Simplemente humanos
Resulta desolador escuchar cómo Las Ventas abronca a un torero joven, en la flor de la vida, que lleva cuatro días en esto y tiene la cabeza llena de sueños. Resulta doloroso imaginar qué pasaría por la mente de El Capea cuando, tras la barrera, bebía agua del amargo cáliz del vaso metálico mientras los tendidos le expresaban sonoramente su descontento por su muy vulgar trasteo al noble tercero. No menos lastimoso fue el silencio sepulcral que recibió como toda respuesta Eduardo Gallo tras su toreo de barata bisutería al segundo. Se llamen como se llamen, no es una imagen feliz ver a dos jóvenes derrotados por las circunstancias.
Pero así de duro es el toreo para todos. Y lo peor es que muchos toreros jóvenes de hoy parecen engendrados en una probeta de laboratorio y salen al ruedo impulsados por una batería, como autómatas, sin vibración, sin corazón, sin sentido de la heroicidad. Toreros que se saben de memoria la faena diseñada en el toreo de salón, miles de veces repetida ante el inofensivo carretón. Toreros que no parecen dispuestos a dejarse matar. ¿No han visto estos jóvenes películas de Diego Puerta, de Paco Camino, El Viti, por citar algunas figuras excelsas? ¿No notan, acaso, que esos toreros están hechos de otra materia? Eso es lo que se palpa en el ruedo: si eres torero o, simplemente, humano, que menuda es la diferencia.
Lagunajanda / Uceda, Gallo, El Capea
Cinco toros de Lagunajanda, 1º y 5º devueltos, desiguales de presentación, inválidos y descastados, a excepción del 2º, noble. El 3º, de El Torero, noble; primer sobrero, de María del Carmen Camacho, deslucido; 2º sobrero, de la Palmosilla, inválido. Uceda Leal: estocada (silencio); dos pinchazos y estocada (silencio). Eduardo Gallo: casi entera atravesada, dos descabellos -aviso- y dos descabellos (silencio); cuatro pinchazos y dos descabellos (silencio). El Capea: media atravesada, un descabello y el toro se echa (bronca); estocada (silencio). Plaza de las Ventas, 26 de mayo. 17ª corrida de feria. Lleno.
Ni Capea ni Gallo fueron toreros en sus primeros toros. Capea, acelerado, superficial, sin mando ni temple, frío y desangelado, cuando el noble animal pedía un torero poderoso que lo llevara con dulzura. Y Gallo, despegado, sin largura ni hondura en los pases; sólo una tanda de redondos estimables para terminar con la vulgaridad de dos bocetos de circulares abrazado al lomo, cuyo resultado fue sencillamente grotesco.
No mejoró Gallo en el quinto, inválido y soso, que hizo denodados esfuerzos para no revolcarse por la arena y embistió con total ausencia de casta. Mostró voluntad el salmantino, que es lo mínimo exigible, y a la hora de matar, un mitin impropio de un joven soñador.
Salió apocado El Capea en el sexto, con cara de derrotado, como un humano más. Naufragó con el capote, colocó mal al toro en el caballo y, cuando tomó la muleta con la mano zurda en el mismo centro del ruedo, con un aparente aire renovado, el inválido se negó a embestir y acabó de hacer trizas la última ilusión de un chaval que tardará en olvidar la oscura tarde de ayer. Al menos, mató bien.
El más maduro, Uceda Leal, tuvo peor suerte: áspero y dificultoso el primero y moribundo el otro, pero también se echó en falta el paso heroico exigible en todo torero. Parecía vencido menos cuando en el tercero hizo un ceñido quite por chicuelinas que devolvió la alegría a la plaza.
Quedó en el ambiente la frialdad de un aséptico laboratorio en el que todo es artificial, que genera jóvenes vestidos de luces, pero simplemente humanos.
Babelia
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