De la identidad
La Diputación de Sevilla entregaba medallas y honores en el Día de la Provincia, coincidiendo con el debate de la toma en consideración de la reforma del Estatuto de Andalucía. Juan Pérez Mercader, Juan Diego, las Fuerzas Armadas, América Martínez, Iñaki Gabilondo y Juan José Figueroa, fueron los distinguidos. Esto, en la sede de la Diputación; el debate sobre el Estatuto, en el Congreso de los Diputados, lugar que, entre otras cosas, representa, como dejó dicho en su discurso de cierre del acto el Delegado del Gobierno, Juan José López Garzón, con la sencillez de lo rotundo y lo concreto, la unidad de España.
Venía a cuento, porque ya sabemos lo que andan algunos trasteando con cosas que, para los andaluces, están tan claras como que su historia reciente le permite reivindicar el reconocimiento de una nueva realidad, como consecuencia de la convicción de su identidad tantas veces hurtada y muchas más manipulada. Ahí, en ese detalle fundamental, pero no sagrado, aunque sí decisivo, encontramos a Iñaki Gabilondo, nombrado Hijo Adoptivo de la provincia de Sevilla.
Habló Iñaki en nombre de los premiados y como es hombre de reflexiones pegadas a la carne de los días y al devenir de los acontecimientos, habló de la identidad. Cuando Iñaki dice identidad hay que escuchar porque va a decir algo importante. Cuando algunos temen y por temer ofenden intentando "palabrear" sobre lo que no entienden, vino Iñaki a Sevilla, donde hace treinta y cuatro años descubrió su otra identidad, a hablar de eso precisamente: de identidad.
Citando al sociólogo Manuel Castells anunció que iba a hablar del poder de la identidad. Se notó un cierto estiramiento de columnas vertebrales en el salón, como si decir identidad, en estos días de incomprensiones mesetarias, convocara inmediatamente a la atención. "La identidad, nos guste o no -decía Iñaki-, es una realidad y su poder una gran realidad". Ya estaban las orejas de algunos tiesas, cuando vino a poner el punto de hondura perfecta en su idea sobre la necesidad del reconocimiento del valor de la identidad: que se viva, se sienta y se reivindique, exenta de pecado. Pecado de la identidad es que su reivindicación excluya. "Vivamos nuestra identidad con orgullo, pero sin exclusión". Iñaki sabe por sabio, pero sabe también, en este asunto concreto, por vasco militante y dolido.
Pero si la identidad no puede llevar aparejado el pecado de la exclusión, tampoco puede convertirse en una trampa, decía Iñaki. La trampa de los que pretenden que, encantados de conocernos y ser como somos, nos conformemos con eso y no exijamos ni nos exijamos más. ¿Donde está entonces la virtud? Pues en el "punto de partida". En ese punto de su discurso, la idea se llenó definitivamente de presente: la identidad tiene que ser un punto de partida perpetuo. "El conocimiento y reconocimiento de la identidad solo sirve, si es para seguir avanzando al encuentro de todo lo que tenga que producirse para mejorar". Redondeaba todavía más cuando afirmaba que la identidad tenía que servir de trampolín para las más importantes aventuras de futuro. Ya estaba dicho cuando todavía no se había producido el discurso de Rajoy en el Congreso de los Diputados, ese lugar que representa, entre otras cosas, la unidad de España, unidad que a los andaluces ni nos cuesta admitir, ni nos sobra, ni nos inquieta, sino que está en la piel y la carne de nuestro ser natural, de nuestra identidad cierta y sin pecado. Al son, en el patio de la Diputación seguía la fiesta de encuentros y felicitaciones.
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