Moros en la costa del Duero

En el suroeste de Soria, sobre un alargado cerro calizo de la margen derecha del Duero, se yergue la fortaleza califal de Gormaz, un castillo tremendo, el más grande de cuantos construyeron los moros en España y uno de los mayores de Europa. Su muralla de 1.200 metros, jalonada por 26 torres, es visible a decenas de kilómetros de distancia. Lo que impresiona de veras, empero, es descubrir, en aquel recinto donde antaño bullían ejércitos enteros, una soledad de cementerio y un silencio tal que, desde el adarve, se escuchan nítidas las conversaciones de los vecinos del pueblo, a 200 metros ladera abajo.

El castillo de Gormaz fue erigido por orden del general Galib a mediados del siglo X, siendo califa Alhakem II, cuando el Duero, hoy ribera feraz, era feroz frontera. Por él pasaron Almanzor -que lo recuperó en 983, después de permanecer dos años en manos cristianas- y el Cid, que fue su primer alcaide tras la reconquista definitiva, a finales de la undécima centuria. Con los Reyes Católicos prestó su última utilidad, la de cárcel, y desde entonces no ha hecho otra cosa que arruinarse contemplando las más bellas puestas de sol que quepa imaginar. Restaurarlo (en ello están) puede llevar otros mil años.

La visita -que es gratuita y se hace por libre, con la ayuda de paneles informativos- se inicia en la zona oriental, la del alcázar, donde se levantan la torre del Homenaje y la de Almanzor. Se examina luego el gran recinto amurallado, en el que se abre, cual bocallave gigante, la majestuosa puerta Califal, en arco de herradura. Y se acaba saliendo por ésta para recorrer el perímetro exterior y gozar del enorme panorama: al norte, se ve la sierra de Urbión; a naciente, el Moncayo; y al mediodía y a poniente, las tierras rojas y mondas de la sierra de Pela, como un pedazo de Marte caído entre el sistema Central y el Ibérico.

A media ladera, junto a un peñasco rodado de las alturas, se alza la ermita románica de San Miguel, con valiosas pinturas murales, actualmente en restauración. En el pueblo, de poco más de 20 vecinos, hay un par de casas reconstruidas a la vieja usanza, una picota y una pila bautismal paleocristiana, de forma prismática cuadrangular.

Y más abajo aún, en el río, está el puente de 18 ojos -de 1864, sobre uno anterior romano-, que es buen lugar para mirar el castillo, asomando sus rojas almenas sobre las verdes alamedas del Duero.

Para redondear la jornada, podemos acercarnos al vecino pueblo de Recuerda y echarnos a andar por el camino que es prolongación de la calle del Pozo, siguiendo las marcas de pintura blanca y roja del sendero GR-83. Cerca de tres kilómetros avanzaremos entre trigales y otros dos más -en total, una hora y cuarto, sólo ida- por el cañón del Arenaza, un castillo natural habitado por buitres leonados y vetustas sabinas, que fue labrado por las aguas miles de años antes de que hubiera moros en la costa del Duero.