Aita Patxi, ¿el primer santo republicano?
El capellán de un batallón vasco está en vías de canonización. Una biografía revela sus hazañas
Desertar es pecado!", atronaba la voz de Aita Patxi mientras la aviación franquista batía una y otra vez las posiciones de republicanos y nacionalistas vascos en el monte Gorbea. Con su altar móvil, contenido en una maleta de 27 kilos, y con la cruz del preceptivo ayuno a cuestas, Victoriano Gondra Muruaga, religioso pasionista, capellán del batallón Rebelión de la Sal, recorría los frentes en los que las tropas leales a la República combatían a los sublevados.
A pesar de estar arropado por la devoción de los gudaris del PNV, Aita Patxi (Arrieta, 1910-1974) compartía trinchera con los socialistas y los comunistas de los batallones Rosa Lu-xemburgo o Amuátegui, poco dados a entender las complejidades de una Iglesia que de forma aplastante bendecía la rebelión franquista y "la elevaba al rango de Cruzada", recuerda el historiador y monje de Montserrat Hilari Raguer, autor de la biografía Aita Patxi, prisionero con los gudaris (editorial Claret, 2006). El cura en cuestión va ahora camino -largo y tortuoso, iniciado en 1990- de los altares, con lo que se convertiría en el primer santo del bando republicano. Aunque los milagros preceptivos estén por llegar, Aita Patxi fue hecho prisionero en 1937 y se ofreció en dos ocasiones para sustituir a presos que debían ser fusilados. Su visión del martirio la inspiraban los bíblicos y patriotas hermanos Macabeos, más próximos a la santidad voluntaria que a la coyuntural que vivieron muchos de quienes ya están en los altares. "A éstos se les conoce como mártires de la Cruzada, una denominación cuando menos discutible, pues la Iglesia se había constituido como una de las partes en conflicto y definido, por tanto, contra la República", dice Raguer.
Con su altar móvil y la cruz del ayuno a cuestas, Victoriano Gondra recorría los frentes en los que combatían los leales a la República
"Di al piquete orden de estar listo para disparar. Al padre Francisco se le veía feliz por morir en lugar del condenado. Y le dije: 'Padre, ¡retírese!"
"El caso de Aita Patxi es distinto y guarda un gran paralelismo con el de san Maximiliano Kolbe", agrega el historiador. El obispo de Bilbao y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez, abunda en esta tesis en el prólogo de libro. "Kolbe se ofreció a morir y murió a cambio de un padre de familia judío [en Auchswitz]", recuerda el prelado, y añade: "Aita Patxi se ofreció en el campo de prisioneros de San Pedro de Cardeña (Burgos) a morir por un soldado que era comunista y tenía dos hijos
". Inicialmente las autoridades del presidio y la Junta de Burgos aceptaron el canje. El comandante al mando del pelotón de fusilamiento testimonia: "Se colocó frente a los soldados, que estaban preparados para cumplir la sentencia; di al piquete orden de estar listos para disparar. Al padre Francisco se le veía sonriente y feliz por morir en lugar del condenado. Yo no pude contener la emoción y le dije: 'Padre, ¡retírese!". El comunista asturiano no fue objeto de misericordia alguna: fue ejecutado al día siguiente.
De campo en campo, sin querer beneficiarse de su condición de capellán ni hacer ostentación del grado de capitán para eludir trabajos, Aita Patxi, nacionalista vasco tozudo propagador de la fe, devoto del rezo del rosario, volvió a ofrecerse para ser ejecutado mientras cavaba trincheras en la Casa de Campo para los franquistas. En aquella ocasión, varios compañeros de presidio se pasaron a los republicanos, y Aita Patxi se postuló para ser fusilado en lugar de cualquier otro preso. Tampoco esta vez logró su propósito en una guerra que él intentaba inútilmente cuadrar en su universo de "españoles" -nacionales-, requetés, nacionalistas vascos y republicanos. Él mismo vivió el drama de la división de la Iglesia: fue hecho prisionero por un cura requeté a punta de pistola, aspecto por el que pasa de puntillas en sus memorias. "Yo no sé si tenía armas", asegura el pasionista. No obstante, el historiador Raguer concluye que es un detalle piadoso, "pues es poco verosímil que alguien haga prisioneros en primera línea sin ir armado". Algunos testigos aseguran que, durante el interrogatorio, el requeté consagrado le propinó dos sonoras bofetadas. Pero la fidelidad al Gobierno vasco de Aita Patxi en ningún momento flaqueó. Un oficial del Ejército franquista le insistía una y otra vez en que dijera que se había pasado, a lo que él respondió: "Pues déjeme libre y verá a qué bando vuelvo".
Piropos de ateos
Por todo este conjunto de circunstancias el aura de hombre bueno y de principios le acompañó. "Padre, si los curas fueran como usted me haría creyente", le piropeaban ateos y agnósticos republicanos. Aita Patxi, con tozudez católica, trataba de arrastrar al rezo del santo rosario a anarquistas, comunistas y socialistas, enemigos conjurados de una Iglesia en la que, en palabras de Raguer, se confundía el humo de la pólvora con el del incienso.
De hecho, el único privilegio que Aita Patxi persiguió fue obtener por escrito las licencias sacerdotales que le permitieran que sus mandos en el campo le dejaran decir misa. Para ello se entrevistó en Toledo con el prelado catalán que fue alma de la Cruzada: el cardenal Gomá, de quien obtuvo las licencias de palabra. Aita Patxi a buen seguro desconocía entonces la respuesta de Gomá al canónigo Onaindía, quien le pidió en el nombre de Dios que pararan los bombardeos contra la población civil, como el de Gernika. "Lamento la destrucción de sus villas donde tuvieron su asiento en otros tiempos la fe y el patriotismo más puros (...). Pero me permito responder a su angustiosa carta con un simple consejo: que se rinda Bilbao (...)", sustentaba en su carta un Gomá que a la hora de comprometerse y dar por escrito las licencias al pasionista se declararía sorprendentemente ágrafo.
Tras dos años de cautiverio en diversos campos, Aita Patxi llevó una vida de auxilio a los enfermos. Para ello recorrió el País Vasco en autoestop. Incansable, como en su juventud, sabía que jugaba en territorio enemigo, pero nunca dejó de tratar de arrastrar al rezo del rosario al más impío de los camioneros.
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