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Columna
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¿El Código da Vinci?

En fechas recientes se han celebrado las pruebas de valoración de las que extraerá sus conclusiones el Informe PISA 2006. Los resultados no se harán públicos hasta el próximo año, pero se han filtrado ya algunas opiniones que nos hablan de que estos pueden ser peores -todavía peores, dirán algunos- que los del informe anterior, el de 2003. Hagamos memoria y recordemos que, según aquel informe, los alumnos españoles se hallaban por debajo de la media del conjunto de los de los países de la OCDE en comprensión lectora, cultura matemática y cultura científica. Los puestos ocupados en el ranking de los 40 países participantes - el 23, el 24 y el 22 en cada una de las disciplinas mencionadas- eran desalentadores y sirvieron para calentar un debate catastrofista sobre la educación española, que se hallaba en pleno proceso de reforma cuando se hicieron públicos los datos. Escindidos entre el blanco y el negro -como casi siempre-, entre los partidarios de los sistemas comprensivos y los de los segregados, entre permisividad y disciplina, entre incremento del gasto público y mayor eficacia de los recursos ya disponibles -entre educación de izquierdas y educación de derechas, en definitiva-, convertimos los datos en munición política y los aprovechamos para cerrar posiciones en el proceso de ideologización en que está cayendo la educación en España.

Cuesta ya el simple hecho de plantearlo, pero quizá los profesores de Lengua debieran olvidarse de la literatura y especializarse en 'best sellers'

Anclados ya en una lucha de posturas rígidas, cualquier dato puede servir para denigrar al contrario o para celebrar las posiciones propias. Sin embargo, los datos del Informe 2003 no son tan catastróficos si dejamos de fijarnos en los puestos del ranking, ya que las puntuaciones obtenidas por los diversos países desarrollados rondan en torno a una media de la que no se apartan de forma llamativa. Es cierto que se puede mejorar, pero de esos datos no se puede deducir el apocalipsis que algunos han querido ver, como tampoco pueden servir para cargar las tintas sobre determinadas concepciones educativas frente a las que se tratan de imponer otras igual de rígidas. Para lo que sí nos pueden servir es para detectar algunas debilidades que, lejos de sernos específicas, preocupan también en otros países de nuestro entorno.

Ramón Pajares, coordinador español del Informe PISA, subrayaba hace unos días algunas de esas debilidades, como pueden ser el excesivo número de materias en la enseñanza obligatoria -hasta 13 en nuestra comunidad-, la enseñanza de competencias fragmentadas y escasamente interrelacionadas, y la imprecisa definición de la finalidad de la enseñanza en esa etapa. Y destacaba en particular un problema de los alumnos españoles, problema que ha hecho correr ríos de tinta sin que se hayan precisado los medios para remediarlo. Decía Ramón Pajares que los alumnos españoles "tienen un problema de lectura, no soportan leer tres líneas y media con referencias precisas y no perderse". Ponía como ejemplo una de las pruebas de Matemáticas realizadas, prueba que supo resolver correctamente sólo el 28,6% de los alumnos españoles frente al 61% de media de los de la OCDE. Nuestros alumnos no entendieron el enunciado.

Se dice que nuestros alumnos apenas leen. Por experiencia sé que leen muy mal, que incluso alumnos con un expediente brillante son incapaces de leer un párrafo sin trabucarse o marcando las pausas cuando deben hacerlo. Y resulta difícil inducirles a que lean más. Los parámetros de calidad literaria no son aconsejables cuando hay que recomendarles un libro de lectura, y los profesores de Lengua se suelen enfrentar a un difícil dilema al verse obligados a excluir como no recomendables aquellos libros de cuya excelencia están, sin embargo, obligados a hablar a sus alumnos. Han de recomendarles libros de lectura que jamás incluirían en el programa de su asignatura y aún así no es probable que acierten. Rara vez les gusta lo que se les aconseja y los libros de edad que se escriben para el mercado escolar les pueden resultar tan ilegibles o aburridos como El Quijote. Sí leen, sin embargo, o están dispuestos a leer, El Código da Vinci. Es la estrella del mercado y nuestros alumnos son adictos a éste en todas sus facetas. Es el único agente que aviva su curiosidad. Cuesta ya el simple hecho de plantearlo, pero quizá los profesores de Lengua debieran olvidarse de la literatura y especializarse en best sellers. Con los ojos tapados, dejarían que fueran sus alumnos quienes eligieran sus libros de lectura entre los últimos superventas y discutieran sus preferencias. Acaso de esa forma acabaran comprendiendo los enunciados de Matemáticas y obtuvieran unos resultados en el Informe PISA que nos dejaran traquilos a todos.

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