concedidos en la zona euro están referidos al Euríbor, por lo que es éste el indicador que más va a hacer sufrir a las familias sobreendeudadas en el mercado inmobiliario.
Mientras todo esto sucedía, el Banco de Inglaterra -país que no pertenece a la zona euro- mantenía los tipos de interés en el 4,5% por décimo mes consecutivo. Habrá que seguir analizando la marcha de los precios del petróleo (contaminados por una doble crisis de oferta y de demanda y por problemas de índole geopolítica) y la cantidad de dinero en circulación, que está creciendo al doble de las perspectivas generadas por el propio BCE.
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