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Nacionalidades y despoblación interior

El debate y las tensiones producidos con motivo de la elaboración de un nuevo Estatuto para Cataluña nos hablan de la existencia en España de una cierta lucha entre nacionalidades. El fenómeno no es nuevo. En ciertas periferias españolas se ha ido formando desde hace tiempo un sentimiento apoyado en la cultura, en la economía, en el ansia de poder que, como no podía ser de otra manera, va cada vez aflorando con más vigor y que contrasta con la forma de sentir tradicional más propia del interior de la península. La cuestión no es que el fenómeno deba o no deba existir ni que guste o no guste. Es un hecho que tiene causas explicables y reglas objetivas. Lo importante es saberlo situar adecuadamente desde los pactos y los compromisos. Dicha cuestión de nacionalidades lleva consigo una dimensión territorial. Dimensión que tiene numerosos aspectos. Veamos uno de ellos relacionado con el desequilibrio demográfico interior de España.

Llamo interior de España al extenso conjunto de regiones que, teniendo a la Comunidad de Madrid en el centro, se extiende por las comunidades de Castilla y León, Castilla-La Mancha, Aragón y Extremadura. Las cinco regiones mencionadas desconocen el mar y abarcan nada menos que 20 provincias. Se trata de una geografía muy extensa que, si sacamos de ella el cogollo demográfico de Madrid, puede muy bien llamarse casi desértica, pues es un conjunto de unos seis millones de habitantes (26 por kilómetro cuadrado). La suma de la extensión de las 19 provincias (excluyendo a Madrid) abarca 243.946 kilómetros cuadrados. Se trata de una relación extensión/población desconocida tanto en Europa occidental (a no ser que nos traslademos al norte de Escandinavia), como central. En dicha extensión cabría Rumania, que alcanza los 23 millones de habitantes. Ni siquiera en los Balcanes hallamos tan desmedida descompensación.

Entre las capitales de las 19 provincias referidas, 12 no llegan a los 90.000 habitantes. Sólo son tres las ciudades no capitales de provincia que superan los 50.000: Talavera de la Reina, Mérida y Puertollano. Las ciudades situadas entre 10.000 y 40.000 habitantes repartidas entre las 19 provincias no alcanzarían a promediar cuatro ciudades de 20.000 vecinos por provincia. Por el contrario, son 3.965 los municipios que no llegan al millar de ciudadanos, no alcanzando a 500 la mayoría de ellos, y con natalidad cero o casi cero. Todo un mar de aldeas formando conjuntos humanos caracterizados por el envejecimiento y la perspectiva de la desaparición. ¿Cómo un país próspero, perteneciente al mundo desarrollado occidental, ha permitido y sigue permitiendo una cosa así?

Toda esa área de debilidad poblacional influye en la invertebración de España. Debido a ello hay que aumentar los esfuerzos a favor de la reconstrucción. Uno de los esfuerzos consistiría en una planificación muy intensa coordinada en toda la zona, superando la dispersión y apoyando los elementos motores. Son elementos motores la expansión de Madrid y los núcleos más grandes que generan desarrollo en su entorno. La expansión madrileña se ha dejado notar en primer lugar en Toledo y en segundo lugar en Guadalajara. La ventaja de Toledo sobre Guadalajara se debe a que Toledo cuenta con numerosos pueblos de más de 3.000 o 4.000 habitantes, lo que les hace capaces de regenerarse a sí mismos aprovechando el poderoso centro de consumo que tienen cerca. Una aldea, en cambio, no se regenera a sí misma.

La cercanía de Valencia y de Alicante se deja sentir en Albacete, y en menor grado, la presencia de catalanes y de vascos en Huesca. El influjo de las zonas vecinas puede poco en Teruel, Cuenca, Burgos, Soria, León, Zamora, Salamanca, Palencia, Cáceres.

Otro elemento de desarrollo es la existencia de núcleos grandes, pues no sólo se desarrollan por sí mismos, sino que tienen un factor difusor. Son los casos de Zaragoza y Valladolid. Cuando se dan los dos factores unidos, el impulso para el desarrollo es mayor. Cuando las que están unidas son las carencias, el atraso se duplica. Es el caso de Burgos o de Soria.

Teniendo en cuenta el segundo factor hay que impulsar la potenciación de núcleos grandes para que se motoricen por sí mismos y alcancen al resto. Engrandecer a Zaragoza repercute en toda la provincia. Otros núcleos de nivel parecido deberían ser Valladolid-Palencia-Medina, Ciudad Real, Albacete, Mérida. En el momento actual, el crecimiento de una capital como Ciudad Real equilibra las pérdidas de su provincia, lo que quiere decir que todavía puede poco.

Debido a las enormes cantidades de dinero llegadas de la Unión Europea y también a otros factores, se han producido ciertos cambios en la región de las 19 provincias que nos ocupa. Las aldeas han ralentizado su pérdida de vecinos, constatándose en ellas la presencia de algunos emigrantes extranjeros y un aumento en la construcción de segundas viviendas. Un repunte modesto. Los inmigrantes de las 19 provincias referidas alcanzan un término medio de unos 13.000 por provincia, mientras que las provincias mediterráneas de Almería a Gerona albergan un promedio más de 10 veces superior.

Esta realidad debe originar una preocupación tan honda que no deje tiempo para tensiones con otros territorios que se encuentran en posiciones más avanzadas. Las relaciones de reequilibrio geográfico son capaces de originar cambios espectaculares como ha acontecido en 30 años en la provincia de Almería o en la ciudad de Guadalajara. En la Unión Europea se pueden ver situaciones parecidas como la de Irlanda. La energía que puede hacernos perder la lucha por la cuestión territorial, tal como ahora se plantea, debe ser sustituida por la puesta de soluciones eficaces para cambiar la gran despoblación del interior de España por un conjunto de polos muy dispuestos al crecimiento demográfico, apoyados por la consideración del despoblamiento como factor de solidaridad. Porque si todo sigue como en las últimas décadas, el censo del año 2041 nos indicará que una pequeña provincia como Alicante (5.863 kilómetros cuadrados) alcanza en población a todo el conjunto de la Comunidad Autónoma de Castilla y León (94.209 kilómetros cuadrados). Lo grave es que no existe una política estatal global y permanente para afrontar eficazmente el problema. Los fondos de la Unión Europa no han sido suficientemente bien dirigidos. A ello se une la existencia de sólo unos retazos de política de Estado caracterizados por la dispersión y la debilidad.

Santiago Petschen es catedrático de Relaciones Internacionales en la UCM.

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