Un atentado desata graves choques en la frontera de Israel y Líbano
La ONU asegura que las partes han alcanzado un alto el fuego
El Ejército israelí, Hezbolá, Yihad Islámica y otro grupo palestino se enfrascaron ayer en uno de los más graves choques armados a lo largo de la volátil frontera entre Israel y Líbano desde la retirada de los soldados judíos en mayo de 2000. La muerte en un atentado terrorista el viernes en Sidón (Líbano) de dos militantes de Yihad Islámica fue la chispa. El movimiento fundamentalista culpó del ataque a Israel, que rechazó la autoría y prometió una "dura y agresiva respuesta" si no cesa el lanzamiento de cohetes sobre el norte del Estado israelí. Ayer, un miliciano de Hezbolá y otro palestino murieron.
El viernes, la explosión de un coche bomba destrozó a dos activistas de Yihad Islámica en Sidón. Israel negó toda implicación, pero los islamistas palestinos responsabilizaron de inmediato a los sionistas y prometieron venganza. En la madrugada de ayer, al menos tres misiles Katiusha fueron lanzados por activistas de Yihad Islámica sobre una base militar en las cercanías de la ciudad de Safed, en el norte de Galilea, resultando heridos leves dos soldados, mientras la población civil se resguardaba en los refugios.
La aviación israelí nunca tarda en responder. Bombardeó dos cuarteles del combativo Frente Popular para la Liberación de Palestina-Comando General, una de las facciones palestinas desplegadas en Líbano; el primero situado en el valle de la Bekaa y el segundo a escasos kilómetros al sur de Beirut. Un miliciano murió y una decena fueron heridos. Horas más tarde, guerrilleros de la milicia chií Hezbolá y uniformados israelíes intercambiaron disparos y fuego de artillería en las granjas de Cheba -territorio ocupado por Israel que reclama Líbano, pero que, según Naciones Unidas, pertenece a Siria-, en Ghayar, un pueblo dividido por la línea fronteriza, y en varias aldeas más.
"Habrá una respuesta muy dura y agresiva si los disparos continúan", afirmó ayer el primer ministro, Ehud Olmert, cuyo Gobierno responsabilizó al Ejecutivo de Beirut por su incapacidad para hacerse con el control de la zona sur del país. Subyace en esta presión de Israel el deseo de que el Gobierno libanés se dé a la tarea de desarmar a Hezbolá, tal como exige la resolución 1559 de Naciones Unidas, promulgada en septiembre de 2004. Misión casi imposible. Al margen de que la mayoría de los partidos que conforman el Ejecutivo libanés consideran al grupo chií libanés un movimiento de resistencia y le atribuyen el mérito de la expulsión del Ejército israelí tras 22 años de ocupación, su prestigio y presencia en el sur del país es apabullante. Salvo algún pueblo cristiano, el sur de Líbano es un mar de banderas amarillas, las de Hezbolá, y algunas verdes de Amal, el partido chií fiel aliado de Siria.
Por la tarde, un portavoz de la ONU aseguró que se había logrado un alto el fuego entre las partes. Pero los límites fronterizos son un polvorín. A lo largo de los 170 kilómetros de linde entre ambos países se extienden decenas de pequeñas bases militares israelíes y puestos de vigilancia de Hezbolá -el Ejército libanés está ausente del sur del país, bastión del grupo chií- en las colinas cercanas. Los enemigos se observan a simple vista. Con frecuencia, se cruzan en sus vehículos a escasos metros de distancia a los dos lados de la alambrada.
Morir Amar, el teniente coronel al mando de la base israelí de Zarit, a un centenar de metros del límite, comentaba a este diario hace unas semanas: "Los vemos incluso a distancias de sólo cinco metros. Pero no nos hablamos". Aunque podrían hacerlo sin dificultad. Amar, como buena parte de los militares que prestan servicio en filas en la frontera con Líbano, es de confesión drusa, la única minoría que en el Estado judío juega un papel relevante en las Fuerzas Armadas. Y su lengua materna es el árabe. Los drusos conocen la región como nadie, y por ello casi la mitad de los miembros de esta etnia cumplen sus tres años de servicio en la escarpada frontera norte. Para acabar de complicar el panorama, oficiales israelíes aseguran que Al Qaeda también está tratando de establecerse en esta zona.
La tensión no decae seis años después de la retirada del Ejército israelí de Líbano -todavía ayer celebraba Hezbolá el aniversario del 25 de mayo, que se extiende varios días-. Cualquier incidente puede provocar derramamientos de sangre en una región en la que se amontonan grupos armados y las influencias de Siria e Irán, que respaldan a Hezbolá y a varias de las organizaciones palestinas más beligerantes contra Israel.
Sharon, trasladado
Fuertemente escoltado, el ex primer ministro israelí Ariel Sharon de 78 años, fue trasladado ayer desde el hospital Hadassah de Jerusalén hasta el centro médico Sheba, en Tel Hashomer, a las afueras de Tel Aviv. Las posibilidades de que se recupere de su gravísima dolencia son casi nulas. No obstante, cinco meses después de sufrir un derrame cerebral masivo, que le mantiene en coma, el ex gobernante será sometido a un largo tratamiento en el hospital Sheba.
En la cúspide de su carrera política, Sharon fundó un partido político, Kadima, tras abandonar el Likud en noviembre pasado. Un mes después sufrió un infarto cerebral. A pocos meses de las elecciones, el empeño por no dar la imagen de líder enfermo le llevó a salir del hospital en 36 horas. Dos semanas después, el 4 de enero, sufrió la hemorragia devastadora. Su delfín, Ehud Olmert, es hoy primer ministro.
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