Ay, si hubiera toros bravos
Si la inteligencia fuera una cualidad que adornara a los taurinos, jamás habrían permitido que esta fiesta se les fuera de las manos. Si no hubieran puesto empeño en desnaturalizar el toro bravo y convertirlo en un inválido y sin vida, nadie hablaría hoy de crisis ni de decadencia. Porque hay unas ganas enormes de ver toros, y que desaparezcan imágenes tan lamentables como la que ayer ofreció el tercero, un moribundo que no fue picado y llegó a la muleta agotado en los estertores de la muerte.
Ay, si hubiera toros bravos y nobles... Pero este espectáculo bochornoso es la consecuencia de una política que no es nueva, consistente en restar casta y fiereza al toro hasta reducirlo a una piltrafa que sólo produce lástima; y así está la fiesta, por los suelos, a causa de quienes deben velar por su pureza porque en ella les va el éxito de su negocio. Ay, si la inteligencia brillara...
Del Cuvillo / Rincón, Morante, Marín
Cuatro toros de Núñez del Cuvillo, el 4º devuelto, justos de presentación, inválidos y descastados; el 2º, anovillado y sospechoso de manipulación en las astas; dos de La Palmosilla, el 5º, devuelto, y el 1º, manso y deslucido. Primer sobrero de Las Ramblas y el 2º, de Sánchez-Dalp, sosos y descastados. César Rincón: casi entera caída (silencio); media baja y contraria (silencio). Morante de la Puebla: estocada caída y trasera (silencio); seis pinchazos y un descabello (bronca). Serafín Marín: dos pinchazos y el toro se echa (ovación); casi entera baja -aviso- (vuelta). Plaza de Las Ventas. 17 de mayo. Octava corrida de feria. Lleno.
No hubo toros, y sí un rotundo fracaso de las cuatro ganaderías que pisaron el ruedo venteño, que destacaron especialmente por su falta de casta y de fuerzas. Pero quien no se consuela es porque no quiere. Hubo voluntad, detalles, gestos y poco más de los toreros.
Ya sabe Rincón que se equivocó gravemente al anunciarse con este hierro. Pero no se le puede negar que es torero que se transfigura en esta plaza y emana magisterio. Su primero fue un toro reservón, de embestida incierta, y el torero, siempre bien colocado, siempre cruzado, le robó muletazos que no fueron limpios, pero sí demostrativos de su poderío. Se desinfló después y en el cuarto ofreció la imagen del torero voluntarioso, pero desangelado. Su trasteo no pasó de vulgar a un toro que iba y venía sin emplearse.
También se equivocó Marín. Llegó pletórico de ilusión, persiguió el triunfo con pundonor y torería y se encontró con el muerto tercero que echó por tierra su sueño. Lo recibió con airosos lances a la verónica; después del trámite caricaturesco del tercio de varas, hizo un quite por ceñidísimas gaoneras, le respondió Rincón con dos chicuelinas aceptables y cerró Marín con dos buenas verónicas y una media que acabaron con el inválido desplomado en la arena. Después llegaría una voltereta a César Pérez a la salida del primer par de banderillas, quien, una vez rehecho, colocó un soberbio segundo que le obligó a saludar. Y se acabó el toro. Otro inválido fue el sexto, al que también recibió por verónicas. El torero catalán derrochó voluntad y valor y toreó de verdad por redondos y magníficos naturales; se salvó de una cornada en una espeluznante voltereta, mató mal y, con razón, le negaron la oreja.
Morante no tuvo su tarde. Su primero, anovillado, sólo le permitió intentarlo sin éxito por ambos lados. Se ganó una gran bronca en el quinto por su manifiesta inhibición en los dos primeros tercios. Lo pasó por la cara y dio un mitin con el estoque.
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